Pablo Cabañas Díaz.
La semana pasada, gracias a la gran conocedora de la Ciudad de México que es Aurora Fernández tuve la oportunidad de visitar el Museo Kaluz , que se encuentra en la esquina de Paseo de la Reforma y avenida Hidalgo. Ese edificio a lo largo de los siglos XIX y XX tuvo distintos usos, entre ellos, fue la vecindad en la que nació Germán Valdés “Tintan” y, tiempo después el Hotel de Cortés. La visita al Museo me hizo recordar a la librería más añorada de la Ciudad de México que permaneció en avenida Hidalgo, y que visite entre los años setenta y ochenta, la del generoso y amable Polo Duarte —Libros Escogidos— que justo se encontraba a un lado del lo que hoy es el Museo Kaluz. Cuando yo tenía 21 años, un día fui a la librería. Entré y le pregunté a Polo qué tenía sobre Bertrand Rusell. Él me devolvió la pregunta: ¿Qué has leído de Rusell?. Le dije que solamente, “Por qué no soy cristiano” que fue considerado uno de los libros más importantes del siglon XX. Polo me recomendó “El valor del libre pensamiento” publicado por Rusell en 1944. Ese libro cambio mi vida al explicarme que la libertad de pensamiento, se sustenta en la idea de cuestionar e investigar la realidad con las armas de la ciencia y el razonamiento, y de intentar crear un mundo más justo ante la irracionalidad de la injusticia.
Polo almacenaba tesoros bibliográficos en su pequeño local y además buscaba libros para sus clientes de alto poder económico. Pero también fiaba sus libros. Tenía una libreta donde anotaba los nombres y al lado los títulos y las cantidades de los deudores, estoy seguro que la mayor parte de aquellas deudas quedaron sin pagar. Polo como sabía que no tenía dinero me alquilaba los libros por un peso. Leía el ejemplar con mucho cuidado, para no dañarlo y para que él lo pudiera vender después. Muchos de esos libros venían con las páginas sin abrir, ésos los alquilaba en dos pesos.
En esa librería conocí a Manuel Blanco, y con Manuel fui a dar en el año 1978 a la “Revista Mexicana de Cultura”, que encabezaba el maestro Juan Rejano. La amistad se profundizó con Manuel en la cantina el Salón Palacio, en sesiones sabatinas en las que participaba un numeroso grupo de periodistas. La tertulia comenzaban a las dos de la tarde, una vez que todo mundo cobraba en El Nacional, y muchos concluían hasta que cerraba el local. Otros pasabamos a la tertulia que se organizaba en la librería de Polo en la que el uso de la voz estaba reservada a Otaola, quien nos daba su versión del acontecer nacional e internacional desde una visión descarnada e irónica. En el estrecho local de Libros Escogidos celebrábamos tertulias cada sábado. Acudíamos allí —y sin duda omito muchos nombres— las estrellas eran: Simón Otaola , Gustavo Sainz y Emilio García Riera. Los jóvenes acudiamos en calidad de escuchas. Las memorias de Otaola tituladas: Tiempo de recordar es un libro de microhistoria del diario vivir el exilio republicano en México. El olvidado escritor vasco Otaola reapareció a través del cine en el año 2002, con la película del director méxicano Raúl Busteros “Otaola o la república del exilio”. La película de Busteros comienza con una noticia : ha muerto en México un exiliado republicano español muy importante. Otaola le “tomaba el pulso al exilio”, y también a la política mexicana , suerte de cronista calificador que separaba a quienes se portaban mal- políticos e intelectuales, rateros y arribistas-, de quienes tenían buena conducta y escribían buenos libros.