domingo, agosto 3, 2025

OTRAS INQUISICIONES: Carrillo y Colón: el espía que miraba de cerca a Fidel

Por Pablo Cabañas Díaz

Entre los pliegues de la historia mexicana, se ocultan figuras que no caben ni en los márgenes del heroísmo ni en las sombras del villano. Son personajes cuya vida transcurre en la penumbra del espionaje, esa región donde se cruzan la razón de Estado, los intereses geopolíticos y las convicciones personales. Uno de esos hombres fue Humberto Carrillo y Colón, el mexicano que espió a Fidel Castro para la CIA, cuando el mundo aún digería las secuelas de Bahía de Cochinos y la guerra fría se traducía en vigilancias constantes y alianzas ambiguas.

Carrillo y Colón, nacido en un México aún sumido en el eco de la Revolución, fue mucho más que un agente doble. Su perfil es el del intelectual burocrático, disciplinado, poliglota y con una formación diplomática envidiable. Fue enviado a La Habana como parte del cuerpo diplomático mexicano, en una época en que México era uno de los pocos países latinoamericanos que mantenía relaciones con la isla revolucionaria. Pero lo que hacía no se limitaba a los cócteles y los partes consulares. Su verdadera labor ocurría entre sombras: transmitía información directa a la CIA sobre los movimientos y decisiones del régimen castrista.

Aquí se impone una reflexión. ¿Fue Humberto un traidor a la solidaridad latinoamericana? ¿O más bien un instrumento de contención en una región donde la polarización ideológica desdibujaba la diplomacia? La historia, caprichosa y silente, no ha respondido. Pero sí nos ha dejado pistas. Documentos desclasificados por el gobierno estadounidense y referencias indirectas en archivos diplomáticos mexicanos apuntan a que Carrillo y Colón jugó un papel clave en varios momentos críticos: la vigilancia de espías soviéticos en La Habana, la evaluación de la presencia militar cubana en África, e incluso en el monitoreo de los contactos entre Cuba y movimientos insurgentes en México.

Hay algo borgiano en este personaje, como si se tratara de un lector de sí mismo que a la vez se escribía en los márgenes de la historia continental. Espiar a Fidel Castro no era tarea menor; implicaba un delicado equilibrio entre observar sin ser observado, y transmitir sin delatar. Fidel, por su parte, era consciente de que en cada embajada habitaba un nido de ojos ajenos. Pero toleraba esa realidad con la altivez del estratega.

El caso de Carrillo y Colón también pone sobre la mesa el eterno dilema mexicano frente a Cuba: el discurso de la autodeterminación y la no intervención, frente a la tentación del alineamiento silencioso con Washington. En el fondo, Carrillo no actuaba solo. Era parte de una maquinaria más grande, de una red de intereses compartidos por el entonces sistema político mexicano, que buscaba preservar una precaria neutralidad mientras protegía sus propios temores internos de una revolución contagiosa.

Humberto Carrillo y Colón no buscó la fama. No escribió memorias ni apareció en entrevistas televisivas. Su legado es el de los hombres que comprendieron que en política internacional, a menudo la verdad se sacrifica en el altar de la estabilidad. Espiar a Fidel fue, en su tiempo, una forma de evitar que el fuego de la revolución cruzara las fronteras. O al menos, eso se decía entre quienes firmaban con tinta invisible.

Lo más fascinante es que Carrillo y Colón aún vive —o al menos, así se presume. En abril de 2021, con 83 años, compartía reflexiones y fotografías en su blog personal,   recordando anécdotas diplomáticas, evocando al México que se fue, sin delatar nunca del todo lo que sabía.

 

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