martes, abril 23, 2024

OTRAS INQUISICIONES: Rivalidades de la izquierda mexicana

(Segunda parte)

Pablo Cabañas Díaz

 

 

 

En los años ochenta, había un pequeño restaurante cercano a la Ciudad Universitaria,  se llamaba “Valentino”, su dueña era Dolores Groman esposa del doctor  Enrique Semo de la Facultad de Economía. Dolores como pedía la llamaramos – a quienes eramos jovenes profesores universitarios-, era una mujer culta, refinada y paciente con sus clientes. En el “Valentino” aparecía de forma esporádica Roger Bartra quien en esa época era el director de la revista “El Machete”. Bartra pertenecía a la corriente“euro” del Partido Comunista Mexicano (PCM).

 

En México y en el mundo se venía dando una ruptura entre las izquierdas universitarias, de las concepciones ideológicas y políticas sostenidas por la Unión Soviética. Había un rechazo al socialismo de corte soviético y sobre todo al  autoritarismo del modelo cubano, se buscaba crear un socialismo con las peculiaridades y diferencias históricas que había en nuestro país . También se exploraban las formas de llevar el discurso político de izquierda  a las crecientes clases medias. La revista “El Machete” fue fundada en 1980, recién se había legalizado el PCM. “El Machete”, con Bartra , abrió un debate inteligente, diversificó temas y tratamientos de una militancia de acento marxista-leninista reticente a cualquier cambio.

 

Bartra renovó las narrativas propias del eurocomunismo, sumando tópicos que tocaban a la realidad social del país, como los relacionados a los derechos de género, la legalización de las drogas, el tráfico de personas, el aborto, la homosexualidad, y la creación de ciudadanía, temáticas que se abordaban sin censura en “El Machete”. La revista dirigida por Bartra sin duda rompió con los dogmas de la izquierda, y se alejó del marxismo de corte soviético.  Sus ejemplares se vendían bien y el éxito de Bartra como editor y publicista era inobjetable. La revista llegaba a los Sanborns, a los puestos de periódicos, a las librerías , a las galerías de arte. Bartra logró sacar de la marginalidad  una publicación  cuyo sello editorial provenía del PCM.

 

 

En esos años vinieron a México, los “nuevos filósofos” franceses como André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy , que impugnaban al marxismo in toto bajo la hipótesis de que en Marx ya estaban inscriptos el gulag y el estalinismo, hasta que  les puos un alto  Perry Anderson, que negaba la existencia de una crisis universal de la teoría marxista aduciendo que sólo había “crisis del marxismo” en la Europa latina- Francia, Italia y España-, las respuestas fueron muchas y diversas. Louis Althusser  y Christine Buci-Glucksmann declaraban una crisis en la teoría, Lucio Colletti creía en una crisis en la política marxista y Norberto Bobbio y Ludolfo Paramio hablaban de la crisis de ciertos marxistas. Pero en México los marxistas “ortodoxos” tenían el control de aulas, auditorios y cubículos. En el circuito dominado por las izquierdas pro- soviéticas de las Facultades de Economía, Ciencia Política y Filosofía, la autoridad académica de Enrique Semo era indiscutible.

 

En 1966, Semo había dejado atrás un país que  se había vuelto peligroso para él. El movimiento de marzo, abril y mayo de 1966, la huelga estudiantil y la caída del rector Ignacio Chávez mostraron los antagonismos que había dentro de la UNAM.  Había un ambiente  de terror físico, y un ejemplo de esto último fueron  las golpizas que les dieron a José Luis Ceceña y a Semo. A finales de 1967, Semo, “hostigado”, partió a estudiar a la República Democrática Alemana y a representar al PCM con los estudiantes mexicanos que se encontraban en los países socialistas que eran unos trescientos . En el mismo año, Bartra partió a Venezuela: “Me fui porque el ambiente en México era irrespirable”. Entre octubre de 1967 y enero de 1968, Semo, fue alumno del Instituto Herder, en Leipzig, donde estudió intensivamente idioma alemán para ingresar, en febrero, a la Universidad Humboldt, de Berlín. Ahí estrecharía su relación con Friedrich Katz y Manfred Kossok, este último, su director de tesis . Kossok,  fue uno de los grandes historiadores de la segunda mitad del siglo XX y, en particular, uno de los principales especialistas en las revoluciones liberales burguesas en sus dimensiones europeas e hispanoamericanas.

 

Al revisar en 2022, la revista “Historia y Sociedad”, que dirigían Semo y Bartra me parece que este último tenía razón al señalar que fue una publicación soviética, impregnada de dogmatismo. Semo varias veces ha fijado su posición sobre la influencia soviética en la revista al decir: “recibíamos, sí, dinero de la Unión Soviética”, pero “el oro de Moscú, con toda franqueza, no era mucho”. El patrocinio del PCM, la editorial y la imprenta hacían “el trabajo gratis”. Pero Bartra, sostenía que “Historia y Sociedad “era una dependencia de la Unión Soviética”, sin embargo, Semo , precisa, que durante años “ Bartra trabajó en la revista y nunca se quiso salir”. Había “críticas de él, pero nunca en el sentido de que teníamos que cesar esa relación”. Después de “1977, según Semo, Bartra comenzó a tener esa idea de ser el intelectual del Partido”. Había publicado ya dos o tres trabajos importantes y, primero, me pidió que “fuéramos dos directores”, “inmediatamente yo le dije que sí”, “ahora somos dos directores, tú y yo” (véanse los primeros números de la segunda época). Así que a decir de Semo  “él también tiene responsabilidad” sobre la influencoa soviética de la revista.

 

Pocos saben que Barta fue alumno de Semo y que  escribió en su tesis de maestría realizada en  la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) con una dedicatoria muy especial :“En particular, quiero manifestar mi gratitud al Lic. Enrique Semo, compañero y amigo, por haberme dirigido los trabajos de interpretación de los datos”. En 1965, cuando apareció  la revista Historia y sociedad, de la que fue jefe de redacción, Bartra hacía cuatro que había ingresado al PCM. El año anterior había publicado su primer libro, fruto de sus estudios de arqueología. Tanto este libro como su colaboración en el primer número de “Historia y sociedad” son una muestra como él mismo la ha reconocido del dogmatismo marxista que se colaba en aquella época por todos los poros de la izquierda mexicana. Su  libro sobre el método arqueológico era una transposición mecánica de tesis sacadas de manuales soviéticos y de lecturas mal digeridas de Marx y Engels.

 

Ahora que se evocan estos recuerdos, sesenta años después, subsiste una división entre quienes formaron la izquierda que ha perdurado hasta hoy. Me refiero a la que separa a los revolucionarios de los reformistas, a los obreristas de los eurocomunistas, a los populistas de los socialdemócratas, a los ortodoxos de los revisionistas, para usar diferentes terminologías usadas en épocas diferentes. Las denominaciones han ido cambiando y hay muchas matices en sus expresiones, pero responden en términos generales a una división entre quienes buscaron el cambio  posible y quienes abdicaron de la lucha.

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