Por Pablo Cabañas Díaz
El primer informe presidencial de Vicente Fox, presentado el 1 de septiembre de 2001, estuvo cargado de simbolismo y expectativas. Tras más de setenta años de hegemonía priista, la llegada de Fox a la presidencia significó para millones de mexicanos la posibilidad de una auténtica transición democrática. Por ello, su primer informe no fue un acto más del protocolo político, sino un momento histórico que condensaba la esperanza de un país que ansiaba cambios profundos.
El ambiente previo al informe era inédito. El triunfo electoral de Fox en julio de 2000 había representado la primera alternancia en la presidencia desde 1929. El Congreso, con presencia plural de partidos, reflejaba un nuevo equilibrio de poderes. El acto de rendir cuentas, antes caracterizado por la sumisión legislativa al Ejecutivo, se convertía en un espacio de tensión, debate y negociación.
En su discurso, Fox se presentó como un presidente distinto: sin corbata tradicional, con un tono cercano y directo, buscó marcar distancia del estilo autoritario y acartonado de sus predecesores. Su mensaje estuvo centrado en la idea del “cambio” y en la necesidad de transformar a México en una nación moderna, democrática y próspera. Propuso un gobierno transparente, comprometido con la rendición de cuentas y abierto al diálogo con todas las fuerzas políticas.
Sin embargo, más allá del entusiasmo, el informe también evidenció los límites de la transición. Fox llegó con promesas ambiciosas: terminar con la corrupción, resolver el conflicto en Chiapas “en 15 minutos” y generar un crecimiento económico sostenido. Pero ya en su primer año enfrentaba obstáculos: una economía afectada por la desaceleración mundial tras la crisis tecnológica de 2000, un Congreso fragmentado que frenaba sus iniciativas, y una burocracia acostumbrada al control priista que resistía los cambios.
El informe de 2001 puede leerse, en retrospectiva, como un momento fundacional de la democracia mexicana, pero también como el inicio de las tensiones que marcarían el sexenio foxista. El presidente logró inaugurar una nueva relación entre los poderes, más abierta y crítica, pero no pudo consolidar el cambio estructural que prometía. La expectativa de una “transición ejemplar” se fue diluyendo con el paso de los años, al enfrentarse el discurso del cambio con la compleja realidad de la gobernabilidad.