Por Pablo Pablo Cabañas Díaz
En las áridas colinas de Arenal de Álvarez, Guerrero, un 28 de octubre de 1950, nació Alfredo Ríos Galeana, hijo de un humilde campesino y una mujer de temple férreo. La pobreza marcaba cada paso de su infancia, pero el joven Alfredo soñaba con horizontes más amplios. A los 18 años, se enlistó en el Ejército Mexicano, ascendiendo hasta sargento segundo en la Brigada de Fusileros Paracaidistas. Sin embargo, la disciplina militar no contuvo su espíritu rebelde: desertó, dejando atrás uniformes por un camino incierto.
Los años setenta lo encontraron en las filas policiales, uniéndose al Batallón de Radio Patrullas del Estado de México (Barapem) en 1978. Como comandante, custodiaba bancos, pero la corrupción interna lo empujó al abismo. Obligado por “cuotas” imposibles de cubrir con su salario, cometió su primer asalto ese mismo año. Pronto, el Barapem se disolvió, y Alfredo formó su propia banda. Entre 1978 y 1986, se le atribuyen más de cien robos a bancos, un récord que lo catapultó como enemigo público número uno. No era un ladrón común: elegante, con bigote cuidado y sombrero charro, robaba con astucia, evitando violencia innecesaria, lo que le valió el apodo de “El Charro Misterioso”. También incursionó en secuestros, tejiendo una red de temor y admiración popular.
Su vida fue un torbellino de capturas y fugas legendarias. En 1981, cayó en Hidalgo, pero escapó en diciembre de 1982. Reaprehendido en 1984, huyó de Santa Martha Acatitla con ayuda interna. En 1986, tras un tiroteo en la colonia Aragón, fue llevado al Reclusorio Sur, solo para ser rescatado por cómplices en plena audiencia judicial. Prófugo por 19 años, se reinventó: tres cirugías plásticas alteraron su rostro, compró un título falso de ingeniero de la UNAM y grabó discos como cantante ranchero bajo alias como “El Feyo” o “El Hermano Arturo”. En Estados Unidos, en South Gate, California, vivió como un devoto cristiano, esposo y padre, y era el dueño de un servicio de limpieza.
Pero el destino lo alcanzó en 2005, al tramitar una licencia de conducir bajo el nombre de Arturo Montoya. Deportado a México, enfrentó cargos por homicidio y fue condenado a 25 años en La Palma. Presumido hasta el final, se jactaba de ser “el más inteligente” ladrón del mundo. Murió el 4 de diciembre de 2019 en prisión, a los 69 años, dejando un legado de corridos y mitos.
