Pablo Cabañas Díaz
Donald Trump insiste en construir su muro de separación, y mientras tanto ha optado por reforzar el control de las patrullas fronterizas con militares, tal y como lo señaló la Secretaria de Seguridad Interior, Kirstjen Nielsen, quien explicó que el despliegue comenzaría “de inmediato”, si bien deben aún formalizarse acuerdos con los gobernadores de los Estados de la Unión que hacen frontera con México.
El uso de la Guardia Nacional en la frontera no es nuevo. El demócrata Barack Obama desplegó a mil 200 efectivos en 2010 también con el fin de frenar la entrada de extranjeros sin papeles y el narcotráfico. Arizona acababa de promulgar una ley que califica de delito la inmigración ilegal en el Estado y permite a la policía detener a cualquier ante la “sospecha razonable” de que es un indocumentado.
Trump adopta esta decisión utilizando datos distorsionados en materia migratoria y atacando con dureza a nuestro país al que acusa de pasividad a la hora de frenar el flujo migratorio, propio y de países de Centroamérica, hacia el norte. En los últimos días, el presidente Trump se ha referido a una caravana de migrantes centroamericanos que estaba cruzando México en dirección a Estados Unidos, convocada por la organización ‘Pueblos sin fronteras’.
La migración es sin duda la forma más visible de un problema mayor que está en el corazón de Estados Unidos, un problema que permanece irresuelto en su historia, el racismo. El «problema» se refiere a los migrantes que escapan de la pobreza existente en un sur empobrecido –una condición económica que está vinculada a las estructuras raciales existentes a nivel global–, y que son vistos como los que están invadiendo o infectando un Norte tradicionalmente definido como «blanco».
Los latinos son la población de mayor expansión y el mayor grupo minoritario en los Estados Unidos. Según estimaciones del US Census of Population para mediados del siglo XXI, la gente de color constituirá la mayoría demográfica en el país. Una visión inquietante es que tal histeria aparece meses antes de las elecciones de noviembre e inspirará a nuevos y más racistas proyectos. Los estadounidenses blanco- anglos saben bien de la posibilidad real de convertirse en minoría en su propio país en este siglo XXI. El problema es la presencia de población no blanca en una sociedad que sigue siendo racista en su élite del poder