Por Pablo Cabañas Díaz
Florentino Ventura Gutiérrez perteneció a una generación de policías moldeados por la lógica de la Guerra Fría. Ingresó a la Dirección Federal de Seguridad (DFS) en los años setenta, cuando esa corporación —adscrita a la Secretaría de Gobernación— se convirtió en el brazo operativo del Estado mexicano contra los movimientos guerrilleros y de oposición. En aquel contexto, Ventura destacó por su disciplina, eficacia y lealtad. Era un agente de métodos duros, formado en la idea de que la seguridad nacional justificaba casi todo.
Ex compañeros lo describen como un hombre de voz seca y mirada fija, que rara vez sonreía. No era un torturador por vocación, decían, pero tampoco un policía que dudara frente a una orden. En los archivos desclasificados de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DGIPS) aparecen reportes firmados por Ventura en operativos contra células urbanas de la Liga Comunista 23 de Septiembre y del Movimiento de Acción Revolucionaria (MAR). Su trabajo consistía en identificar, infiltrar y desarticular grupos armados en Guadalajara, Monterrey y la Ciudad de México.
Tras la disolución de la DFS en 1985 —tras el escándalo del secuestro y asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena—, Ventura fue reasignado a la Interpol México, organismo que coordinaba la cooperación policial internacional. Ahí alcanzó su punto más alto: era un cuadro con contactos, experiencia y una reputación de funcionario incorruptible en un sistema corroído por la corrupción.
Sin embargo, su pasado lo seguía de cerca. Diversos informes periodísticos de la época lo vinculaban con operativos “especiales” de inteligencia, zonas grises donde la información y la represión se confundían. Algunos ex agentes de la DFS aseguraron, años después, que Ventura sabía demasiado: nombres, rutas, pactos y operaciones donde la ley servía de fachada.
Su muerte en septiembre de 1988 cerró abruptamente esa trayectoria. Oficialmente, fue un suicidio tras una riña doméstica. Extraoficialmente, marcó el fin de una era. La figura del comandante Ventura simboliza el tránsito de un país que salía del autoritarismo hacia una modernidad que aún no entendía. En él se cruzaban los códigos de la vieja policía política y las exigencias de un nuevo orden internacional.
Su expediente, como el de la propia DFS, permanece incompleto. Pero en las sombras de aquella estructura que mezclaba espionaje y crimen, Ventura encarna el dilema de un Estado que, para preservar el orden, aprendió a convivir con el secreto.
