jueves, abril 18, 2024

Melting pot quebrado

Siegfried Hitz
El violento ataque armado al Capitolio el pasado 6 de enero, instigado por el presidente Trump, produjo cinco muertos y posteriormente se informó la desactivación de dos bombas previamente plantadas en el recinto. El presidente electo Joe Biden lo calificó públicamente de insurrección y exigió al Presidente frenar a sus seguidores.

El inédito evento conmovió a los EUA y al mundo. La icónica democracia había sufrido un intento de autogolpe de estado. Convertido súbitamente en una república bananera al terminar el primer y único período de la más conflictiva presidencia en la historia del país, la pregunta general era si esto era el final o sólo el principio de algo más. En resumen, decían ¿y ahora qué viene?

Trump, como típico populista, no sólo desconoció los resultados adversos sino además acusó fraude electoral sin prueba alguna. Instó a la rebelión y no se dignó a acudir a la ceremonia de cambio de poderes.

Más que calificar Trump es importante saber cómo ubicarlo en el contexto histórico y político de su país. Doce de los trece estados que en 1861 se separaron de los EUA en la Guerra de Secesión, dieron su voto a Trump en 2016. En 2020 se repitió el fenómeno, con excepción de Georgia, que tuvo muy cerrados resultados.

Los estados confederados separatistas tenían en 1861, una economía mayoritariamente agrícola, sustentada en la mano de obra esclava. Por eso rechazaron la amenaza del antiesclavista presidente electo Abraham Lincoln y fundaron los Estados Confederados de América, era la secesión. Ese resquebrajamiento sigue vivo ahí. Desde entonces permanece arraigada en ellos la idea de la supremacía blanca.

Muchos analistas han señalado que el apoyo al candidato republicano provino de las regiones y sectores tradicionales de los protestantes puritanos, blancos, anglosajones (wasp) supremacistas, cuya manifestación extrema es el KKK. Se sintieron marginados por la dirección del país y fueron en contra del sistema que había llevado a extremos: un presidente de raza negra. Y en efecto, la población creciente de color y migrantes, lleva la tendencia irreversible de convertirlos en una minoría ancestral. El país ya cambió, pero les es difícil aceptar la realidad. Por estrategia política Trump no atacó directamente a los negros, pero ante enfrentamientos raciales nunca los defendió y pidió tolerar a los supremacistas.

Y cabe analizar cómo fue ungido Trump candidato. La lucha entre precandidatos fue peleada y Trump era un rezagado advenedizo en ese contexto. Pero era conocido por sus antecedentes con el programa de TV The Apprentice, donde el millonario seleccionaba a los principales mandos para su negocio, descartando despectivamente a los que rechazaba. Tenía además la imagen de éxito como empresario millonario y una esposa de singular belleza. Era un “ganador”. ¿ Bastó eso para hacerlo candidato?

El prestigiado semanario alemán, Der Spiegel publicó un editorial de portada en agosto de 2016, con un meticuloso análisis de su conducta, concluyendo que en la medida que más mentiras decía, mayor era su aceptación y popularidad entre republicanos, y cómo eso lo había catapultado a la candidatura republicana.

El melting pot se quebró, esta resquebrajado. El sueño americano de alcanzar la fusión perfecta en una olla mítica de migrantes de los más diversos orígenes, razas y colores, que ha movido a millones hacia los Estados Unidos, lleva una profunda fisura que muchos creían superada. Trump, la agudizó.

Cabe preguntarse cuál es el rol futuro del ex presidente que en 2020 aun perdiendo, obtuvo 47% de la votación popular (74 millones). No fue su mérito imponerse como candidato republicano. Fue aprovechado por políticos sagaces para abanderar sus propios intereses, antes que otros más calificados, con trayectoria política y con imagen menos controversial. Lo utilizaron y lo ungieron como candidato antisistema. Al populista charlatán, racista, mentiroso consumado. Lo alarmante es que lo siguió casi la mitad del país.

Hoy como ex presidente, fracasado de la reelección y de un frustrado intento de autogolpe de estado, difícilmente tendrá un nuevo papel relevante. El 7 de febrero los senadores votarán el juicio de destitución diferida. Si los republicanos lo defienden, avalarán la barbarie de sus actos y el resquebrajamiento nacional. Sería un grave daño para la imagen de su Partido.

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