Pablo Cabañas Díaz.
El escritor nicaragüense Sergio Ramírez a lo largo de su novela intitulada Tongolele no sabía bailar, muestra una temática que tiene relación íntima con la situación política de Nicaragua. Desde sus primeras páginas se anuncia como un “tributo” a aquellos “centenares de jóvenes caídos, y a sus familiares que siguen reclamando justicia”, de quienes se dice que no vivieron una ficción, sino que en carne propia experimentaron sucesos dentro de los primeros meses del año 2018. Ese es el punto de partida de Ramírez para ofrecer a los lectores una historia y personajes que, no obstante, y como él mismo afirma, son todos resultados de su invención.
En la novela se resalta la presencia de algunas figuras centrales, menciona que gana presencia protagónica un conjunto escultórico de “árboles de la vida”. Se trata, ni más ni menos, de una iniciativa que se atribuye a “la primera dama” nicaragüense y, al mismo tiempo, vicepresidenta, Rosario Murillo. Ella, desde el año 2013, promovería la instalación de esas columnas de hierro de entre 15 y 20 metros de altura que, poco a poco, fueron haciéndose más presentes en el ámbito de la capital del país centroamericano, intentando dar con su presencia un simbolismo político y esotérico de bienestar. En un principio se instalaron ocho columnas, erigidos en la Plaza de la Fe, en Managua, en conmemoración del 34 aniversario de la Revolución Sandinista, el 31 de julio de 2013, llegando a instalarse hasta la actualidad alrededor de un centenar y medio.
Los “chayofierros” o “chayolatas”, como son conocidas las grandes esculturas, cohesionaron a la opinión de amplios sectores sociales. El alto costo de su instalación, así como la identificación de ellos con la generación y seguimiento de una política injusta y desigual, fueron detonantes del descontento que se desató de manera conflictiva en abril de 2018, cuando el gobierno Ortega-Murillo implementó una reforma al sistema de seguridad social que afectaría a empleadores, trabajadores y jubilados, medida gubernamental que estimularía una mirada de denostación hacia ese proyecto. Sembrar “árboles de la vida”, en su origen, fue considerada una acción que la propia “promotora” —y actual vicepresidenta— pretendió realizar como un mecanismo para generar “buena vibra” en toda la nación.
El título de la novela, que resulta atractivo para quienes identifican el nombre de Tongolele, no es sino una paradoja que atrae al público seguidor del escritor nicaragüense. ¿Cómo sería posible que Tongolele no supiera bailar? Esa sería una circunstancia difícil de creer, toda vez que se trata de una referencia a la famosa bailarina y actriz de origen estadounidense, pero nacionalizada mexicana, Yolanda Yvvone Montes Farrington, conocida, precisamente, como Tongolele. Los lectores encontrarán dentro de la novela, específicamente al tener información sobre uno de los atributos físicos característicos de ella, la explicación al porqué se intitula así a la obra que se reseña.
La invitación a leer Tongolele no sabía bailar, es un desafío para acercarse a Nicaragua, como tierra de encanto, aunque llena de historias de fatalidad, de alzamientos sociales y erupciones geográficas, de circunstancias penosas y adversas. El propósito de estas líneas es seducir a los lectores para que se aproximen a conocer una Nicaragua, con su destino trágico, no puede sacudirse de esa deplorable situación evocada en la interpretación literaria que se reseña, novela que refleja, y que al mismo tiempo es parte de la trayectoria histórica de ese lindo país de lagos y volcanes.