Pablo Cabañas Díaz
El libro “La razón populista” del finado teórico social argentino Ernesto Laclau (1935-2014), tiene una actualidad inesperada en México en estos tiempos. Laclau aporta una manera alternativa de comprender la formación de identidades colectivas populares en un momento en el que el proyecto neoliberal se encuentra en crisis en América Latina. Un primer aspecto que sorprende al leer este libro en el 2022, son las dificultades para definir al populismo, la carencia de acuerdos mínimos entre especialistas sobre su contenido constitutivo y los infructuosos intentos de conceptualización, dan cuenta de un problema mayor para las ciencias sociales. El problema según sugiere Laclau, es la dificultad para incorporar en el análisis social y político lo no-racional, pasional y afectivo que, no obstante, es constitutivo de la política. Laclau ve al populismo como una práctica política específica, una lógica de lo social y un modo específico de construir lo político. Mirado desde este espejo, el lenguaje populista, su retórica, la pasión que despierta y sus símbolos, constituyen objetos de análisis legítimos, en vez de ser meras expresiones de su supuesta naturaleza patológica. De este modo, el foco del análisis de “La razón populista”, es el conjunto de estrategias complejas y condiciones que han hecho históricamente posible la emergencia del discurso populista y la identidad colectiva pueblo.
En México, por vez primera, en 1972, Arnaldo Córdova (1937-20149, en su libro: “La formación del poder político en México”, utilizó el término populismo para caracterizar tanto a la ideología cuanto a las prácticas de los regímenes políticos que se sucedieron en México tras la revolución de 1910-1917. En lugar de la dicotomía sociedad tradicional-sociedad moderna, el término desbordó las esferas académicas y se convirtió en voz de uso común entre los integrantes de las cúpulas de las agrupaciones patronales mexicanas, cuando asumió la presidencia de la República José López Portillo, el término “populismo” se había incorporado al discurso de un sector de la burocracia política que estaba empeñado en ajustar cuentas con la anterior administración de Luis Echevería y en recuperar la confianza de los grandes empresarios nacionales y extranjeros. Al finalizar el periodo presidencial de Luis Echeverría, había una inflación creciente, una drástica caída de la inversión en todos los sectores de la economía, un enorme déficit gubernamental, un crecimiento inusitado de la deuda pública externa, grave desequilibrio en las transacciones con el exterior que se buscó corregir a través de una devaluación de la moneda nacional en casi un 100 por ciento, así como una abierta especulación y una cuantiosa fuga de capitales.
No fue distinta la conclusión del sexenio de López Portillo, en septiembre 1982 hubo una gran crisis, la que incluyó una devaluación del peso frente al dólar .Como parte de las medidas de emergencia por la crisis, el gobierno de López Portillo decretó un aumento de emergencia de los salarios: 23% de aumento, lo que fue interpretado por los expertos como una pésima señal. Además, la banca mexicana se expropió y pasó a ser propiedad del gobierno; se decretó el control de cambios. La inflación era de casi 100% anual y seguía aumentando. La deuda externa era de más de 80 mil millones de dólares, casi 70% contratada por el gobierno. Esta grave crisis económica que enfrentó el país de 1970 a 1982 hizo evidente el descalabro de estas administraciones. Como era de esperar, las dificultades económicas se conjugaron con el desgaste del sistema político, cuya legitimidad sufrió un fuerte deterioro y desde entonces el término “populista”se utiliza para caracterizar en México a gobiernos que remiten a los sexenios que gobernaron de 1970 a 1982, la llamada “docena trágica”.