martes, noviembre 26, 2024

“Nada es verdad y todo es posible en la era de Putin”

Luis Alberto García / Moscú

*Ocho preguntas al escritor británico Peter Pomerantsev.

*Aludir a la benevolencia, inteligencia y poderío del presidente de Rusia

*En la televisión rusa se usa la propaganda indisimulada al régimen.

*El autor se refiere al destrozo de la posverdad entretenida y alegre.

*Preguntarse si una obra de ficción estaría junto a Orwell y Huxley.

*El Kremlin comanda una dictadura más sutil que cualquiera en el siglo XX.

Para el escritor británico Peter Pomerantsev en Rusia -donde la realidad supera a la ficción- se cambian continuamente los decorados y los ropajes de los actores y las actrices, en una obra en la que continuamente se recicla todo y en la que se improvisa para satisfacer la última moda de comportamientos correctamente adecuados.

Por supuesto –añade- siempre se debe aludir a la benevolencia, inteligencia, poderío y sabiduría de Vladimir Putin, y un pequeño desliz en la alabanza puede suponer una caída a los abismos, y no hay mejor lugar para difundir la grandeza del líder que la televisión rusa.

En ella que se alternan la propaganda indisimulada al régimen que ya dura casi dos decenios, con programas que pretenden distraer o incluso obnubilar al espectador hasta hacerle perder la consciencia de quién es, dónde vive y en qué situación se halla.

Toda clase de reality shows se retransmiten en diversas cadenas, en esta democracia iliberal, y llegan a todas las partes de ése universo cerrado que es la gigantesca y sutilmente sojuzgada nueva Rusia, como Pomerantsev tituló su exitoso libro de crónicas, cuya portada es la imagen de la clásica “matriushka” de madera –un símbolo nacional-; pero colocada de cabeza.

Peter Pomerantsev estuvo dentro del entramado de esa realidad alrevesada, la conversión al capitalismo y el reciclado de los pedazos del destrozo en los que llama “posverdad entretenida y alegre”, en un circo que oculta que el pan se reparte por cuotas de poder e influencia.

Como productor de televisión –tarea que alterna con las letras-, tenía los más extravagantes encargos, y a ello se refiere en su libro, cuyo subtítulo es “Nada es verdad y todo es posible en la era de Putin.

Tras leerlo y alucinar con lo que describía, saliendo de cada página como de un viaje de LSD, hay que preguntarse si la obra de “no ficción” no merecería un lugar de honor en los estantes de ficción junto a sus compatriotas George Orwell y Aldous Huxley.

El autor de “La Nueva Rusia” ha respondido a ocho preguntas que definen su pensamiento, en torno a lo que denomina “una dictadura más sutil que cualquiera del siglo XX, y que se dispone a desafiar a Occidente a medida que crece su poder”.

-El filósofo político francés Jean François Revel, representante de la nueva derecha europea, decía que “la primera de todas las fuerzas que dirigen el mundo es la mentira”. ¿Qué hay en ello de verdad para el mundo en su conjunto y para Rusia en particular?

“La cultura de la mentira se expresa de muchas formas en Rusia. En primer término, es un mecanismo de defensa propia frente a un estado brutal. También sirve de señal de ausencia de privilegios: si eres de confianza, entonces no mereces confianza.

“Como a muchos rusos les parece normal mentir, o digamos parecer astutos, autoridades en su casa, Putin puede fácilmente ser visto como un héroe cuando engaña o miente a los líderes de orden mundial. Esta es la treta de la que Putin se ha servido para presentarse como un rebelde del orden global.

“De una forma más generalizada hemos observado cambios en la naturaleza de la mentira. Durante la Guerra Fría, los soviéticos mentían, por supuesto, pero haciendo todo lo posible para sentir que sus mentiras eran verdad. Cuando, por ejemplo, crearon historias falsas en la década de 1980 sobre cómo la CIA inventó el SIDA como un arma, elaboraron cuidadosas falsificaciones para probar el caso.

Mijaíl Gorbachov se indignó cuando Ronald Reagan acusó a su pueblo de difundir falsedades para minar a Estados Unidos. Hoy, cuando Putin le dice al mundo, como hizo durante la anexión de Crimea, que ‘no hay soldados rusos en Crimea’, no es que trate de hacer pasar una falsedad por un hecho, lo que nos dice es que los hechos no importan.

“Donald Trump, de forma similar, arroja los hechos al viento. Esta es una parte de su atractivo. Hay una alegría rebelde en desechar el peso de los hechos. Los hechos son desagradables: te dicen que vas a morir o que has fracasado. ¿Quién quiere hechos?

“Entonces, ¿qué es lo que ha cambiado? Los hechos están vinculados a un discurso ilustrado sobre el progreso racional. El comunismo, a pesar de sus despropósitos, todavía reclamaba ser una visión racional del futuro. Por tanto, necesitaba al menos apariencias de ‘hechos’, y los hechos fueron una parte de su mascarada. Necesitaban de hechos que demostrasen que estaban encaminándose hacia su futuro.

“De igual modo, el capitalismo democrático, en ascenso hasta la crisis financiera global de 2008, estaba tratando de probar que se encaminaba a un futuro feliz de capitalismo globalizado, una suerte de utopía de revista de economistas. Ahora nadie cree en aquellas visiones. Así que, con la desaparición de la idea de un futuro racional, los hechos pueden tranquilamente ser arrojados por la ventana.

Se puede ver lo mismo en Polonia y en Hungría. Mientras se disponían a incorporarse a la Unión Europea, tenían una idea coherente de un futuro práctico, con regímenes que se adherían a un discurso basado en los hechos, para demostrar que estaban cumpliendo un plan racional. Ahora que están en ella, ya no está claro hacia dónde se encaminan y se han deslizado hacia un discurso político salvaje que no se atiene a los hechos”.

¿Si Fedor Dovstoievski, Lev Tolstoi o Antón Chejov resucitasen y vieran a la Rusia de hoy, qué novelas o crónicas cree que escribirían, si tuvieran libertad para hacerlo?

“El período que pasa Rusia está mucho más cerca de Nikolai Gogol, del surrealismo teatral y de la crueldad. Cuando se vive en la Rusia de Putin, uno se percata de que ese autor clásico del siglo XIX era realista”.

-Trabajó dentro de la maquinaria de propaganda más sofisticada de nuestro tiempo. ¿Puede dar alguna pista de cómo funciona?

“La clave está en que el Kremlin ha combinado el entretenimiento de Occidente con la centralización de los soviéticos. De modo que hay, o hubo, reuniones semanales entre la administración presidencial y los directores de los principales canales de televisión en las que se decidiría la agenda de la semana, las listas negras y todo lo demás. Luego se permitió que los canales improvisaran dentro de ese marco”.

“La historia principal era, y sigue siendo: ‘no hay alternativa a Putin’. Así que uno podría, e incluso debería, mostrar partidos de oposición títeres -siempre que resultaran ridículos al compararlos con Putin. Así que en la televisión rusa se encuentran espectáculos de debate político entretenidos; pero organizados de manera que siempre hacen que Putin quede bien.

“No están permitidas las figuras reales de la oposición, por supuesto; pero hay muchos que aceptan participar en esa farsa. Del mismo modo, con Occidente, la idea es mostrarlo en declive, invadido por minorías sexuales e inmigrantes. Así que nadie dice, como en la época soviética, que Rusia sea un paraíso.

“El objetivo es mostrar que no hay una alternativa fuerte, ninguna esperanza que albergar. Esta es, por consiguiente, una propaganda en negativo: todas las alternativas al putinismo son peores. No es la propaganda agitadora que conocimos en el siglo XX”.

-Se cree que Rusia ha interferido en procesos electorales como el de Estados Unidos de 2016, con hackers, trolls y a través de noticias tergiversadas o directamente falsas a través de sus canales internacionales. ¿Es el deseo del Kremlin afectar en serio a la Unión Europea y a la Unión Americana?

“Los soviéticos ya tenían una fuerte tradición de lo que se llamaban ‘medidas activas’: miles de agentes de la KGB dedicados a crear operaciones de desinformación encaminadas a dividir las alianzas occidentales, desacreditar a sus líderes, sembrar confusión y debilitar la moral. Hoy, con Internet, es infinitamente más fácil hacer ese tipo de operaciones.

“En principio, ´Occidente´ es solamente un truco lingüístico consolidado por el Artículo 5 de la Organización del Tratado del Atlántico Norte: que el ataque a uno de los miembros es un ataque a todos. Si uno puede socavar esa idea apoyando movimientos en Occidente que se oponen a ella, entonces “Occidente” desaparece.

De igual modo con la UE. Si uno apoya movimientos que la odien, entonces puede debilitarla. Solo se necesita echar una mano a tendencias ya existentes, no es difícil; pero por encima de todo, el objetivo del Kremlin es evitar el cambio social en su propia casa. Para ello necesita desviar la agenda hacia aventuras extranjeras, provocar confrontaciones y ruido y, de ese modo, distraer del estancamiento doméstico. Así que son los fuegos artificiales que se necesitan. Y estamos felices proporcionándolos.

-Edward Snowden, que se horrorizó al descubrir que los servicios de inteligencia estadounidenses controlaban todas las comunicaciones, y vive ahora en Rusia. ¿Cree que es coherente, si lo que se defiende es el derecho de las personas a su privacidad, ponerse bajo la protección de Putin?

“Tal y como Daniel Soar expuso en ´London Review of Books´: ¿qué es más importante, las fugas o el fugado? Dejaré los movimientos de Snowden a su conciencia; pero las cosas que reveló merecen ser comentadas y analizadas”.

-Los reciclajes urbanísticos, económicos y sociales parecen ser la norma en Rusia, como se apunta en el libro. Putin proclamó que haría valer la dictadura de la ley; pero allí donde nada es cierto y todo es posible, ¿no es imposible vertebrar un Estado de Derecho?

“La ley se usa en gran medida como instrumento para castigar y como teatro para dar lecciones; es decir, hacer juicios-espectáculo”.

-¿Tiene temor a represalias de Rusia por lo que escribió en el libro?

“¿Peligro físico? No. A los periodistas se les castiga en Rusia si escriben sobre una corrupción concreta o si comienzan a explorar el vínculo entre el terrorismo y el Estado. A nadie le importa la crítica de la cultura. Lanzarán sobre uno historias difamatorias desde los medios del Kremlin, por supuesto. Eso es común.

-¿En qué trabaja ahora?

“Estoy llevando a cabo un programa en la London School of Economics, centrándome en cómo se pueden reinventar los medios en el siglo XXI para superar las polarizaciones, las cámaras de eco y la pérdida de espacio público”.

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