Pablo Cabañas Díaz.
Las películas de Luis Estrada son una crítica desde la sátira a la vida política en México. En La ley de Herodes (1999), el director ofrece su mirada sobre el tema de la corrupción en el sistema político mexicano. En El infierno (2010), aborda la violencia propiciada por el crimen organizado en el país. Ambas películas desataron la polémica por criticar símbolos sociales y políticos que eran intocables en la cinematografía comercial mexicana.
La Ley de Herodes y El Infierno se inscriben en un contexto que corresponde a una dinámica de profundos cambios sociales y económicos: desigualdad, desempleo y precarización del trabajo, empobrecimiento, recorte de derechos y decadencia democrática, revueltas populares, represión del Estado y colapso social; además de la intensificación de las dinámicas del crimen organizado y el narcotráfico.
El Infierno y La Ley de Herodes, resumen a través de una anécdota en un pueblo pequeño el mítico San Pedro de los Saguaros todo el siglo de corrupción del régimen priista Un Mundo Maravilloso (2006), ridiculiza la falsa promesa de bonanza que representaba el “cambio” de régimen del sexenio de Vicente Fox; y en La Dictadura Perfecta (2014), hace una caricatura del sexenio de Enrique Peña Nieto y su complicidad con el aparato mediático al servicio del poder.
¡Qué viva México!, la última película de Luis Estrada, se estrenó en más de tres mil cines mexicanos y noventa estadounidenses, luego de que el cineasta adquiriera los derechos de distribución. Pero, en diciembre del año pasado, el cineasta denunció en entrevista para el diario español El País la “censura disfrazada” que sufrió “¡Que Viva México!”.
Según Estrada, el Instituto Mexicano de Cinematografía (Imcine) y la Secretaría de Cultura actuaron de forma arbitraria para negarle financiamiento a su proyecto fílmico. Más allá de la supuesta censura. ¡Qué viva México!, falla en su misión primordial: ser entretenida, contar una historia y hacerla funcionar. Estrada convirtió su última película en un cliché – en el que ha abusado de su fórmula narrativa hasta el punto de aburrir- y restar significado a las acciones de los papeles que desempeña en la película Damián Alcázar.
El actor aceptó el desafío de interpretar a varios personajes que buscan definir a la sociedad mexicana. Una admirable hazaña si la actuación fuera de alguna manera convincente, pero esto es precisamente lo que no logra Alcázar al interpretar a los hermanos Rosendo, Ambrosio y Regino. Sus múltiples actuaciones llegan a lo caricaturesco. Alcázar en su papel principal encarna a un hombre que vive en el recóndito pueblo de La Prosperidad en compañía de una docena de hijos y nietos que se dedican al juego y al escándalo. Este personaje, representa los ideales de la industria minera que fue absorbida y devorada por las corporaciones estadounidenses y canadienses. De ahí cobra sentido que viva las promesas del pasado y se construya, para sí mismo, una ficción sobre excavar para conseguir el ansiado oro que lo saque de pobre. Mientras esto pasa alimenta su resentimiento contra el resto de la sociedad.
Luis Estrada expresó que esperaba incomodar con su nueva película y en efecto lo consiguió, dura ¡tres horas con 11 minutos!, le sobra la mitad de su metraje. Mal escrita, dirigida, y editada. Pero sobre todo carente de coherencia. Estrada pone en riesgo toda su saga, quizás no consiga medios para hacer otra cinta en el futuro. ¡Que Viva México! es un fallido ejercicio de crítica hacia el poder representado en un ambicioso y corrupto alcalde que ejerce su poder repitiendo el mismo discurso, de Andrés Manuel López Obrador, sobre “el fin de la corrupción”, cuando en realidad siguen operando, las mismas prácticas del pasado.