Pablo Cabañas Díaz.
El pasado 13 de enero se cumplieron 51 años de la muerte de Salvador Novo López. Su vida fue un constante desafió con su conducta y su ingenio. Tuvo el don para perturbar con el escándalo. Novo, a juicio de varios estudiosos, es uno de los intelectuales mexicanos más brillantes de las primeras décadas del siglo XX. Su carrera en el mundo de las letras le valió ingresar a la Academia Mexicana de la Lengua en 1953 y tiempo después, recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura 1967.
Maestro del humor, del sarcasmo y la mofa. Incursionó con éxito en casi todos los géneros. Destacan sus crónicas, poemas y obras de teatro. Fue nombrado oficialmente “Cronista de la Ciudad de México” en 1965. Crítico mordaz, polémico. Se debatió con implacable sagacidad con casi todos los intelectuales de su época, muchos de los cuales, a falta de argumentos, recurrieron al fácil expediente de atacarlo por su homosexualidad, la cual, por otra parte, ostentaba como le venía en gana.
Novo es uno de los escritores más complejos y contradictorios del siglo XX en el mundo de habla hispana. Prosista excelente, poeta de obra breve, director de teatro, dramaturgo, experto en gastronomía. Sin embargo, el escritor, en su época, fue víctima de toda clase de comentarios tanto elogiosos como despreciables. Con el ingenio literario y con la demostración reiterada de su talento, Novo resiste el acoso y, al hacerlo, ofrece un testimonio único sobre la implantación de espacios de la diversidad en una sociedad que ni siquiera la concibe.
En el México que le tocó vivir, Novo no es ejemplar. Subraya la singularidad y alienta las murmuraciones. Se le ubicará como un ser ridículo. Lo que su comportamiento le niega, su destreza lo consigue, y por eso Novo desprende de su sexualidad prácticas estéticas, estratagemas para decir la verdad. Como en muy pocos casos, el suyo es la perfecta unidad entre persona y literatura, entre frivolidad y lecciones de diversidad, entre operaciones de sobrevivencia anímica y decisión de sacrificar la gran obra por el placer de verse a sí mismo. El expulsado, el agredido, que ostentó con su “debilidad” su fortaleza.