Pablo Cabañas Díaz
En tiempos como los que vive México es el momento de recordar a la generación de la Reforma, una de las más destacadas y multifacéticas, que no sólo estuvo conformada por políticos y figuras militares de primer orden, sino también por grandes escritores y artistas. La mayoría de los miembros de esta generación escribió extensamente en la prensa. Entre los más importantes se encuentran Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Ignacio Manuel Altamirano, Vicente Riva Palacio, Justo Sierra e Ignacio Ramírez, conocido también como El Nigromante.
Ramírez fue el intelectual más combatiente y la personificación más radical de la Reforma. Su actividad política abarcó los conflictos ideológicos y militares más dramáticos del siglo XIX: la Revolución de Ayutla, 1854; el Congreso Constituyente de 18561857; la Reforma, 18571860; la intervención francesa, 18631867; la República Restaurada, 18671876; la revuelta de Tuxtepec y el advenimiento del Porfiriato. Con sentido agudo, Ramírez contribuyó a la interpretación de las causas y consecuencias de estos hechos. Educador, periodista, escritor, orador y polemista, Ramírez fue ante todo un militante político y un pensador crítico que combatió los privilegios de la Iglesia, pugnó por los derechos de la mujer y la educación indígena, y se opuso a la opresión de las clases populares.
Ramírez no fue un autor dedicado solo al análisis social, también escribió sobre política, filosofía, derecho, economía, sociología, lógica, educación, geografía, astronomía, historia universal y nacional, historia de las religiones, retórica, lingüística, literatura, etcétera. Su alumno Ignacio Manuel Altamirano, escribió: “Los que piden de un pensador, a toda costa, un libro compaginado, no reflexionan en que los grandes apóstoles de una idea no escriben jamás libros, no tienen tiempo, se ven obligados a mezclar la acción a la palabra”. Una de las obras fundamentales de Ramírez fue el discurso pronunciado el 16 de septiembre de 1861.
Luego de la victoria militar en los llanos de Calpulalpan, en que Jesús González Ortega derrotó a los ejércitos conservadores al mando de Miguel Miramón y con lo que formalmente terminaba la Guerra de Reforma, en este discurso el presidente Benito Juárez consideró la conveniencia de fortalecer el lenguaje de las armas con el lenguaje de las letras.
Los mejores oradores de la Reforma hicieron su actuación pública en plazas y teatros. A Ramírez correspondió hacerlo en la Alameda, en presencia del presidente de la República. En palabras de Altamirano el discurso del 16 de septiembre de 1861, “es el panegírico más elocuente de la Independencia y de la Reforma, y una profecía de la victoria definitiva de las instituciones liberales contra sus enemigos”. El discurso en su parte medular plantea: “¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? Ese es el doble problema. En la encierra las flores del mañana; si nos encaprichamos en ser aztecas puros, terminaremos por el triunfo de una sola raza para adornar con los cráneos de las otras el templo del Marte americano; Si nos empeñamos en ser españoles, nos precipitaremos en el abismo de la reconquista; pero no, ¡jamás!, venimos del pueblo de Dolores, descendemos de Hidalgo y nacimos luchando como nuestro padre por todos los símbolos de la emancipación, y como él, luchando por tan santa causa despareceremos de sobre la tierra”.