Nuevo régimen político

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Federico Berrueto
Con frecuencia los observadores de la política y opositores afirman que el obradorismo representa un regreso al pasado no democrático, es decir, el retorno por la puerta grande del presidencialismo autoritario y del partido hegemónico. Las analogías de aquel entonces con lo que actualmente sucede están a la vista, pero, en su esencia, el régimen obradorista es notoriamente distinto.
La génesis del régimen anterior permite entender las analogías y, particularmente, las diferencias. El PNR se enmarca en un país mayoritariamente rural que había vivido no sólo la revolución, también la dificultad para reproducirse en el poder. El relevo presidencial se ofrecía en medio de la rebelión y la confrontación entre ganadores. Como tal, el partido no refería a la necesidad simbólica o discursiva de representar, de invocar a la revolución como mandato; igual servía para concentrar la tierra que para repartirla, sólo como ejemplo. Las elecciones no importaban y no eran la fuente de legitimidad. El PNR, después el PRM y PRI funcionaron para gestionar el poder y dar un cauce político al proceso sucesorio.
La construcción de Morena atiende a lo electoral. Aunque su representatividad social es ambigua invoca a los pobres, su lucha es contra la corrupción y el neoliberalismo en el sentido de que los más ricos habían apoderado y corrompido al Estado mexicano. Su prioridad era ganar el poder con los votos, aunque una vez logrado su cometido ha sido la destrucción de la escalera que le permitió ascender (Lorenzo Córdova dixit).
El régimen anterior era esencialmente reformista y edificador de instituciones. El recuento de la reforma política desde finales de los 70s parte de la tesis de que la inclusión es la manera civilizada de conducir la disputa por el poder. Una serie de cambios, con pausas e insuficiencias, llevaría al país a la normalidad democrática sin ruptura ni momentos fundacionales. El régimen obradorista es prácticamente destructor de instituciones al asociarlas al viejo régimen, sobre todo las de la democracia. La militarización es una de sus más visibles diferencias; el régimen anterior los remitió al terreno de la seguridad nacional; el obradorismo los llevó no sólo al control de la seguridad pública, sino a muchas otras actividades de la vida.
El régimen obradorista a diferencia del anterior privilegia el consenso a través de medios claramente autoritarios y excluyentes. Los medios son colonizados y los independientes, marginados y descalificados. La propaganda oficial se impone con la autocensura, la intimidación y cooptación de los empresarios de la comunicación. Los periodistas merecen más reprensiones y condenas presidenciales que los criminales. En el pasado, la libertad de expresión también fue hostilizada, pero nunca en los términos de ahora, porque la agresión viene de la más elevada oficina del poder y en un entorno de violencia extrema por el crimen.
Un aspecto relevante de la identidad del nuevo régimen político, ocurrido con la sucesión presidencial de 2024 no es propiamente que impere el presidencialismo, a pesar de que se han eliminado los contrapesos, los límites legales y jurisdiccionales a la presidencia. Prevalece, por una parte, la obediencia providencial al líder moral del proyecto cuya exégesis se vuelve criterio de actuación de la presidenta, del Congreso y ahora hasta del Poder Judicial; por la otra, el poder político pierde su sentido presidencialista; en su lugar hay un complejo equilibrio entre distintos grupos y personalidades con el cometido de mantener el régimen a costa de la legalidad y del sentido de la política al servicio del interés general.
Ahora el factor de mayor peso y poder disruptivo lo significa la presencia del crimen organizado que inició con el narcotráfico y se diversificó para hacer de la extorsión su principal actividad criminal. Su presencia es abrumadora en los amplios territorios que domina y lo mismo disputa al Estado su monopolio de la violencia, que su capacidad recaudatoria. La complacencia presidencial les hizo crecer para llegar a niveles inéditos de connivencia y complicidad. No sólo eso, en el propio gobierno habrían de surgir formas de corrupción que desdibujan al funcionario del criminal, como pasó con el huachicol fiscal y ciertos géneros de extorsión.
Conceptualizar al régimen actual no es un desafío academicista, resulta fundamental para entender qué sucede actualmente, qué se espera y la dinámica del régimen. Preocupante no sólo la involución, sino el agotamiento de las instituciones, incluyendo a los partidos de oposición para conducir la disputa por el poder y el cambio político subsecuente.

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