Luis Alberto García / Moscú, Rusia
* Así fue la toma del Palacio de Invierno en San Petersburgo.
* Cuánto hubo de verdad y cuánto de mentira en ese episodio.
* El cañonazo del crucero Aurora entró a la historia por decreto.
* Las representaciones heroicas del cineasta Serguei Eisenstein.
* Fue el menos violento de los levantamientos en Rusia.
* “Los ríos de sangre correrían más tarde”: John Reed.
“Al decidirse el asalto al Palacio de Invierno de San Petersburgo había pocos soldados en el edificio y en los alrededores, tal vez menos de quinientos que iban y venían”, comentaba el periodista estadounidense John Reed en Diez días que estremecieron al mundo, su gran reportaje sobre la Revolución de octubre.
Luego podría contar que, por la noche, el lugar estaba rodeado de más y más gente que apoyaba sin reservas a los bolcheviques, entre ellos los escuadrones de la Guardia Roja, que ya contaba con mayores efectivos, los voluntarios que se sumaban y hacían crecer sus contingentes.
A las 21:40 del 25 de octubre de 1917, el crucero de guerra Aurora, anclado en un muelle del río Nevá, disparó dando la orden para el comienzo del asalto, de acuerdo a la versión más creíble y aceptada oficialmente, por decreto, como lo recordaron Lev Trotski y Vladímir Antónov, responsables de las tropas situadas en la otra orilla del río.
Desde la caída de la monarquía, el Palacio de Invierno ya no era la residencia real, sino el cuartel general del gobierno provisional de Alexander Kérensky, habilitado como hospital en el que se encontraban numerosos heridos provenientes del frente oriental de la Primera Guerra Mundial.
Se encontraban ahí, ya que en el Palacio había espacio más que suficiente, así que cuando la artillería de los bolcheviques comenzó a bombardearlo desde la fortaleza de San Pedro y San Pablo, al otro lado del río Nevá, algunos soldados cayeron muertos y heridos.
Al contrario de lo que decían los partes oficiales, el asalto fue silencioso, parecía más la captura de un cuartel; pero no un ataque en toda forma, y mientras era asediado, un grupo pequeño, liderado por Vladímir Antónov – Ovseyenko, entró al Palacio a través de una puerta que no estaba vigilada en la parte trasera del edificio.
Tras recorrer el interior de la fastuosa edificación, encontraron finalmente el gabinete en el que los ministros estaban sesionando; pero se desconocen las razones de esa reunión: Trotski y Antónov ordenaron su arresto inmediato y se prometió seguridad a todos los que estaban defendiendo el Palacio si deponían las armas.
En el ataque apenas hubo derramamiento de sangre, tal y como señala otro periodista e historiador, Borís Sapúnov: “Los líderes soviéticos tenían argumentos para asegurar que la Revolución de octubre había sido el menos violento en la historia de los levantamientos”.
Así, el gobierno provisional de Petrogrado pasó a la historia casi en silencio, sin que hubiera ni medianos enfrentamientos; pero entre lo que se destruyó en el ataque se encontraba una preciosa bodega de vinos y licores de gran calidad.
Antónov – Ovseyenko ordenó romper las botellas para prevenir que los soldados se bebieran los vinos tintos y blancos que ya fluían por las calles hasta llegar a las alcantarillas, lo que hizo que aflorase la leyenda acerca de la gran cantidad de sangre que se había derramado durante la batalla.
Lo cierto es que los ríos de sangre iban a correr más tarde –referiría John Reed-, mucho antes de que se cumpliese un mes del asalto de los bolcheviques al Palacio de Invierno, situando a los rusos, zaristas y no zaristas, rojos y blancos, en el camino hacia la guerra civil que se prolongaría hasta 1921.
“La rendición del gobierno provisional el 7 de noviembre de 1917 (25 de octubre del calendario juliano), puso en marcha la Revolución de octubre y preparó a Rusia para la guerra civil”, advirtió John Reed, a quien con posteridad se reconoció como uno de los héroes revolucionarios, enterrado en el muro del Kremlin a los 33 años de edad.
La Revolución de octubre, así llamada porque el derrocamiento tuvo lugar el 25 de octubre del calendario juliano, puso a Petrogrado bajo el control de los trabajadores, que se habían desilusionado debido al caos provocado por las derrotas en la Primera Guerra Mundial.
La toma de Petrogrado fue relativamente sencilla, ya que los trabajadores en la mayoría de los puntos clave de infraestructura eran leales al soviet de la ciudad, que dejaría de ser capital del imperio zarista, trasladándose a Moscú.
San Petersburgo, Petrogrado o Leningrado –llevó los tres nombres en diferentes épocas a lo largo de tres siglos- quedó bajo el dominio de los bolcheviques, y después de que Lenin y el Comité Militar Revolucionario anunciaran un golpe el día anterior, los trabajadores ferrocarrileros y los marineros de Kronstadt se unieron a ellos y marcharon por el centro de la ciudad.
El Palacio de Invierno había sido mal defendido por solamente mil cadetes, cosacos y mujeres soldados y, contrariamente a las representaciones heroicas que más tarde dio el cineasta soviético Serguei Eisenstein, el gobierno provisional se rindió sin resistencia y los bolcheviques evitaron situaciones fatales dentro del Palacio de Invierno, retrasando el asalto definitivo por varias horas.
Los primeros cadetes se rindieron a las 18:15, y el gabinete del gobierno provisional se entregó oficialmente a las 02:10 de la madrugada del 26 de octubre, cuando la aún capital de Rusia estaba gobernada por el II Congreso de los Soviets, compuesto únicamente por bolcheviques y socialistas revolucionarios con Vladímir Ilich Uliánov al frente de ellos.
A esa hora, Lenin, llegado de Suiza hasta Finlandia en un ya célebre tren blindado en compañía de una treintena de acompañantes, había gritado: “¡Todo el poder a los sóviets!”, y sí, el poder ya era de los sóviets.