Pablo Cabañas Díaz
El presidente Miguel Alemán Valdés , expresó en repetidas ocasiones que “la revolución se había bajado del caballo”, con esa expresión sintetizaba la suma de cambios que habían pasado al terminar los años cuarenta. Fueron tiempos marcados por un proceso de urbanización, perdida de las costumbres tradicionales, y un crecimiento de las clases medias con acceso a formas de vida modeladas, por el “american way of life”.
Había una evidente estabilidad económica y política cuyo único parangón histórico entre nosotros lo representó “pax porfiriana”, la larga hegemonía del partido oficial, obra principal de Plutarco Elías Calles que Lázaro Cárdenas consolidó e instrumento político mediante la cual el presidente de la República imponía su designio, y canalizaba los potenciales conflictos entre los miembros de la “familia revolucionaria” por cauces institucionales.
Daniel Cosío Villegas fue el crítico más importante de esos cambios que habían ocurrido en el llamado “sistema político mexicano” del siglo XX, obra maestra de una política oportunista adaptada al máximo a la necesidad de supervivencia de sus élites, el palo y la zanahoria, la prosperidad y la corrupción, la cooptación y la exclusión, del avance económico y el estancamiento político.
Con su libro : “La crisis de México”, Cosío Villegas, se ganó el respeto de la élite política, aparece a principios de 1947 en Cuadernos Americanos, la revista fundada y dirigida por Jesús Silva Herzog, uno de los intelectuales fundamentales del presidente Lázaro Cárdenas y de la izquierda nacionalista en nuestro país. La fama del ensayo es justa: un equilibrado -aunque también implacable- ajuste de cuentas con los logros de la revolución mexicana a veinticinco años del inicio de la etapa institucional.
La argumentación de Cosío es concluyente: hay una evidente distancia entre los propósitos y lo realmente conseguido, más allá de la ideología y los discursos. La educación, objetivo central del programa revolucionario; el régimen de partidos, clave de la vida democrática, junto con la relación entre poderes; el programa económico; el impulso igualitario y de justicia social; la reivindicación nacionalista; todos y cada uno de estos rubros es analizado con el ojo inquisitivo de quien asume el imperativo de entender la realidad de su país animado por un impulso cuasi-redentor.
Cosío quería contribuir al esclarecimiento de coartadas e ilusiones que, desde su punto de vista, obstaculizan el entendimiento de nuestros problemas, sobre todo aquellos dos que a su juicio persisten a lo largo de nuestra historia independiente: la equidad social y la democracia plena.
Escribe Cosío: “Desde luego, echemos por delante esta afirmación: todos los hombres de la revolución mexicana, sin exceptuar a ninguno, han resultado inferiores a las exigencias de ella; y si, como puede sostenerse, éstas eran bien modestas, legítimamente ha de concluirse que el país ha sido incapaz de dar en toda una generación, y en el hundimiento de una de sus tres crisis máximas, un gobernante de gran estatura, de los que merecen pasar a la historia. Todos los revolucionarios fueron inferiores a la obra que la revolución necesitaba hacer: Madero destruyó el Porfirismo, pero no creó la democracia en México; Calles y Cárdenas acabaron con el latifundio, pero no crearon la nueva agricultura mexicana. ¿O será que el instinto basta para destruir, pero no para crear?
A los hombres de la revolución puede juzgárseles ya con seguridad: fueron magníficos destructores, pero nada de lo que crearon para sustituir a lo destruido ha resultado indiscutiblemente mejor”. Años después de haber levantado el acta de defunción intelectual de la revolución o, con mayor precisión, del régimen y los hombres que la habían usufructuado, Cosío Villegas emprende la tarea de caracterizar al “sistema político mexicano”, versión pragmática del proyecto nacional-revolucionario, a partir de sus “piezas centrales”: la Presidencia de la República y el partido oficial. La crisis de México sigue viva y se deben tener en claro dos cosas: la cuarta transformación, tiene elementos de reivindicación social y política que no son coyunturales, en realidad corresponden a parte de las promesas incumplidas por la propia Revolución Mexicana, la que se ha denominado la tercera transformación.