Pablo Cabañas Díaz
El espiritismo en México no solo tuvo implicaciones religiosas o filosóficas, también penetró en el ámbito político y social, particularmente en los años previos y posteriores a la Revolución Mexicana. La creencia en la comunicación con los espíritus y en la reencarnación ofrecía un horizonte de justicia trascendente, que se articulaba con los ideales de transformación social y de lucha contra la desigualdad.
Algunos líderes revolucionarios y pensadores liberales veían en el espiritismo un espacio de crítica al poder eclesiástico, alineado con el discurso anticlerical que caracterizó al México posporfirista. Si bien no se trató de un movimiento mayoritario, las sociedades espiritistas ofrecieron espacios de reunión y discusión política, donde se entrelazaban la ética espiritual y las demandas de cambio social.
Durante la Revolución, el espiritismo se vinculó con el discurso de la regeneración nacional. La noción de que las almas evolucionan y se perfeccionan a través de distintas vidas fue entendida como una metáfora de la transformación del pueblo mexicano: un país que debía morir en su versión porfirista para renacer con justicia social. Este simbolismo le dio fuerza a los ideales de emancipación.
Asimismo, algunas mujeres encontraron en el espiritismo un medio de participación activa, en un momento en que la política formal estaba restringida a los hombres. Las mujeres médiums y dirigentes espiritistas asumieron roles de liderazgo en las comunidades, aportando a los debates sobre igualdad y derechos.
No obstante, el espiritismo también enfrentó críticas por parte de sectores revolucionarios más radicales, que lo consideraban una distracción supersticiosa frente a las luchas materiales del pueblo. Aun así, sus valores éticos, centrados en la fraternidad, el progreso espiritual y la justicia universal, encontraron eco en corrientes de pensamiento utópico.
El espiritismo tuvo un papel marginal pero significativo en el entramado ideológico de la Revolución Mexicana. Su influencia permitió articular la dimensión espiritual con los ideales políticos, ofreciendo un lenguaje de transformación tanto personal como colectiva. Aunque posteriormente su impacto disminuyó, dejó una huella en la construcción simbólica del México revolucionario.