Guerrillas, bancos suizos y sobres sellados de La Habana
( TERCERA Y ÚLTIMA)
PABLO CABAÑAS DÍAZ
Los ecos de los dólares que cruzaron la selva y los pasillos del poder aún no se han apagado. Tras la muerte de David Graiver y el fin de las principales guerrillas centroamericanas, el mapa financiero y político de la región se transformó, pero las viejas redes encontraron nuevas rutas.
Durante los años de 1990 y 2000, mientras los excombatientes se convertían en legisladores, alcaldes y presidentes, el dinero y sus misteriosos orígenes se mezclaron con la construcción institucional y las disputas por el poder. La historia oficial suele omitir el detalle: muchos de esos recursos que impulsaron las revoluciones ahora circulan en inversiones, campañas políticas y hasta en fundaciones de “transición democrática”.
Los casos de corrupción vinculados a exlíderes guerrilleros son solo la punta del iceberg. Bajo la superficie, los antiguos operadores financieros —herederos, socios o imitadores— continuaron su juego en la sombra. Dinero lavado, contratos amañados, empresas fantasma y paraísos fiscales conforman un legado que complica la rendición de cuentas y el esclarecimiento histórico.
En México, las investigaciones periodísticas han detectado conexiones entre empresarios con antecedentes en el financiamiento de la izquierda radical y la reciente ola de contrataciones públicas, así como vínculos con movimientos sociales que buscan mantener un perfil bajo pero firme en la agenda política.
Las agencias internacionales de inteligencia, como la DEA y la CIA, continúan monitoreando esas redes, ahora con foco en narcotráfico y lavado de dinero, pues los mecanismos han mutado y se han integrado a la economía formal en muchos casos. La diferencia crucial es que ya no hay un solo “banquero de las sombras”, sino una constelación de actores que operan con sofisticación.
Para los historiadores y analistas políticos, esta continuidad representa un desafío. ¿Cómo entender la democracia en Centroamérica si gran parte del capital político y financiero proviene de fuentes con raíces en la insurgencia y el secretismo? ¿Qué sucede cuando la frontera entre la revolución y la política institucional se difumina?
El caso del avión que derribó a Graiver en Michoacán es emblemático. Más que una tragedia aislada, fue el símbolo del fin de una era y el inicio de otra: la era de las negociaciones invisibles, las alianzas difusas y las conspiraciones ocultas tras la fachada democrática.
En el presente, al seguir las rutas del dinero y la influencia, se revela un entramado que se extiende desde los pasillos del congreso hasta las finanzas globales, pasando por bancos internacionales que, aunque ahora sujetos a mayor vigilancia, todavía albergan secretos de un pasado que no termina de resolverse.
En última instancia, entender este legado es clave para comprender los retos actuales de gobernabilidad, justicia y transparencia en la región. Y también, para abrir nuevas inquisiciones que no teman enfrentar las sombras del pasado ni las sombras del presente.
Hoy, a casi cincuenta años de su muerte, los nombres cambian, pero las redes persisten. La insurgencia se disolvió, los grupos se convirtieron en partidos, los fusiles en escaños. Pero el eco de aquellos dólares aún resuena.
Y en el silencio de la Sierra de Michoacán, donde cayó aquel avión, aún sopla el viento como si alguien susurrara un secreto que nadie se atreve a contar.
Los ecos de los dólares que cruzaron la selva y los pasillos del poder aún no se han apagado. Tras la muerte de David Graiver y el fin de las principales guerrillas centroamericanas, el mapa financiero y político de la región se transformó, pero las viejas redes encontraron nuevas rutas.
Durante los años 90 y 2000, mientras los excombatientes se convertían en legisladores, alcaldes y presidentes, el dinero y sus misteriosos orígenes se mezclaron con la construcción institucional y las disputas por el poder. La historia oficial suele omitir el detalle: muchos de esos recursos que impulsaron las revoluciones ahora circulan en inversiones, campañas políticas y hasta en fundaciones de “transición democrática”.
Los casos de corrupción vinculados a exlíderes guerrilleros son solo la punta del iceberg. Bajo la superficie, los antiguos operadores financieros —herederos, socios o imitadores— continuaron su juego en la sombra. Dinero lavado, contratos amañados, empresas fantasma y paraísos fiscales conforman un legado que complica la rendición de cuentas y el esclarecimiento histórico.