PABLO CABAÑAS DÍAZ
Alan Riding, un periodista con una trayectoria forjada en la exigencia del Financial Times y la mirada crítica del New York Times, llegó a México en la década de los setenta. Su misión: descifrar las complejidades de un país que, a pesar de estar cerca de Estados Unidos, permanecía envuelto en un aura de misterio y contradicciones. Durante más de una década, Riding se sumergió en el tejido social, político y cultural de México, un país que, como él mismo describiría, oscilaba entre lo tradicional y lo moderno, entre lo mágico y lo real.
En su búsqueda por capturar la esencia de nuestro país, Riding presentó el borrador de “Vecinos distantes” en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. En aquellos años, el aula universitaria era uno de los pocos espacios donde las ideas podían ser sometidas al escrutinio público de manera abierta y directa. Sin las facilidades de retroalimentación que ofrecen hoy las plataformas digitales, Riding optó por medir el impacto de su obra a través de las reacciones inmediatas de estudiantes y académicos profundamente arraigados en el contexto mexicano. Fue un acto de valentía intelectual, una apuesta por afinar su texto en el crisol del debate crítico.
Las discusiones no terminaron en la universidad. Riding, en un gesto poco común, invitó a algunos de los presentes a sus oficinas en Paseo de la Reforma. Allí, en un entorno que desafiaba las convenciones del intercambio académico típico, se entrelazaron las voces de académicos y corresponsales internacionales. Este diálogo cruzado, donde los detalles históricos aportados por los académicos se encontraban con la perspectiva de Riding, generaba un espacio de reflexión que enriquecía a ambos lados.
Más tarde, estos encuentros encontraron un nuevo escenario en la Asociación de Corresponsales Extranjeros, situada en el sótano del hotel Hilton. En un ambiente más relajado y menos formal, las discusiones tomaban un cariz diferente, más íntimo y personal. Allí, la libertad de expresión alcanzaba nuevas dimensiones, permitiendo que las historias fluyeran con la naturalidad de una conversación entre amigos. Era un México distinto, uno donde las barreras entre el análisis y la crónica se desvanecían, abriendo camino a una comprensión más profunda y matizada de la realidad nacional.
El trabajo de Riding no solo se convirtió en una obra clásica sobre México, sino en un puente entre dos mundos que, aunque vecinos, se desconocían mutuamente. Esta confluencia de visiones ofrecía no solo una narración, sino una invitación a comprender el país desde una perspectiva que desafiaba las simplificaciones.