OTRAS INQUISICIONES: La máscara y el espejo: Fidel Castro, entre la revolución y el privilegio

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Pablo Cabañas Díaz

 

En la historia de los hombres que se convierten en símbolos, pocas figuras han alcanzado la densidad trágica de Fidel Castro. En él confluyen la pasión revolucionaria, la astucia del estratega y la paradójica vocación de vivir al margen de la igualdad que predicabaEl libro La vida oculta de Fidel Castro, es un testimonio punzante de Juan Reinaldo Sánchez —exguardaespaldas del Comandante— es, en su esencia, el desmontaje de un mito cuidadosamente tallado a lo largo de medio siglo. Y como toda deconstrucción de lo sagrado, este libro provoca más que informa, inquieta más que convence.

En la tradición de los cortesanos decepcionados Sánchez se sitúa como un testigo incómodo que ha visto desde los bastidores las contradicciones del espectáculo. Nos describe a un Fidel que no duerme en hamacas ni vive de arroz y frijoles, sino que dispone de residencias secretas, yates, una isla privada y una vida resguardada por los mecanismos del privilegio más burgués. ¿Cómo reconciliar esta imagen con el hombre que enarboló la utopía marxista en el Caribe?

Al leer este libro bajo la lupa de la historia, uno recuerda las palabras de Orwell: “Toda revolución devora a sus hijos, pero también se convierte en aquello que juró destruir”. Castro, según el relato de su guardaespaldas, encarnaba esa metamorfosis: el líder de la Sierra Maestra que termina encerrado en una corte de vigilancia, paranoia y lujo; el defensor del pueblo que termina espiando a su pueblo con una obsesión digna de Fouché o Beria.

Más allá del morbo político o del amarillismo biográfico, lo que este libro desvela es la lógica del poder absoluto. En la Cuba revolucionaria, el Estado no sólo pertenece al líder: es el líder. Y el líder se convierte en el custodio del secreto, el vigilante de sí mismo, el prisionero de su propia mitología. No es sólo la corrupción moral de vivir como magnate mientras se predica la igualdad lo que indigna; es la posibilidad de que la revolución no sea más que una ficción sostenida por el miedo, el silencio y el control.

Sánchez, sin ser un intelectual, tiene el mérito del testigo. Su relato no pretende teorizar, sino mostrar. Y lo que muestra no es tanto a un tirano sangriento, sino a un hombre —casi shakespeariano— atrapado en el juego del poder y su perpetuación. Hay en Fidel una dimensión trágica, como la de los grandes personajes de la historia: un libertador que termina aislado en su propia isla mental, rodeado de micrófonos, dobles muros y obediencias forzadas.

¿Y el pueblo? El pueblo cubano, ese que coreó su nombre durante décadas, parece ausente en este retrato. Quizá porque en el fondo, como en toda autocracia, la masa existe sólo como telón de fondo del drama del caudillo. Tal vez, en la vida oculta de Fidel Castro, no sólo se revela al hombre que fue, sino al sistema que creó: una revolución que se volvió corte, y un líder que, sin abdicar, se convirtió en su propia sombra

 

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