Por Pablo Cabañas Díaz
Durante su sexenio, Andrés Manuel López Obrador transformó por completo la tradición de los informes presidenciales en México. A diferencia de sus antecesores, que mantenían la formalidad de entregar el documento al Congreso y ofrecer un mensaje en espacios controlados, AMLO convirtió cada informe en un acto político de reafirmación de su liderazgo.
Desde 2018, López Obrador no se limitó al informe constitucional del 1 de septiembre. Multiplicó el número de reportes, realizando balances trimestrales, conmemoraciones especiales y discursos extraordinarios, como los relacionados con la pandemia de COVID-19. En lugar de un ejercicio de rendición de cuentas ante el Legislativo, los informes se convirtieron en plataformas de comunicación directa con la ciudadanía.
El estilo también fue distinto. Mientras los presidentes anteriores solían leer discursos con un tono institucional, López Obrador habló en un lenguaje coloquial, improvisado y cargado de frases simples, cercanas al pueblo. Se dirigió al país como lo hacía en sus conferencias matutinas, repitiendo su narrativa de lucha contra la corrupción, defensa de los pobres y confrontación con la “élite conservadora”. En sus informes predominó el tono triunfalista: se exaltaron los programas sociales, la austeridad republicana y los proyectos emblemáticos, como el Tren Maya, Dos Bocas o el Aeropuerto Felipe Ángeles.
Críticos señalaron que, aunque los informes eran más frecuentes y más accesibles en su forma, carecían de autocrítica y de rigor técnico. No se ofrecían balances completos de indicadores, ni se reconocían errores o retrocesos. En ese sentido, los informes funcionaron más como propaganda política que como herramientas de evaluación gubernamental.
El desplazamiento del escenario también fue significativo. AMLO trasladó el eje de los informes desde el Congreso —símbolo del equilibrio de poderes— hacia Palacio Nacional o el Zócalo, espacios que reforzaban su conexión con las masas y su figura como líder carismático. Esto significó una ruptura con la liturgia presidencialista tradicional, pero no en beneficio de la institucionalidad democrática, sino de un estilo personal de gobernar.
En retrospectiva, los informes de López Obrador fueron piezas fundamentales de su narrativa política. Rompieron con el formalismo priista y con los informes “a modo” de panistas y priistas, pero instauraron un modelo centrado en la comunicación directa y unilateral. Más que rendir cuentas, los informes reafirmaron su poder y su relación con el pueblo, dejando de lado el carácter republicano del acto.
