POR PABLO CABAÑAS DÍAZ
El sexenio de Emilio González Márquez que fue del 2007 al 2013, en Jalisco se recuerda menos por sus obras y más por los episodios etílicos que revelaron, con brutal claridad, la torpeza y la arrogancia de un gobernante incapaz de medir sus palabras o sus actos. Abril de 2008 ofrece un ejemplo elocuente: el gobernador, visiblemente ebrio, se enfrentó a periodistas y líderes eclesiásticos con una desfachatez que rayaba en el insulto. La frase “lo que unos loquitos digan a mí me vale madre” no solo denotaba desdén, sino un desprecio absoluto por la crítica y la democracia mínima que exige un cargo público. Fue el inicio de un declive inevitable, un primer capítulo en la crónica de un sexenio marcado por el desatino personal y político.
La incapacidad de González Márquez para reconocer la diversidad se manifestó de nuevo en octubre de 2010, durante la Segunda Cumbre Iberoamericana de la Familia, cuando declaró que el matrimonio entre personas del mismo sexo le producía “asquito”. Más allá de la torpeza verbal, la declaración condensó su visión del mundo: conservadora, excluyente y desprovista de empatía, un desprecio explícito por los derechos humanos y la sensibilidad contemporánea que lo aisló de la sociedad que decía gobernar.
Quizá el episodio más grotesco ocurrió en la residencia del ex rector de la Universidad de Guadalajara, Raúl Padilla López. González Márquez llegó en estado de ebriedad, golpeando la puerta y vociferando: “Saca las llaves y ábreme la puerta, cabrón”. Lo que debía ser un encuentro discreto se transformó en espectáculo de violencia verbal y exhibición pública del descontrol de un mandatario. La falta de tacto se volvió su sello: todo gesto, cada palabra, cada arranque de cólera, se convirtió en evidencia de una doble moral que marcó todo su gobierno.
El sexenio, además, estuvo plagado de despilfarro, opacidad financiera y proselitismo religioso. Sin embargo, lo que permanece en la memoria colectiva no son los balances presupuestales ni los programas sociales, sino la imagen de un gobernador borracho de poder, incapaz de medir sus impulsos, que convirtió el desprecio por los otros en política cotidiana. En la historia política de Jalisco, Emilio González Márquez es un ejemplo de cómo la torpeza, la arrogancia y la falta de tacto pueden eclipsar cualquier gestión formal, dejando un legado de indignación, escándalo y vergüenza
