OTRAS INQUISICIONES: El hundimiento de la Ciudad de México

Fecha:

Por Pablo Cabañas Díaz

La Ciudad de México vive un proceso de autodestrucción que avanza con la paciencia de los siglos. Bajo su superficie, el suelo se contrae, las tuberías se agrietan, los colectores se colapsan. En la superficie, el tránsito no se detiene: la ciudad sigue su curso cotidiano, indiferente al lento derrumbe que la sostiene. Lo que en apariencia son accidentes —socavones que tragan autos, calles que se hunden, banquetas que se deforman— son en realidad los síntomas visibles de una crisis estructural que no comenzó ayer ni terminará pronto.

En las últimas semanas, los nuevos hundimientos han vuelto a revelar la fragilidad de la capital. El más impactante ocurrió el 13 de septiembre, cuando un camión repartidor de la marca Jarritos quedó atrapado en un socavón en la colonia Renovación, Iztapalapa, tras el colapso de un colector de drenaje en la intersección de Calle 4 y Avenida 5. El incidente, que no dejó heridos, expuso una vez más el deterioro de la infraestructura subterránea de la capital, agravado por lluvias cada vez más violentas y por una red de drenaje que envejece en silencio.

La imagen fue brutal: el camión hundido hasta la mitad, el asfalto convertido en cráter, la multitud observando cómo el pavimento cedía ante la nada. No fue un hecho aislado, sino la expresión más reciente de una realidad profunda: la ciudad se hunde sobre su propia memoria. Desde hace más de un siglo, la capital mexicana vive un proceso de colapso gradual, resultado de decisiones históricas, negligencias acumuladas y una ceguera política que privilegia lo visible sobre lo esencial.

Las cifras oficiales revelan el alcance del problema. Solo en 2025 se han documentado 153 socavones. Las alcaldías Gustavo A. Madero e Iztapalapa concentran los casos más graves, con 44 y 21 respectivamente. En ambas, los colectores primarios —instalados en las décadas de 1950 y 1960— muestran signos de agotamiento estructural. El sistema de drenaje profundo, que alguna vez fue símbolo del progreso urbano, se ha convertido en un laberinto de concreto resquebrajado donde cada fuga de agua agranda una herida subterránea.

El problema no se limita a la infraestructura. El suelo mismo se está desmoronando. Diversos estudios geotécnicos estiman que la Ciudad de México se hunde entre cinco y diez centímetros por año, aunque en zonas como Xochimilco o Tláhuac el descenso puede superar los 30 centímetros anuales. Desde el siglo XIX, el centro de la ciudad ha descendido entre ocho y diez metros, producto de la extracción masiva de agua del acuífero. Cada litro extraído debilita las arcillas del subsuelo, compacta los estratos y altera los flujos naturales. El resultado es una ciudad que se desinfla lentamente bajo su propio peso.

Las imágenes satelitales obtenidas mediante radar de apertura sintética (InSAR y DInSAR) confirman la deformación desigual del terreno. Algunas zonas descienden de forma gradual; otras, tras los sismos o las lluvias intensas, colapsan de manera súbita. La misión GRACE de la NASA ha demostrado la correlación directa entre la pérdida de masa acuífera y el hundimiento de la superficie: un mapa del agotamiento del agua se superpone con precisión al mapa del hundimiento urbano.

El drenaje profundo, diseñado para operar gracias a una inclinación natural que permitía el flujo por gravedad, también ha sido víctima de este proceso. Los hundimientos han alterado los gradientes, reduciendo las pendientes e incluso invirtiendo el flujo de algunos colectores. La ciudad, literalmente, bombea su propio drenaje hacia arriba para compensar la inclinación perdida. Mantener ese equilibrio cuesta millones de pesos anuales, pero lo que se invierte en sostener el sistema apenas alcanza para retrasar su colapso.

El debate técnico se ha convertido en un conflicto político. Algunos especialistas atribuyen el problema exclusivamente a la sobreexplotación del acuífero; otros, al abandono de la infraestructura hidráulica. Ambas posturas son correctas y complementarias: el hundimiento de la ciudad es la consecuencia directa de un modelo urbano que ha extraído más agua de la que puede reponer y ha pospuesto por décadas las inversiones subterráneas en nombre de la austeridad o del espectáculo político.

La lógica del poder en la capital ha privilegiado las obras visibles sobre las invisibles. Se inauguran pasos elevados, cablebuses y corredores verdes, mientras bajo el suelo —donde ninguna cámara filma— las tuberías se agrietan y los colectores colapsan. Lo técnico se convierte en discurso, lo invisible en olvido. Esa omisión estructural es la que se manifiesta cada vez que una calle se abre y se traga un camión.

pcdmx2025@proton.me

Compartir

Popular

Artículos relacionados
Related

TRAS LA PUERTA DEL PODER: A barcazas venezolanas, bombazos; a funcionarios morenistas, cancelación de visas

Roberto Vizcaíno La estrategia de Donald Trump es clara: primero el golpe,...

LA COLUMNA: Yarabí, sería buena candidata

Por José Cruz Delgado *"Mejor me voy". *La soberbia de Tavo...

Nuevo León envía víveres y rescatistas a Veracruz

El convoy partió con equipo especializado, vehículos, helicópteros y toneladas de víveres recolectados por la sociedad neoleonesa.

Drones, el nuevo motor de competitividad para las empresas mexicanas: Drone Industry Insights

Aunque el mercado mexicano de drones crecerá en la próxima década, la mayoría de las empresas aún no sabe cómo integrarlos en su operación. Drone Academy celebrará 10 años cerrando esa brecha; no solo enseñando a volar drones, sino a usarlos con criterio técnico, enfoque normativo y visión operativa. El 75 % usa drones con fines profesionales y el 25 % por interés personal, pero con responsabilidad. Hoy son clave en construcción, energía y agricultura.