POR PABLO CABAÑAS DÍAZ
Los informes presidenciales en México, desde su instauración en el siglo XIX, ha sido más que un acto protocolario: se convirtió en un termómetro político del régimen. Aunque en la era del presidencialismo del PRI los informes se revestían de solemnidad y control, hubo momentos en los que la tensión política, social y económica se hizo evidente, dejando huellas imborrables en la memoria colectiva.
Uno de los episodios más recordados ocurrió el 1 de septiembre de 1968, cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz rindió su cuarto informe en medio de la crisis del movimiento estudiantil. El ambiente era de máxima tensión: el país estaba polarizado, las calles eran escenario de marchas y represión, y el informe se convirtió en un ejercicio de defensa autoritaria. Díaz Ordaz dedicó una parte considerable de su discurso a justificar el uso de la fuerza pública y a señalar que la “paciencia tiene un límite”, anticipando la tragedia de Tlatelolco semanas después.
Otro momento cargado de dramatismo se vivió en 1982, cuando José López Portillo pronunció su último informe en medio de la crisis de deuda y la devaluación del peso. Con lágrimas en los ojos y rodeado de un Congreso atónito, anunció la nacionalización de la banca, acusando a los “saqueadores” de haber traicionado al país. Ese informe quedó grabado como el fin del milagro petrolero y el inicio de una era de ajustes dolorosos.
En 1994, Carlos Salinas de Gortari enfrentó uno de los escenarios más convulsos: el levantamiento zapatista en Chiapas, el asesinato de Luis Donaldo Colosio y la crisis de confianza hacia su gobierno. Su sexto informe estuvo marcado por la tensión de una transición incierta y un país en vilo. El discurso, cargado de justificaciones, mostró a un presidente debilitado frente a una oposición creciente.
Finalmente, ya en el México democrático, Vicente Fox enfrentó en 2006 uno de los informes más tensos: el Congreso fue tomado por legisladores opositores en protesta por las acusaciones de fraude electoral. Fox no pudo pronunciar su mensaje completo; entregó por escrito el informe y abandonó el recinto en medio de gritos y pancartas, marcando un parteaguas en la relación entre Ejecutivo y Legislativo.
Estos episodios muestran que, más allá de la retórica oficial, los informes presidenciales son espejos de las tensiones históricas del país. Allí donde el poder quiso mostrar estabilidad, muchas veces se reflejó la fractura social y política de México.