Pablo Cabañas Díaz
Miedo, pánico y desesperación vivieron los habitantes de Reynosa, Tamaulipas tras la muerte de Julián Manuel Loisa Salinas, “El Comandante Toro”, y Francisco “Pancho” Carreón, quienes eran buscados por las fuerzas federales y la Secretaría de Marina. El Ayuntamiento de Reynosa recomendó a la población resguardarse y tomar precauciones. En redes sociales se reportaron balaceras, bloqueos y robos de autos, así como quemas de establecimientos, vehículos, autobuses y llantas. Además, en muchos puntos de la ciudad se reportaron enfrentamientos. Un recuento extraoficial señalaba 70 incendios, por lo que el cuerpo de bomberos quedó rebasado.
Lo acontecido en Reynosa ejemplifica la creciente vulnerabilidad del Estado mexicano para ejercer el control de la frontera con los Estados Unidos. La existencia de “zonas de “desgobierno” y “lugares disputados” no necesariamente se traducen en la existencia de un “estado fracasado”, aunque ciertamente indica un reto al Estado y su monopolio sobre la violencia. El gobierno de Felipe Calderón comenzó una campaña contra los carteles en diciembre de 2006 desde entonces, el ritmo de la violencia no ha menguado. Por el contrario, la violencia se intensificó de tal forma que el crimen organizado empezó a utilizar tácticas como decapitaciones, colgamientos en vías públicas y actos de terrorismo para intimidar a la población y para debilitar la estrategia militar del gobierno.
Los tres estados que conforman el noreste mexicano: Tamaulipas, Nuevo León son un espacio geopolítico de la mayor importancia debido a factores de localización y cercanía con la frontera de Estados Unidos. Además, el acceso a la costa del Atlántico ha convertido sobre todo a Tamaulipas en el centro de operación de dos grupos de la delincuencia organizada en conflicto: el cártel del Golfo y los Zetas. En 2017 será el crimen organizado un elemento estratégico a tomarse en cuenta en la próxima sucesión presidencial del 2018.