OTRAS INQUISICIONES: Mundial 2026: austeridad, y una puesta decepcionante

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Por Pablo Cabañas Díaz

La presentación del programa oficial para la Copa Mundial de Futbol 2026, encabezada por la presidenta Claudia Sheinbaum, dejó un mensaje inequívoco: México se aproxima al evento deportivo más importante del planeta sin un relato convincente, sin ambición estética y con una narrativa pública marcada por la rutina administrativa. El acto, realizado en Los Pinos, anunció lo evidente —13 partidos en territorio nacional, inauguración el 11 de junio, previsión de 5.5 millones de visitantes—, pero careció de imaginación o visión estratégica. Fue, en lo esencial, un recuento técnico pronunciado con frialdad institucional.

La sobriedad podría interpretarse como prudencia fiscal, pero aquí se tradujo en un despliegue minimalista, casi desangelado, que contrastó con la magnitud del evento. La producción, parca y reiterativa, evocó la estética de noticieros oficiales de los años ochenta: tomas planas, discursos sin matices y un simbolismo tan austero que parecía temerle al entusiasmo. La narrativa se refugió en generalidades sobre “hospitalidad”, “cultura” y “oportunidad histórica”, conceptos que, repetidos sin contexto, pierden fuerza y dan la impresión de que no hay nada más que decir.

Sheinbaum resaltó inversiones en infraestructura aeroportuaria, incluida la asignación de 9 mil millones de pesos para el ya saturado Aeropuerto Internacional Benito Juárez y la futura conexión ferroviaria entre el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles y la zona de Buenavista. Aunque estas obras responden a demandas reales, su presentación volvió a carecer de visión: más que articularse como un proyecto de transformación, aparecieron como parches operativos destinados a paliar carencias crónicas. Las intervenciones en Guadalajara y Monterrey se mencionaron como notas al pie, sin mayor claridad ni ambición.

El llamado “Mundialito Social” buscó equilibrar la ecuación con un componente comunitario: canchas para niños, jóvenes, adultos mayores y personas con discapacidad; torneos locales; y espacios públicos donde ver los partidos. La iniciativa, noble en su formulación, fue descrita sin presupuesto, calendario ni mecanismo verificable. El gesto, más que una política articulada, se percibió como una frase construida para llenar un vacío.

México, país con una tradición mundialista profunda —sede en 1970 y 1986—, enfrenta 2026 sin una narrativa que honre esa memoria. La presentación de Los Pinos dejó la impresión de un gobierno que opera a media luz: ni dispuesto a competir con la espectacularidad global ni capaz de proponer una alternativa creativa. Si este acto inaugural constituye una señal, la tercera Copa del Mundo en suelo mexicano corre el riesgo de convertirse en una oportunidad desaprovechada: un evento administrado, pero no imaginado; ejecutado, pero no soñado.

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