Pablo Cabañas Díaz
El investigador Luis Omar Montoya Arias se pregunta: ¿ Qué se ha escrito sobre el mariachi, símbolo de la mexicanidad?. En los trabajos académicos realizados sobre el tema destacan dos autores: Arturo Chamorro y Jesús Jauregui. Existe el acuerdo de que en el mariachi moderno el uso de la trompeta es lo distintivo. Emilio Azcárraga Vidaurreta fue su promotor en los programas radiofónicos de la XEW. La presencia de la trompeta es un signo de ostentación y no tanto de identidad, es también un elemento de la moderna orquestación, que le ha dado al mariachi un sonido ornamental y de fuerte presencia armónica. Es la imagen del mariachi que hemos visto desde los años cuarenta del siglo XX. Es apariencia y sonido.
El mariachi en nuestros días es un negocio, un producto vendible: una mercancía cultural. Como negocio del espectáculo folklórico ha propiciado el surgimiento de tradiciones inventadas. Se ha manipulado la imagen, la idea y se ha etiquetado al jalisciense como un charro que usa botas, sombrero, toma tequila y canta al son de la trompeta, instrumento musical que identifica al mariachi moderno, al que casi todos conocemos; el Vargas de Tecalitlán.
Jesús Jáuregui desmiente que el mariachi sea de Jalisco, dejando en claro que éste no es una expresión única del mencionado estado, es decir, las divisiones políticas y geográficas nos son suficientes para delimitar una práctica cultural ni mucho menos la identidad se crea por decreto político. El mariachi es una tradición de una región amplia, que se puede identificar desde la Alta California hasta Oaxaca. No es solo jalisciense, argumento vendido desde los inicios del periodo cardenista y legitimado desde el cine mediante los cuales millones de mexicanos históricamente –quizás no de forma razonada- se acercan al mariachi.
Jáuregui presenta una síntesis magistral de la tradición mariachera, clasificándola en: antigua y moderna. Para el investigador son los documentos los que le permiten afirmar que “mariachi” no es de origen francés y que esta vinculación al viejo continente responde a una necesidad estrictamente eurocentrista por creer con una necedad que a veces resulta enfermiza, que somos más europeos que mesoamericanos, africanos e inclusive árabes. Para Jáuregui hay una negación ancestral de lo mexicano y pensamos o nos convencen que cualquier cosa, manifestación, práctica socio – cultural que tenga trascendencia y resonancia no es de aquí, que tiene que venir de Europa o de Estados Unidos para reconocer el valor y su importancia.
La primera imagen, fotografía o gráfico en la que aparece un mariachi incorporando trompeta corresponde a 1892, en Tepic, Nayarit. Para finales del siglo XIX, la música contaba con dos violines de rancho, arcos cortos y primitivos; un pistón lleno de abolladuras; dos guitarras remendadas intencionalmente, pues es fama que así suenan mejor, y un contrabajo monumental. Como instrumento orgánico e indispensable del mariachi, la trompeta se gesta en la década de 1930, por estos años comienza a ser costumbre, sobre todo en la Ciudad de México, es por eso que Jáuregui afirma el mariachi con trompeta se consolidó en la capital. Miguel Martínez, fue el primer trompetista del “Mariachi Vargas de Tecalitlán”, la cual fue introducida a sugerencia del dueño de la XEW, Emilio Azcárraga, que bien puede ser considerado promotor mediático de la incorporación de la trompeta al mariachi moderno. Hoy la televisión y la radio se interesan poco en él y casi no lo difunden. Contrario a esto, es arrollador en Estados Unidos, en Europa, en Asia. Por ejemplo, el “Mariachi Romatitlán” de Italia. En 1994, Televisa anunció la muerte del mariachi en su programación, de hecho se negó a participar en el “Primer Encuentro Internacional del Mariachi”, realizado en Guadalajara ese mismo año. El mariachi es mexicano, y más allá de la comercialización, es quizás un símbolo artificialmente construido, pero símbolo al fin; representante de la “mexicanidad” allende de nuestras fronteras geográficas y políticas.