Pablo Cabañas Díaz
La Librería Madero, un espacio emblemático de la cultura en la Ciudad de México, ya no existe. Su cierre, ocurrido tras la muerte de su último propietario, Enrique Fuentes Castilla, marca el fin de una época dorada, la extinción de un lugar que trascendía su función comercial para convertirse en un auténtico santuario del saber. Más que una librería, era un punto de encuentro, un espacio donde se entrelazaban en un cálido abrazo literario, un lugar que guardaba el eco de conversaciones intelectuales y el aroma inconfundible del papel viejo. Su última dirección fue en la Casa de la Acequia, en la esquina de las calles de San Jerónimo y la calle de la Acequia, en el Centro Histórico de la Ciudad de México.
Fundada en 1939 por el republicano español Tomás Espresate, la librería inicialmente reflejaba la cultura del exilio español. Con el tiempo, sin embargo, evolucionó, incorporando la riqueza literaria y cultural de México, convirtiéndose en un reflejo de la propia historia del país. Su colección, un tesoro bibliográfico de libros antiguos y raros, representaba una parte importante del patrimonio cultural de la ciudad. La ubicación en la Casa de la Acequia, un edificio histórico con su propia atmósfera única, contribuyó aún más al encanto y al carácter especial de la librería.
Enrique Fuentes Castilla, quien tomó las riendas de la librería en 1989, fue mucho más que un librero; fue un custodio apasionado de su legado. Su dedicación y su profundo amor por los libros transformaron la Librería Madero en un espacio único, un faro para los amantes de la lectura y el conocimiento. Su muerte, lamentablemente, coincide con el cese de las actividades de la librería, dejando un vacío irremplazable en el panorama cultural de la ciudad. La esquina de San Jerónimo y la Acequia, ahora silenciosa, recuerda la vibrante vida intelectual que alguna vez albergó.
La desaparición de la Librería Madero nos invita a reflexionar sobre la fragilidad de los espacios culturales independientes y la importancia de su preservación. Su legado, sin embargo, permanece vivo en la memoria de quienes la conocieron y en los libros que alguna vez ocuparon sus estantes. Es un llamado a valorar y apoyar a las librerías independientes, a reconocer su papel fundamental en la construcción y preservación de la cultura.