Luis Alberto García / Sevina, Mich.
*La siembra de aguacate acaba con la riqueza forestal.
*Pasado con prosperidad económica, religiosa y cultural.
*Desinterés gubernamental por hacer valer la ley.
*El potencial maderero, abordado de manera imprudencial.
*Montes lagos, tierras, ríos y otros recursos, en franca agonía.
.Durante siglos, desde los tiempos lejanos de la dominación purhépecha sobre poblaciones y territorios de lo que hoy es Michoacán, este fue reconocido por sus bosques y sus lagos, y aún hace menos de medio siglo esta riqueza natural era motivo de elogios por parte de científicos forestales.
En función de esa abundancia prosperaron la economía y las creencias culturales y religiosas de quienes habitaron estas tierras conquistadas hasta 1522 por los españoles, con Nuño de Guzmán al frente de ellos.
El potencial económico de esta riqueza natural, sin embargo, no fue abordado de manera prudente, pensando en las futuras generaciones y en la capacidad de regeneración de bosques, lagos, tierras y ríos.
Se abordó con tal desorden e imprudencia que, en el presente, esos bosques, lagos, ríos y tierras, se encuentran en franca agonía, la aprobación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte en la década de 1990- y el retiro de la veda a las importaciones de aguacate por el gobierno estadounidense en 1997, detonaron la codicia.
Había que hacer dinero generando un desbocamiento de la producción aguacatera en una carrera delirante por producir aguacate, fenómeno que tomó primero algunas tierras de pocos municipios, luego tomó los bosques y las aguas de otros hasta instalarse en la mayoría.
El caos con que ha crecido es un hecho reconocido e inobjetable, pues los daños ambientales que su expansión ha ocasionado, por más que pretendan ocultarse por campañas publicitarias pagadas por los beneficiarios de este negocio, están ahí y sus consecuencias sobre la calidad de vida de la población son cada vez más desastrosas.
Por ejemplo, entre Sevina y Nahuatzen, poblaciones poseedoras de considerables extensiones de bosques de pino, había un paisaje idílico e histórico de lugares cercados de pinares templados bordeados de ríos y lagos que han sido desplazados en los últimos dos decenios por huertas aguacateras, hoyas captadoras de agua y pozos a granel.
La fiebre aguacatera ha contagiado a un amplísimo sector de la economía estatal y foránea que afanosos han trasladado sus capitales a este negocio, haciéndola crecer en 2023 hasta un 15 %.
El poder que este negocio ha construido es portentoso ya que sus exportaciones rebasan los 3 mil millones de dólares con un poder de ese tamaño que ha generado una cápsula de acero, de blindaje e impunidad, de cara a la miríada de delitos ambientales que se cometen para producirlo.
Es tal el nivel de protección-impunidad que hasta la fecha ni el gobierno federal ni el estatal han podido frenar ni siquiera en un 1 % el cambio de uso de suelo o en ese mismo porcentaje la apropiación (privatización) de aguas.
Cuando en el 2021 se negoció el T-Mec entre los gobiernos mexicano, canadiense y estadounidense, convinieron en el capítulo 24 las condiciones para garantizar el respeto al medio ambiente y la aplicación de criterios de sostenibilidad en los productos a exportarse.
Al hacerlo reconocieron el problema, no obstante, ese capítulo no tuvo ningún valor real, al menos para la producción aguacatera que se exporta.