Pablo Cabañas Díaz
El primer informe de gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, presentado el 1º de septiembre de 2007, estuvo marcado por un clima de tensión política y social. Apenas nueve meses antes, había llegado a la presidencia tras una elección fuertemente cuestionada por la oposición, particularmente por Andrés Manuel López Obrador y el movimiento que denunció un presunto fraude electoral. Esa circunstancia definió en gran medida el tono del mensaje presidencial: Calderón buscó legitimarse ante la opinión pública y presentarse como un mandatario decidido a ejercer plenamente su autoridad.
El eje central de su primer informe fue la llamada “guerra contra el narcotráfico”. Calderón destacó los operativos militares en Michoacán, Baja California y otras entidades, donde el despliegue del Ejército y la Policía Federal pretendía recuperar territorios dominados por el crimen organizado. El presidente insistió en que el Estado debía mostrar firmeza para garantizar seguridad y justicia, aunque evitó reconocer los riesgos y los costos sociales que esta estrategia traería consigo. En retrospectiva, aquel primer informe delineó el sello de su sexenio: la militarización de la seguridad pública.
En materia económica, Calderón subrayó la estabilidad de las finanzas públicas y la continuidad de las políticas macroeconómicas heredadas de sus antecesores. Habló de un crecimiento moderado, de la creación de empleos formales y del compromiso con el combate a la pobreza mediante programas sociales como Oportunidades. Sin embargo, el discurso no ocultó las limitaciones estructurales de la economía mexicana: baja productividad, dependencia del petróleo y falta de reformas de fondo.
El informe también incluyó menciones a la reforma fiscal que se encontraba en discusión en el Congreso, y que buscaba aumentar la recaudación mediante un nuevo impuesto a las empresas y medidas contra la evasión. En política social, Calderón resaltó acciones en salud y educación, aunque sin presentar innovaciones de gran calado.
El contexto institucional también resultó significativo. Por segundo año consecutivo, el presidente no pudo leer su informe directamente en el Congreso debido a la confrontación política. Calderón entregó el documento por escrito y dirigió su mensaje desde el Palacio Nacional. Ese gesto evidenció el grado de polarización de la vida pública y la dificultad de alcanzar consensos.
En suma, el primer informe de Calderón fue menos un balance de resultados que una declaración de intenciones: consolidar su legitimidad, mostrarse firme frente al narcotráfico y garantizar la continuidad económica. Con ello, marcó el rumbo de un sexenio convulso que quedaría definido por la violencia y la confrontación política.
