Pablo Cabañas Díaz
Qué pensaba Díaz Ordaz entre julio y octubre de 1968?. Esta pregunta la responde Jefferson Morley, veterano periodista que trabajó durante 15 años como editor y redactor para el Washington Post , y también escribió en publicaciones como New York Review of Books , The Nation , The New Republic , Slate , Rolling Stone y Los Angeles Times. Su libro, “Nuestro hombre en México”, una biografía del espía de la CIA Winston Scott es un aporte de primer nivel sobre lo acontecido en México en 1968 que apareció publicado en febrero de 2008.
El libro de Morley, nos lleva a la ciudad de México de la década de los años sesenta la llamada “Casablanca de la Guerra Fría”, un santuario para espías, revolucionarios, asesinos y provocadores. Winston Scott fue el confidente de tres presidentes mexicanos, y uno de los espías favoritos del presidente Lyndon Johnson. Presidió muchas de las operaciones encubiertas de la CIA durante el período de deserciones dramáticas, complicados proyectos de vigilancia, operaciones encubiertas, traiciones y, la sospechosa visita de Lee Harvey Oswald a la Ciudad de México poco antes del asesinato de John F.Kennedy.
Señala Morley, que conforme las manifestaciones estudiantiles se hicieron más grandes, los cables del embajador Fulton Freeman, a Washington eran cada vez más alarmantes, informando que Díaz Ordaz y la gente alrededor de él se expresaban con creciente dureza de los momentos que estaban viviendo. El gobierno “implícitamente acepta que, como consecuencia, esto va a acarrear víctimas”, escribió el embajador. “Los dirigentes de la agitación estudiantil han sido y están siendo llevados a la cárcel… En otras palabras, la ofensiva [gubernamental] contra los desórdenes estudiantiles se ha abierto hacia frentes físicos y psicológicos”.
Scott sabía que Díaz Ordaz pensaba que la aplicación de la fuerza era la única solución. “La política gubernamental que está actualmente en curso para desactivar los levantamientos estudiantiles, hace un llamado a la inmediata ocupación por el ejército y/o la policía de cualquier escuela que esté siendo ilegalmente utilizada como centro de actividad subversiva. Esta política continuará siendo aplicada hasta que prevalezca la calma total”, participó Scott a sus superiores en Washington.
A fines de septiembre de 1968, se reportó que el gobierno “no está buscando una solución de compromiso con los estudiantes, sino más bien poner fin a todas las acciones estudiantiles organizadas antes de que empiecen los Juegos Olímpicos… “Se cree que el objetivo del gobierno es cercar a los elementos extremistas, y detenerlos hasta que pasen las Olimpíadas”, programadas para su inauguración a mediados de octubre.
Los cables secretos señalan que la manifestación en Tlatelolco se inició alrededor de las cinco de la tarde. Los tanques rodeaban la plaza y, sentados en ellos, los soldados limpiaban sus bayonetas, pero no había una situación particularmente tensa. Al atardecer, se habían reunido ahí entre cinco y diez mil personas.
Las órdenes indicaban el aislamiento y la detención de los dirigentes, y su entrega a los agentes de la Dirección Federal de Seguridad. Un grupo de oficiales vestidos de civil, conocido como el Batallón Olimpia, llevaba sus propias instrucciones. Debían llevar ropa civil con un guante blanco en la mano izquierda, y apostarse en los pasillos del edificio Chihuahua que miraban hacia la plaza. Cuando recibieran la señal, en forma de una bengala, debían impedir que cualquiera entrara o saliera de la plaza, mientras los dirigentes estudiantiles eran detenidos. Finalmente, un grupo de oficiales de policía recibió la orden de arrestar a los líderes del Consejo Nacional de Huelga.
Lo que prácticamente nadie supo sino hasta treinta años después, fue que Luis Gutiérrez Oropeza, el jefe de Estado Mayor del ejército mexicano, situó en el piso superior del edificio Chihuahua a diez hombres armados, y les había dado órdenes de tirar sobre la multitud. Actuaban por órdenes de Díaz Ordaz, según una reveladora historia publicada en Proceso, en 1999.