Carlos Ferreyra Carrasco
Hace más de un año reflexionamos sobre la transformación del medio periodístico en que crece la sensación de que los diarios impresos desaparecerán y quedarán las redes cibernéticas.
No sucederá mientras existan personas ávidas de informarse seriamente de lo que acontece en su entorno y en la lejanía.
Con la desaparición de los medios impresos, desaparecerían los reporteros profesionales, los que en el estudio y el conocimiento buscan mejorar un medio mercantilista frente a la relativa impotencia de los informadores que deben plegarse a conveniencias ajenas.
Sintéticamente recordaremos que en ausencia de las redes, que ni siquiera existían, los reporteros eran investigadores, analistas y psicólogos capaces de encontrar dobles intenciones de un declarante.
Carecían de fuentes inmediatas de consulta para los antecedentes de la información o del informador. Requerían retentiva a toda prueba y una memoria que permitiera almacenar las partes esenciales de una trama, de una historia.
Todavía no generalizado, el uso de las grabadoras era extraordinario que un declarante desmintiera a un reportero. Hubo un empresario que lo hizo en Excélsior al reportero Federico Gómez Pombo. Lo menciono porque fue una muestra de la relación medio-comprador de publicidad.
Tras reclamar al director Julio Scherer, el reportero fue convocado al Olimpo donde Zeus desató la ira del Averno contra periodistas que vulneraban la virginidad del cotidiano.
Federico extrajo de su amplio suéter (mide dos metros) una de las primeras grabadoras portátiles que conocimos. Echó a andar el artefacto en el que se escuchaba al empresario admitir su declaración, pero se retractaba.
Furioso por el engaño de su amigo y por violar su comportamiento de confianza a sus reporteros, el director estuvo a punto de echar al informador. Rectificó y Fede siguió en el diario hasta que nos defenestraron con Scherer a la cabeza.
Un reportaje requería lecturas sobre el tema. Información de los involucrados, conocimiento de lo que públicamente se hubiese dicho y, claro, consultas con los interesados.
Luego a teclear en las dinosáuricas máquinas mecánicas, enviar el original al linotipo previa revisión de estilo. El reportero inventaba su taquigrafía, pero ciertos entrevistados, por ejemplo, a Martín Luis Guzmán, sentaban frente al reportero que soltaba la pregunta inicial. La corrección: su pregunta está mal planteada. Y luego la repuesta dictando cada palabra.
Esos declarantes pensaban la forma en que se expresaban. Con las grabadoras nos libramos del apunte, pero no fue un triunfo: los entrevistados miraban el aparato y le contestaban al chunche. El periodista desaparecía…
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