Pablo Cabañas Díaz
En el libro de Nieves Herrero “Lo que escondían sus ojos,” se narran los amores adúlteros de quien era entonces, al terminar la guerra civil española, la mano derecha de Francisco Franco, además de ser su cuñado, era el ministro de Asuntos Exteriores su nombre era Ramón Serrano Suñer. Serrano Suñer tuvo una relación que duró quince años, entre 1940 y 1955, con Sonsoles de Icaza, Marquesa de Llanzol, una de las damas más bellas de la vida madrileña, quien era vestida por el famoso modista de la época Cristóbal Balenciaga.
Tanto el ministro de Asuntos Exteriores como su amante estaban casados. Serrano Suñer con Ramona Polo, hermana de la esposa de Francisco Franco, era padre de seis hijos, en tanto que la Marquesa era madre de tres. Se arriesgó mucho en aquellos amores . Serrano Suñer, había contribuido decisivamente a la política franquista, por ser un prestigioso abogado, pero esa relación contribuyó a su caída, en la que tuvo mucha influencia la esposa de Franco, que no podía consentir que le fuera infiel a su hermana.
En cuanto al esposo de la marquesa de Llanzol, era un héroe de guerra, militar de alto rango que aportó su título aristocrático al matrimonio, enterado de que su mujer, a la que llevaba bastantes años de diferencia, le engañaba con el Ministro, optó por aceptar aquellas relaciones para mantener ante la opinión pública su estado civil, aun a sabiendas de que era objeto de comentarios entre amigos de la pareja, algunos como puede suponerse de mal gusto.
La marquesa de Llanzol nunca pudo imaginar que su hija, que nació en 1942 y fue bautizada como Carmen Díez de Rivera de Icaza, y vivió toda su vida como hija del Marqués tuviera un idilio con su hermano y que su padre biológico fuera Serrano Súñer. El Marqués de Llanzol se portó hasta su muerte como su verdadero padre para Carmen, y ella correspondió a ese cariño, sin haber tenido nunca trato con Serrano Súñer, del que no supo su identidad hasta que vivió ese doloroso episodio sentimental.
La enfermera encargada de cuidar a Carmen, narra que la frase de Carmen cuando se presentó ante ella fue contundente. “Hola, buenos días, soy Carmen Díez de Rivera. Tengo cáncer, me voy a morir.”. Carmen se fue con la pena de que su progenitor no reconociese que ella era el fruto de aquel amor que en el fondo supo entender mejor que nadie, dada la equívoca atracción que ella había sentido por su propio hermano. Muchos, de hecho, dijeron que aquella muerte no fue por el cáncer, sino por amor.