Pablo Cabañas Díaz
Rubén Bonifaz Nuño (1923- 2013), se recibió de abogado en la Universidad Nacional Autónoma de México, en 1950. Fue becario de la primera promoción del Centro Mexicano de Escritores, de 1951 a 1952 y, de 1984 a 1985, de la Guggenheim, para hacer una investigación sobre puntos fundamentales de la iconografía azteca.
Su vocación por la literatura lo llevó a estudiar la Maestría y el Doctorado en Letras Clásicas, en la misma Universidad, recibiendo los grados respectivos en 1968 y en 1971.
Ingresó en la Academia Mexicana de la Lengua, en 1963, y fue miembro de El Colegio Nacional, en 1972. Varios de sus trabajos fueron traducidos a otras lenguas. Desempeñó el cargo de Director de Publicaciones; maestro en la Facultad de Filosofía y Letras; varias veces Coordinador de Humanidades y fundador y director del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM del cual fue investigador desde su fundación, en 1973.
Como poeta, su formación humanística lo llevó «hacia una poesía de síntesis en que se concilian el rigor clásico y las palabras en libertad, el oscuro y muchas veces atroz universo náhuatl y la tradición grecolatina». Imágenes (1953), es de corte clásico.En Los demonios y los días (1956), el poeta busca acercarse al lenguaje del pueblo con versos de contenido social y formas directas y coloquiales.
Su poemario de amor, El manto y la corona (1958), balancea estos dos movimientos de su lirismo y logra uno de sus más bellos libros. En Fuego de pobres (1961), su sensibilidad ahonda en el problema social. Sin renunciar a la claridad expresiva del verso, evoca escenas perdidas, abre paso a las sensaciones, suelta la voz para decir lo que ha conocido y, a la postre, sabe poner en frases impulsivas sus afanes y sus esperanzas. Bonifaz Nuño construyó su imagen de la vida. Sintió que el hombre, en la soledad o en medio de la civilización contemporánea, se deforma o no alcanza su plenitud.
Como latinista, Rubén Bonifaz Nuño fue el traductor principal, al español, de la literatura clásica latina. Sus trabajos sobre Virgilio, Catulo, Propercio, Ovidio, Lucrecio, entre otros, así lo demostraron. Bonifaz Nuño no fue sólo maestro, poeta y latinista. Consciente de nuestra herencia cultural, analizó en el ensayo sus múltiples orígenes.
No pudo pasarle inadvertido nuestro pasado indígena; ejemplos luminosos de este interés son: Destino del canto (1963), “La fundación de la ciudad” (1972) -en el que, como en su poesía, vuelve a comparar el mundo clásico con el indígena, en este caso el maya-, y El arte en el Templo Mayor (1981).
Poeta y prosista ejemplar, Bonifaz Nuño supo intuir la coincidencia, en un momento dado, entre el plano del tiempo y el de la eternidad, y demostrarnos la importancia de la adquisición del conocimiento, la libertad del espíritu, y el respeto a las personas.