Por Pablo Cabañas Díaz
En el glamoroso Acapulco de 1968, durante la presidencia de Gustavo Díaz Ordaz y en vísperas de los Juegos Olímpicos, un disparo múltiple interrumpió la idílica vida de la élite internacional. El conde italiano Cesare d’Acquarone, de 42 años, yerno de la renombrada pintora mexicana Sofía Bassi, fue encontrado muerto en la piscina de la Quinta Badaji, una lujosa villa familiar cerca de Las Brisas. Cinco balas atravesaron su pecho mientras nadaba, convirtiendo una celebración de Año Nuevo en un escándalo que conmocionó a la alta sociedad de México y Europa. Este caso, envuelto en misterio y privilegios, simbolizó las sombras detrás del lujo, donde el poder y las conexiones influyeron en la justicia.
Cesare d’Acquarone provenía de una noble familia italiana: hijo del duque Pietro d’Acquarone, ministro del rey Víctor Manuel III y artífice de la caída de Mussolini en 1943, creció en el castillo de Valcastello en los Dolomitas, un sitio patrimonio de la UNESCO. Alto, atractivo y carismático, fundó la aerolínea Air Alpi y era un apasionado cazador, con trofeos de África. En 1965, se casó con Claire Diericx, una bella mexicana de 20 años, hija de Sofía Bassi, a quien conoció en una fiesta en Roma. Claire, educada en Italia con su abuela Dolly Vanderbilt –una soprano estadounidense de alta sociedad–, heredó la elegancia y el gusto por la caza. La pareja tuvo una hija, Chantal, y vivía entre Italia y México, frecuentando círculos exclusivos.
Sofía Bassi, nacida en 1913 en Veracruz, era una figura bohemia y ambiciosa: escapó de su hogar para trabajar en la Ciudad de México, se casó con el belga Hadelin Diericx (hijo de Dolly), tuvo dos hijos (Hadelin y Claire), y tras el divorcio, se unió al acaudalado doctor Franco Bassi. Vivían en Las Lomas de Chapultepec y poseían la villa en Acapulco, donde invitaron a la familia para las fiestas de fin de año. El 2 de enero, tras una opulenta fiesta en la mansión de la actriz Merle Oberón, la tragedia ocurrió por la tarde. Según Sofía, durante una charla sobre caza, Cesare le pidió que trajera una pistola del cuarto de Hadelin para disparar al aire. Al inclinarse para entregársela, el arma “disparó en ráfaga” accidentalmente, matándolo.
La policía llegó rápidamente, encontrando el cuerpo en la piscina ensangrentada y la pistola en el suelo. Sofía confesó de inmediato: “Fui yo, fue un accidente”. Familiares y sirvientes corroboraron la versión, y pruebas de parafina confirmaron que había disparado. Sin embargo, dudas surgieron: el arma no disparaba en ráfaga fácilmente, y un experto olímpico demostró la improbabilidad del accidente. Rumores hablaban de un crimen pasional: Cesare supuestamente era perverso, intentaba divorciarse de Claire para dejarla en ruina, o había abusado del joven hijo de Sofía, Franquito. Otros teorizaban que Hadelin o Claire estaban involucrados, y Sofía se sacrificó para protegerlos.
El juicio, bajo presión mediática transatlántica, desmontó la tesis accidental. En febrero de 1968, Sofía fue condenada a 11 años y 6 meses por homicidio en la prisión de Lecumberri. No apeló y entró de inmediato, donde pintó murales surrealistas y gozó de privilegios: vestía de blanco, organizaba tertulias y donaba dinero. Sirvió solo cinco años; cambios legales la liberaron. Claire sufrió una crisis nerviosa, intentó suicidarse en EE.UU., quedando ciega permanentemente. Chantal fue criada por sus abuelos italianos en Europa.
La duquesa Magdalena d’Acquarone repatrió el cuerpo sin ceremonia, cortando lazos con los Bassi. El caso resaltó la influencia de la élite: conexiones con el presidente Díaz Ordaz aseguraron una investigación “imparcial” para la imagen olímpica de México. Teorías persisten: ¿accidente, protección familiar o venganza? Sofía, liberada, continuó pintando hasta su muerte en 1998, dejando un legado artístico teñido de enigma. Este suceso expuso la fragilidad del privilegio en una era de glamour y corrupción, un recordatorio de que la alta sociedad no escapa al escrutinio.
