Francisco J. Siller
El hartazgo del pueblo por la actuación –de años– de los partidos políticos en México, fue el trampolín que bien aprovecho el tabasqueño Andrés Manuel López Obrador para llegar a la Silla Presidencial el pasado 1 de Julio. Pero llegó con un partido sin ideología, ideario, y valores reales que lo identifiquen con las grandes necesidades de los mexicanos.
Morena ha demostrado ser al paso del primer año de gobierno Lópezobradorista, una institución en la que el único medio de cohesión es el poder como en ningún otro partido, el poder por el poder mismo y su ideología se limita exclusivamente a los designios y consignas de su lider.
El de Macuspana puso el ejemplo. La intención al crear Morena era una sola, llegar al poder omnimodo y casi divino. Puso la muestra a individuos y liderazgos menores sedientos de poder y la muestra es hoy la lucha intestina que se da a su interior, sin importar el daño que pueda hacrse a su inmaculada imagen.
Desde su campaña el hoy Presidente de la República promovió esa división tan terrible que aún sigue impulsando, que perdona pecaditos –o se hace de la vista gorda– de chapulines, traicioneros, corruptos, defraudadores y engañadores profesionales que fueron conformando las estructuras a todos los niveles de Morena.
Las cúpulas del poder están tan ocupadas en pelear entre ellos por conseguir las dirigencias –nacional y estatales– que están perdiendo de vista las asignaciones pendientes. Seguridad y economía. No les da la cabeza a los parlamentarios para actuar en consecuencia y solo atienen las ordenes que parten del Palacio Nacional.
Los miembros del gabinete están más ocupados en cuidar la chamba que en trabajar para dar resultados que son urgentes para ese pueblo que llevó al poder a López Obrador. Prácticamente lo han dejado solo. Nadie lo asesora y mucho menos lo contradice. Tenemos un gobierno de un hombre y sus achichincles.
Mucho insiste desde sus mañaneras y en sus discursos en sus permanentes actos de campaña, en que el pueblo da y el pueblo quita. Y así es. Si no pregunte usted al PRI, PAN, PRD y Movimiento Ciudadano que ya sufrió en 2018 el zarpazo del tigre, que casi los borró del panorama político nacional.
López Obrador dijo el 1 de diciembre que ha cumplido el 85 por ciento de los compromisos de campaña, pero nada a logrado en mejorar la seguridad en el país y reducir los crecientes índices de violencia, como tampoco su compromiso de crecer al 4 por ciento anual. Su política de abrazos y no balazos podría resultar en el largo plazo, quizá en cuatro generaciones más.
Y si de la economía se trata, pues en vez de 4 por ciento de crecimiento, este año nos fuimos en blanco. Cero, cero y cero. Luego se queja que ha bajado la recaudación fiscal, pues como, si los empresarios no invierten, no ganan, no generan los empleos requeridos. Entonces los impuestos, bien gracias.
Y no me meto en apreturas para señalar que las nuevas políticas anticorrupción, han afectado principalmente a ese pueblo sabio y honesto que lo llevó al Palacio Nacional –antes se decía a Los Pinos– con la desaparición del Seguro Popular, de los apoyos a las estancias infantiles subrogadas o la desaparición de programas sociales exitosos. Y aún más.
Cada vez crece más la idea de que estabamos mejor con esos gobiernos neoliberales que el presidente tanto odia. Estamos en la etapa de que todo lo anterior a la 4T, solo sirvió para el saqueo de las arcas nacionales, sin clarobscuros. Solo blanco y negro. Los de antes fueron corruptos e ineficientes, los de hoy, honestos y dignos de ejemplo.
Y en ese entorno vemos a Morena, un partido que se desarrolla en la confianza de ser invensible y que no se ha preparado para las elecciones del 2020, donde jugará la revancha con la oposición. Se ha olvidado de los compromisos que tiene con la ciudadanía. No ve que el zarpazo de tigre está ahí, que está como una sutil amenaza.
Está enfrascado en una riña interna – que no debía de ser–, para elegir a su nuevo dirigente. Además que Morena sigue de fiesta por la victoria lograda por amplio márgen y sigue disfrutando de sus mieles, esperando que todo caiga en sus manos, como aquel costeño en su hamaca y se ha olvidado de los compromisos que tiene con la ciudadanía.
Morena es como un boxeador que tras ganar el campeonato vive en permanente pachanga, descuidando su peso, que no entrena y que desobedece a su entrenador. Que cuando llega el día de la peles, ¡subio 25 kilos! –de grasa, no de músculo– y que luego que pierde en el cuadrilatero se pregunta: ¿Qué fue lo que paso?
¿Será posible que Morena pierda las elecciones en el 2020, y que sufra un revés importante en elecciones intermedias en el 2021? Lo que le hace falta es trabajar y dejarse de habladas y bravuconerías, dejarse de mentiras y bots en las redes sociales, y sacar las asignaturas pendientes, para que no lleguen demasiado obesos y desentrenados a las elecciones.
Las ocurrencias sin ton ni son –vengan de donde vengan–, muchas de ellas que parten del Congreso de la Unión deben acabarse. Las revanchas y el cobro de facturas al neoliberalismo que durante 18 años impidió la llegada de López Obrador parecen estar en el orden del día, anteponiendose al bienestar del pueblo.
Así pues, ¿a quien tocará ahora el zarpazo del tigre..?