Pablo Cabañas Díaz
¿Qué hacemos?”, le preguntó el presidente Luis Echeverría al entonces gobernador de Guerrero, Rubén Figueroa, una vez que se había concluido que los huesos del cráneo, pertenecientes a una joven mestiza, no podían ser los de Cuauhtémoc. Esa noche de 1976, los investigadores repitieron los dictámenes de 1949 y 1951. No existían bases científicas para afirmar que los restos hallados bajo el altar mayor de la Iglesia de Santa María de la Asunción en Ixcateopan pertenecían al último señor de los mexicas.
Eduardo Matos Moctezuma, miembro de la comisión, recuerda que Figueroa cambió de tema tras escuchar los informes. “No dijo nada sobre qué bueno que se aclaró, o qué malo. Daba la impresión de que no existíamos”. No hubo una entrega oficial del dictamen, y la SEP guardó silencio. La investigación quedó abierta. Hasta que, en septiembre de ese año, Echeverría declaró en Ixcateopan que “por razones de tradición, aquellos eran los restos de Cuauhtémoc”. “Dio un manejo político al asunto”, señala el arqueólogo.
Para Figueroa, según la historiadora Alicia Olivera, el hallazgo suponía una “posibilidad política grandiosa”. Guerrero ya no sería recordado sólo por los desaparecidos de la guerra sucia, sino por ser la cuna del tlatoani. “La tumba de Cuauhtémoc, último emperador azteca, el héroe más grande del Anáhuac dio a conocer a nivel nacional al periodista Julio Scherer García, fue quien firmó en Excélsior la noticia. “A las 4 de la tarde del 26 de septiembre de 1949, bajo el altar demolido de la iglesia, había sido hallada una fosa con unos huesos calcinados y una placa de cobre con una cruz en el centro y la inscripción: “1525-1529 Rey, é, S, Coátemo”.
El defensor de la existencia de los restos de Cuauhtémoc, en Ixcateopan fue Salvador Rodríguez Juárez, quien en su consultorio tenía colgado un título de médico que él mismo se había mandado hacer porque, según le dijo a Olivera, “la gente del pueblo necesita ver papeles para tener fe”. Rodríguez Juárez dedicó su vida a la causa de Cuauhtémoc, al grado de acabar con la economía familiar, recuerda su hijo menor, el periodista y exdiputado estatal del PRI, Rafael Rodríguez del Olmo.
“Nadie puede mantener una polémica toda la vida y morir como mi papá, en el completo abandono oficial, recibiendo ataques, por defender una causa. Mi papá fue un médico de pueblo que curaba enfermos gratis o a cambio de un pollo o un par de blanquillos, a quien los periodistas chayoteaban pidiéndole para la gasolina por defender su verdad. Y aunque no hubiera sido cierta, era su verdad”.
Ahora ningún miembro de la familia quiere ser depositario de la tradición. “Existe interés en que se respete la historia, pero nadie se lo anda peleando”. Los documentos que afirman haber custodiado desde el siglo XVI se encuentran bajo llave, en una casa deshabitada.
En una carta enviada al historiador José C. Valadés el 22 de mayo de 1952, la profesora Eulalia Guzmán se quejaba de la falta apoyo de sus “jefes” del INAH, que después de encomendarle investigar la autenticidad de los documentos firmados por Motolinía, no respondieron a ninguno de los 12 informes que les envió. Durante los siete meses previos al hallazgo, Guzmán solicitó a Rodríguez Juárez todo tipo de aclaraciones. En esa época se enfrentaban dos corrientes ideológicas, indigenismo contra hispanismo, la historiadora y arqueóloga puso en Cuauhtémoc su pasión nacionalista, y empeñó su reputación.
En su carta a Valadés lamentaba que, durante la excavación, sus superiores calificaran de “locura” su búsqueda. Acusa de precipitación a los investigadores de la primera comisión –especialistas como Silvio Zavala y Eusebio Dávalos–, a quienes bastaron seis horas de trabajo en Ixcateopan para concluir el 17 de octubre de 1949 que esos no eran los restos de Cuauhtémoc.
Un nuevo dictamen favorable al hallazgo, elaborado de manera independiente por expertos del Banco Nacional de México dirigidos por Alfonso Quiroz Cuarón, llevó a que en enero de 1950 la SEP integrara una gran comisión. El grupo de nueve “supersabios” incluía a Manuel Toussaint y el “ex jefe” de Guzmán, Alfonso Caso. Su estudio, entregado el 12 de febrero de 1951, confirmó que se trataba de un engaño.
Guzmán los acusó en la prensa de burocratismo e incompetencia. El 2 de marzo, el Ayuntamiento de Ixcateopan solicitó la intervención del presidente Miguel Alemán para nulificar el dictamen, ya que los especialistas nunca habían acudido a estudiar los huesos o revisar los documentos. De inmediato el padre Mariano Cuevas calificó como apócrifo el documento (Los Hallazgos de Ichcateopan, Alejandra Moreno Toscano, citando al periódico Excélsior, febrero de 1949), señalando que no correspondía a la forma en que Motolinía rubricaba sus escritos, además la fecha del documento era anterior al arribo del fraile a la Nueva España y el estilo de redacción era moderno. Eulalia Guzmán afirmó en diciembre de ese año, que “las fuentes históricas señalan precisamente el lugar de la tumba bajo el altar mayor de la iglesia y en ese lugar se encuentra una tumba con los huesos y joyas y una placa con la leyenda de quien se trata, es decir, Cuauhtémoc, lo lógico es pensar que se ha hallado lo que se buscaba”.
La SEP dejó abierto el asunto hasta 1976, cuando se formó la tercera comisión. “Es la investigación para la que he dispuesto de más recursos en mi vida”, recuerda Sonia Lombardo, quien participó como historiadora. “Echeverría nos dio una carta firmada en la que instruía a todas las autoridades civiles y militares para que nos apoyaran en los trabajos” Esa comisión repitió repitieron los dictámenes de 1949 y 1951 y el resultado fue finalmente resuelto por Echeverría quien utilizando el poder presidencial tomó la decisión de que aquellos restos hallados en Ixcateopan sí eran los de Cuauhtémoc.