jueves, julio 31, 2025

OTRAS INQUISCIONES: El soldado que volvió del mito

Pablo Cabañas Díaz

Hay libros que no se escriben con tinta, sino con cicatrices. Memorias de un Soldado Cubano de Daniel  Alarcón (1939-2016), es uno de ellos. No es una crónica ni una autobiografía convencional. Es el testimonio de un hombre que caminó descalzo por la historia y volvió para contarlo, no con el ánimo de glorificar, sino con la honradez de quien ha aprendido que toda revolución, cuando se mira de cerca, también sangra contradicciones.

Daniel Alarcón, conocido como “Benigno” en los días donde la palabra “camarada” pesaba más que el nombre propio, es un testigo de la épica cubana desde sus entrañas. Su relato no nace desde la comodidad del escritorio ni desde la tribuna militante, sino desde la memoria erosionada por la selva, la traición, el hambre, y las preguntas que no hallaron respuesta. En un país donde la historia oficial se ha contado con trompetas, Alarcón llega con una flauta triste y lúcida. No desmiente la Revolución: la descompone.

Desde su origen como campesino analfabeto hasta su ingreso a la guerrilla en 1957, su vida parece sacada del guion más puro del realismo revolucionario. Pero lo que distingue a este testimonio de los relatos épicos que vende la propaganda es su constante confrontación con la realidad. La Sierra Maestra no es solo el escenario de la gloria, sino también el lugar donde se aprende que los ideales se manchan con barro y muerte.

Las campañas en el Congo y en Bolivia —las llamadas Operación Trucha y Operación Rodolfo— son, en estas páginas, narradas sin eufemismos. Allí, donde la revolución intentó internacionalizarse, Alarcón descubrió el límite entre el sueño y el desastre. El Congo, con su caos y su selva sin patria, le enseñó que no todo pueblo espera ser liberado. Y Bolivia, con su tragedia predecible, fue el altar donde Guevara murió convertido en mito, mientras los sobrevivientes, como Alarcón, regresaban no a un hogar, sino a una historia que ya no sabían cómo nombrar.

Pero tal vez lo más inquietante de Memorias de un Soldado Cubano no sea la narración de las batallas, sino lo que ocurre después del combate. Al regresar a Cuba, Alarcón ya no es solo un soldado: es un espectador crítico de la obra que ayudó a montar. La revolución, que antes fue causa, ahora se convierte en pregunta. ¿Cuándo se traiciona un sueño? ¿En qué momento el compromiso se vuelve dogma? ¿Y qué lugar ocupa el que duda dentro de una historia escrita para los que obedecen?

En la Cuba de los años setenta y ochenta, Alarcón fue parte del aparato, sí, pero también un hombre que empezó a escuchar dentro de sí el ruido de lo que no se decía. Su lealtad no desaparece, pero se transforma. Ya no es la del creyente ciego, sino la del testigo que no quiere callar.

Alarcón no reniega de la Revolución, pero tampoco la santifica. Y en ese equilibrio incómodo reside el valor de su testimonio. En tiempos de consignas fáciles y revisionismos oportunistas, su relato es un mapa hecho de cicatrices. Nos habla de los que creyeron y pelearon, pero también de los que, al sobrevivir, tuvieron que vivir con las preguntas.

No hay redención en estas memorias, pero sí hay verdad. Y la verdad, como decía Lezama Lima, es siempre un relámpago que rompe el espejo. Memorias de un Soldado Cubano es ese relámpago. Y Alarcón, el hombre que sostuvo el espejo hasta el final, aun sabiendo que iba a romperse.

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