Federico Berrueto
El proyecto político en el poder se mueve en tres ejes diferenciados: populismo, izquierda y autoritarismo. Para el prestigiado diario hispano El País, en su bienvenida a Claudia Sheinbaum como ganadora, considera un triunfo de la izquierda y hace propia la tesis del logro de combate a la pobreza y la derrota de la derecha. No deja de sorprender que el medio escrito más relevante de la transición democrática española no alcance a dimensionar las pulsiones autoritarias del proyecto obradorista. La propuesta del presidente al que admira y reconoce nada tienen que ver con lo que el diario reivindica, para empezar, su franca agresión a la libertad de expresión y su desdén a la legalidad.
Con razón, a un sector de los hispanos les aterra la ultraderecha que ha ido ganando terreno allá mismo y en muchas partes del mundo democrático. Ya recientemente el presidente de Argentina Javier Milei tuvo desplantes en España nada amables, una afrenta a los principios de la diplomacia y una infracción elemental a la civilidad y de respeto al jefe de gobierno español. Si se consideran los valores de la democracia, el presidente de México tiene importantes afinidades con quienes los progresistas españoles ven como amenaza.
El triunfo arrollador de Morena no es de la democracia y menos de la izquierda. Los estándares que suscriben los proyectos progresistas no se asocian con la política de entregas monetarias indiscriminadas a amplios sectores de la población a cambio de su sumisión política, sino con su bienestar y la capacidad para acceder a mejores condiciones de vida y de ejercicio pleno de sus derechos. La devastación de los sistemas de salud y de educación públicos debieran ser suficientes para señalar distancia y advertir el daño profundo que se ocasiona a amplios sectores de la población, particularmente a los menos favorecidos. Lo mismo se puede decir de la militarización de la vida pública o de la postura respecto a las organizaciones civiles de las víctimas por la violencia criminal. México estaba mal antes del arribo al poder de López Obrador, ahora está considerablemente peor, con estadísticas de oprobio como son los asesinados por la delincuencia desbordada o por los cientos de miles que fallecieron por la criminal gestión de la pandemia. El uso político de la justicia criminal es propio de dictaduras. Hay temas que no tienen que ver con el prisma ideológico, sino con temas elementales de decencia política.
Muchos piensan que con el cambio de gobierno habrá una conducta distinta respecto a la del presidente que ahora concluye, expectativa razonable y deseable. Habrá ajuste en las formas y modos, pero es un pecado de ingenuidad esperar giros fundamentales. No es asunto de personas, sino del proyecto y López Obrador y Sheinbaum suscriben el mismo paradigma en el ejercicio del poder, una propuesta autoritaria a partir de la exclusión de la pluralidad, eliminar la independencia judicial y el sistema que asegura elecciones confiables.
Sin duda sería deseable una mayor cuota de civilidad y de respeto al adversario o al independiente en los términos del mensaje después del triunfo de la candidata ganadora. Una buena señal que sea Juan Ramón de la Fuente el responsable de la transición. También lo sería una postura clara que se apartara de la polarización y de reencuentro con los partidos, el Poder Judicial, intelectuales y líderes de opinión independientes. Las formas se agradecen, pero el tema de fondo es el proyecto, la determinación de acabar con las instituciones, principios y valores asociados a la democracia, que sus intelectuales orgánicos descalifican como ardid de los poderosos para mantener sus intereses a costa del pueblo.
En fin, no se puede esperar mucho de un proyecto que representa una amenaza frontal al sistema democrático, con el agravio insoslayable de que el proceso electoral previo a la jornada del domingo tuvo lugar al margen de la legalidad y de la razonable equidad. Los números de los votos dan legitimidad y expresan genuinamente la voluntad de la mayoría de los mexicanos, pero no deben desconocerse las irregularidades que hicieron del proceso una contienda injusta en extremo.
Es natural que al presidente López Obrador le haga feliz el desenlace de la elección. Pidió mucho y recibió más. Pero no puede soslayarse la no tan pequeña oposición, cuatro de diez, contención a la pretensión de tiranía de la mayoría.