OTRAS INQUISICIONES: Grandes maestros: Kiyoshi Takahashi

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Pablo Cabañas Díaz
Kiyoshi Takahashi (1925-1996), fue un escultor japones que tuvo una importante influencia en el ámbito artístico mexicano. En 1957 obtuvo el premio al mejor artista joven y el galardón de la alcaldía de Osaka en la exposición Shinseisaku.  Decidió viajar a México, atraído por la fama de su arte contemporáneo y, sobre todo, por la escultura prehispánica.Llegó a la ciudad de Jalapa, Veracruz, en 1958. Kiyoshi nunca dejó de viajar, tanto a Japón como a otras partes del mundo, siempre regresando a México, porque “me interesa lo prehispánico, la vida de México, su naturaleza y su gente”. La primera vez que llegó al país fue recibido por Alberto Gironella, Pedro Coronel y Manuel Carballido. Un año después de su arribo a Jalapa exhibió esculturas, dibujos y grabados en la galería Los Petules, con la asistencia de altas personalidades tanto diplomáticas como culturales.
Tal fue el impacto de su obra que logró, en 1960, exponer  de manera individual en el Museo Nacional de Arte Moderno en el Palacio de Bellas Artes. En esa ocasión Rufino Tamayo , comentó en el catálogo de la muestra sobre Takahashi: Viene de muy lejos, de un país de gloriosa tradición, pero su inquietud lo ha lanzado a escudriñar nuevos horizontes para enriquecer su acervo, pues no está conforme tan sólo con su herencia. Joven escultor cuyo esfuerzo rompió ya el grueso muro localista para entrar de lleno en la universalidad que es la meta del arte. Estoy seguro de que su convicción lo ha de fortalecer, llevándolo al éxito. Que su ejemplo sirva de estímulo a nuestros jóvenes también inconformes. Yo lo saludo con toda mi simpatía.
Tamayo no se equivocó, pues el artista japonés dejó un innegable legado artístico entre sus alumnos, ya que en 1962 fue nombrado profesor y jefe del Departamento de Escultura de la Universidad Veracruzana, en Jalapa; además, desde 1961 hasta 1963 dicha institución lo contrató para realizar una serie de trabajos escultóricos. Su alumno de aquel tiempo, el escultor Rafael Villar, da cuenta de su experiencia con el maestro Takahashi cuando afirma que “puso a Jalapa en el mapa de la escultura moderna, sembró sus árboles del desierto en esa institución”.
La Universidad Veracruzana comenzaba un proyecto en algún sentido novedoso, cuando Kiyoshi empezó a impartir clases. En México “no sólo encontró su admirada escultura azteca, olmeca o totonaca, que estudió y analizó concienzudamente, sino que encontró gente y modos de vida muy diferentes a los de su tierra; encontró una naturaleza diversa, nunca antes vista. Todo ello constituiría su experiencia mexicana, que le afectó profundamente y que marcaría el desarrollo de su obra personal” El panorama de la escultura en México en esos años no era muy halagüeño, a excepción de las aportaciones estéticas de dos grandes solitarios poco valorados: Germán Cueto y Waldemar Sjölander, además de, por supuesto, Mathias Goeritz, y de ahí Manuel Felguérez, Ángela Gurría, Geles Cabrera, Jorge Du Bon, el alemán Herbert Hoffman y el francés Olivier Seguin, entre otros.
Durante la década de 1960, el Instituto Nacional de Bellas Artes organizó una serie de Bienales de Escultura que coadyuvaron a posicionar los nuevos lenguajes escultóricos; en estos concursos el artista participó y obtuvo el Premio La Venta en 1964, y en 1967 el Segundo Premio en la sección de Escultura Monumental Urbana. Cabe subrayar que Kiyoshi también participó con una pieza en concreto en la Ruta de la amistad en 1968, en el marco de los XIX Juegos Olímpicos. Un año más tarde regresó a Japón y fue nombrado profesor de escultura en la Escuela Superior de Bellas Artes. Realizó un monumento para la ciudad Perros Giurec en Francia y fue designado miembro honorario de la Academia Real de Bellas Artes de los Países Bajos.
En 1988 volvió a México porque el Museo Rufino Tamayo le organizó una exposición individual retrospectiva conformada por trabajos realizados tanto en México como en Japón, en los que se puso de manifiesto la madurez de su lenguaje universal. Esa muestra representó un deber suyo con México, pero también un deber de México con él.

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