OTRAS INQUISICIONES: El coronel sin tumba

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Por Pablo Cabañas Díaz

En el panteón de Sahuayo, Michoacán, hay un mausoleo silencioso, blanco, con una inscripción que parece querer cerrar una historia turbia: Francisco Sahagún Vaca. La losa es impecable, las flores secas cambian con los meses y, sin embargo, los vecinos saben que ahí no descansa nadie. La tumba es un decorado. Una coartada de mármol. Porque todos en el pueblo repiten lo mismo, casi en susurro: Pancho sigue vivo.

A un kilómetro de ese mausoleo vacío se levanta un rancho vigilado día y noche por hombres armados. Se llama Las Ranas. Lo conocen bien los habitantes de Sahuayo, porque es ahí —dicen— donde vive el excoronel sin uniforme, Francisco Sahagún Baca, protegido por un cinturón de pistoleros y por el miedo que sembró desde los años del poder duro.

Sahagún dirigió en los años ochenta, la desaparecida Dirección de Investigaciones para la Prevención de la Delincuencia (DIPD), uno de los brazos policiales del imperio de Arturo “El Negro” Durazo durante el sexenio de José López Portillo. En aquellos años, Pancho decidió cambiar una letra de su apellido —de Vaca a Baca— con la misma facilidad con la que cambiaba favores, alianzas o enemigos. Nadie lo cuestionó. En la policía de Durazo, los títulos se regalaban como botín: al director lo llamaban “general” sin haber pisado un cuartel, y a Sahagún, “coronel”, sin historial militar alguno.

Los archivos de la época —y la memoria oral de quienes sobrevivieron— coinciden en un retrato: extorsiones, cuotas de protección, venta de drogas, ejecuciones, uso clandestino de la tortura. Sahagún manejaba a los delincuentes como piezas de ajedrez. Los protegía mientras pagaran, los traicionaba cuando acumulaban demasiado.

En 1988, un año antes de que dejara su puesto, catorce ladrones sudamericanos aparecieron flotando en el Río Tula. Más tarde se supo que habían sido detenidos, torturados y ejecutados por orden suya. El botín del último golpe que cometieron desapareció en la misma dirección que muchas historias policiales de aquellos años: hacia las manos del “coronel”.

La orden de aprehensión llegó en 1989. La policía montó un operativo en el rancho Las Ranas para detenerlo. Pero Sahagún se esfumó. En cuestión de horas, sus amigos periodistas —entre ellos Mario “Matarili” Munguía, de Ovaciones— comenzaron a difundir una historia que pronto llenó titulares: Pancho había sido capturado, torturado y muerto. Entonces apareció el mausoleo en el panteón, impecable, oportuno, listo para cerrar un capítulo… sin cadáver.

Hoy, en el Registro Civil de Sahuayo no existe acta de defunción. Nadie recuerda un funeral. Nadie vio un ataúd. Lo que sí recuerda el pueblo es la procesión constante de vehículos hacia el rancho, la presencia de hombres con armas largas y el sonido ocasional de un helicóptero que despega al anochecer.

Su itinerario después de la fuga se conoce por retazos: Guadalajara, Ajijic, Italia, España. En Europa viajó acompañado de su amigo cercano, el cantante Enrique Guzmán. De esos viajes trajo a México al sastre Alejandro Conde, especialista en trajes finos, quien más tarde atendió a Guzmán y a estrellas como Luis Miguel.

Guzmán conserva una anécdota que parece salida de una novela negra: una noche, mientras la policía cercaba el bar “El Perro Negro”, propiedad de Sahagún, Pancho lo llamó con urgencia: “Compadre, date una vuelta por ahí. Dicen que entró la policía”. El cantante fue… y lo detuvieron. Lo llevaron a Cuernavaca, a la casa del comandante Miguel Aldana, entonces jefe de Interpol México. Lo interrogaron. Guzmán, según su propio relato, se limitó a responder con una canción amarga: “Yo no sé nada, yo canto Payasito…”. Y lo dejaron libre.

Pero los vínculos nunca se cortaron. Sobrinos y amigos de Sahagún visitaban —y al parecer siguen visitando— los camerinos del cantante. Las llamadas telefónicas entre ambos eran frecuentes. La sombra del “coronel” siempre estaba ahí, detrás del telón.

Pancho Sahagún es además primo de Martha Sahagún Jiménez, la esposa del expresidente Vicente Fox. Ambos descienden del ingeniero Encarnación Sahagún, de Jamay, Jalisco. Una rama familiar que, con los años, terminó extendiéndose entre el poder político y el poder oscuro.

Hoy, mientras Michoacán arde por episodios recientes de violencia, mientras el crimen organizado controla regiones enteras, mientras el helicóptero del rancho despega sin que nadie lo detenga, una pregunta insiste: ¿Dónde está Francisco Sahagún Baca?

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