OTRAS INQUISICIONES: El padelazo de Cuauhtémoc Blanco

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Por Pablo Cabañas Díaz

Cuauhtémoc Blanco Bravo, exfutbolista, convertido en político, ha mantenido una peculiar relación con la esfera pública. Desde septiembre de 2024, es diputado federal por representación proporcional. Su presencia en la Cámara de Diputados no ha pasado inadvertida: más por sus ausencias que por sus intervenciones. En octubre de 2025, Cuauhtémoc Blanco se volvió tendencia en redes sociales al participar en una sesión legislativa de manera remota… mientras jugaba pádel. El video, difundido por diversos medios, mostraba al exgobernador sosteniendo la raqueta con la misma pasión que alguna vez tuvo por el balón, registrando su asistencia sin intervenir en la votación.

El episodio del pádel no fue solo una anécdota cómica, sino un símbolo de la transformación del héroe popular en figura mediática desconectada de la responsabilidad pública. En el fondo, ese juego de pádel en plena sesión legislativa condensó la paradoja de Cuauhtémoc Blanco: un hombre que, en su tiempo, representó la entrega total por la camiseta y que hoy parece jugar la política como si fuera una partida más de exhibición. Si en la cancha era impredecible y genial, en la política es errático y controversial.

El pádel, deporte de moda entre las élites políticas y empresariales mexicanas, se ha convertido en una especie de metáfora de la distancia entre la clase dirigente y la ciudadanía. Jugar mientras se discuten leyes, aunque sea de forma simbólica, proyecta una imagen de frivolidad que choca con la figura del Blanco futbolista, aquel que lloraba al cantar el himno nacional antes de un Mundial o que insultaba al árbitro con un lenguaje de barrio, pero auténtico. El contraste entre el Cuauhtémoc del “golazo” a Brasil en la Confederaciones de 1999 y el Cuauhtémoc del “padelazo” en San Lázaro es tan abismal como revelador.

Paradójicamente, su espontaneidad sigue siendo su marca registrada. Para sus seguidores, el exjugador conserva una autenticidad que lo distingue de los políticos tradicionales; para sus detractores, representa la banalización de la política y la renuncia al deber público. Lo cierto es que Cuauhtémoc Blanco no se ha adaptado al protocolo ni a la disciplina de la vida institucional: su modo de actuar responde más al impulso del delantero que busca el gol decisivo que al cálculo del legislador que analiza un dictamen.

A más de tres décadas de su debut profesional con el América, Blanco sigue siendo noticia, aunque ya no por sus goles sino por sus gestos. El episodio del pádel es, en última instancia, la extensión natural de su carácter: desafiante, temperamental y ajeno a las reglas del juego político convencional. Cuauhtémoc Blanco no finge ser lo que no es, y esa honestidad brutal, que lo llevó al éxito en el fútbol, se convierte en su mayor debilidad en la política.

Su historia, más allá del juicio moral, revela el tránsito de una época: la del futbolista convertido en símbolo de identidad popular al político atrapado entre la nostalgia del estadio y las exigencias de la tribuna legislativa. En el fondo, Cuauhtémoc Blanco sigue jugando —solo que ahora el balón ha cambiado de forma, y la cancha, de sentido. El problema es que mientras él juega pádel, el país espera que juegue en serio.

pcdmx2025@proton.me

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