Maricela Guerrero nos presenta Bronce dorado, una historia en busca de la identidad

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CIUDAD DE MÉXICO.- Basandose en un recuerdo de su estancia en la secundaria, Maricela Guerrero nos regala una obra donde en los años 90’s, con la entrada del neoliberalismo, su personaje se enfrenta al anhelo de contar con un mundo más justo.

En el ambito de la comunidad LGBT, nos dice Maricela Guerrero en entrevista con almomento.mx, las cosas han cambiado. “Hay más apertura al mismo tiempo que los grupos radicales de la ultraderecha son más agresivos”.

“Es una lucha de ser quién queremos ser apoyada en tus amigos y la familia. En la historia se da una suma de acontecimientos de cada uno de los personajes reconquista la vida. Los jóvenes conquistan su identidad y el personaje principal también reconquista su identidad y lucha por ella”.

Comenta que en la historia la familia también va aprendiendoy es un proceso hermoso.

Indicó que para ella fue muy importante la recolección de archivos historicos de los colectivos, así como los archivos de Nanci Cárdenas y del mismo Carlos Monsivais.

En su opinión la apertura no ha sido gratuita, ha sido un trabajopolítico social que viene de muy atrás y en ese sentido, Maura busca su identidad y se va transformando.

Maricela Guerrero, nació en la Ciudad de México en 1977, es poeta e investigadora. Desde el kínder hasta la maestría en Letras Latinoamericanas por la UNAM se ha formado en escuelas públicas, su obra se enraíza en una sensibilidad crítica que entreteje las luchas de la clase trabajadora con las formas vivas de la naturaleza.

Su escritura dialoga con lo orgánico, lo común y lo colectivo, desde una mirada poética que busca nuevas maneras de habitar el lenguaje y el mundo. Es autora de diez libros de poesía, entre ellos El sueño de toda célula, Distancias. de los caprichos de tu corazón y A río revuelto. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, italiano, holandés, entre otros idiomas. Desde 2018 es integrante del Sistema Nacional de Creadores.

En 2023 fue escritora residente del International Writing Program de la Universidad de Iowa y de la Universidad de Stockton en Nueva Jersey. Ha participado en festivales literarios nacionales e internacionales, como Berlín, Colonia, Rotterdam y Poesía en Voz Alta.

Ha impartido clases, talleres y seminarios en instituciones como la UNAM, la Universidad de Brown y la Universidad de Iowa. Bronce dorado es su primera novela y, como su poesía, nace desde las grietas del asfalto y la memoria, donde lo vegetal y lo humano persisten en su dignidad.

«Soy Maura y no puedo detener esa vocecita interna que me dice cosas y que no se calla nunca, Rudra . Me urge hablar contigo, me urge parar de pensar y hablar con alguien.» , es un fragmento de la obra Bronce dorado de Maricela Guerrero.

Maura estudia el tercer año de secundaria en la diurna número Treinta y Ocho del Distrito Federal mientras su vida atraviesa un terremoto de dimensiones planetarias: papá se fue de la casa y en la escuela cancelaron el viaje de fin de cursos. Sin embargo, ella se las arregla para que en sus cuadernos quepan, organizados por colores, la composición celular de las plantas, los ecosistemas de la Tierra y la Guerra del Golfo Pérsico.

Son los años noventa: para la mayoría, el internet aún es un mito, el desprendimiento de glaciares una funesta promesa y la familia una institución que se tambalea. Pero en medio de la catástrofe en la vida de Maura se levanta, como un íntimo Taj Mahal, la Plaza Universidad con las malteadas del Helen’s; también las jícamas con chile del tianguis, las aventuras que imagina para su Madelman esquimal y el bilé color bronce dorado compartido con sus amigas.

Y algo más. Algo irresistible. Un sentimiento nuevo, pegajoso y deslumbrante, que llegó junto con una inesperada mancha en la falda blanca de deportes. Y un nombre: Rudra, la del salón E; Rudra, la que grita cosas insensatas en las ceremonias escolares; Rudra, la que visita con ella el Kilimanjaro en sus ensoñaciones; Rudra, la que ¿algún día leerá esta historia?


El siguiente es un fragmento de la obra Bronce dorado de Maricela Guerrero:
Cuatro fotografías con cara de «se busca» sin anteojos, sin idea de lo que va a pasar, en blanco y negro como película de Juan Orol, cabello recogido y sin aretes.

Acta de nacimiento donde dice que hubo una vez un papá y hubo una vez una mamá, que estuvieron casados y hubo un cuarteto de abuelos y abuelas. En el acta no consta que los papás se han separado y que al padre no se lo ha visto hace algunos años.

Certificado de sexto de primaria, escuela de paga a dos colonias de distancia, aspiracional con ganas de acomodarse mejor.

Uniforme de diario: falda gris Oxford, talla enorme; suéter verde expandible, descosible, calcetas del color del grado: por esta ocasión, las de primero: verdes como las rejas de Chapultepec. Las rejas de Chapultepec son verdes, son buenas, son nuevas, nomás para usted. Para el futuro, en segundo, serán grises de Oxford como la corona inglesa, como las ratas y esa tristeza que no sé de dónde se fue adhiriendo a algunos de los pensamientos de la protagonista, y para tercero: blancas como los lunes blancos, en blanco, calzones blancos, brasier blanco, chazarilla blanca, chores blancos, dientes blancos para que brillen en la oscuridad y pueda verse, así, sonriente.

Zapatos negros, choclos de suela de goma como las de las botas de Alaska, ¿dónde está nuestro error sin solución?, ¿fuiste tú el culpable o lo fui yo?, ni tú ni nadie, nadie puede cambiarme.

Bata de laboratorio blanca con el nombre completo bordado en letras cursivas, para química, biología, física: blanca bata de laboratorio para parecer ratas blancas de ojos rojos en el laboratorio, observación: el experimento soy yo o no; el mundo es un experimento lleno de muestras en congeladores, matraces y mecheros de Bunsen ardiendo, como las benditas ánimas del purgatorio de las imágenes de la casa de una abuela que no para de persignarse por todo.

Luego la promesa de un taller de las muchas variedades de artes y oficios, como plan B, por si algo sale mal en el largo camino hacia una profesión de provecho, medicina, leyes, contaduría o administración. Talleres como plan B, un oficio para aprender a ganarse la vida, aunque sea. Talleres en los que se llevarán batas de tela mascota de algodón, varios colores, como de pintor francés en París, que no en Zambeze, Nigeria o Turkestán; sino en París: bata de colores sin boina, pero con bolsitas para guardar las herramientas y las cartitas de las compañeras de oficio. Si la alumna se queda en cocina, belleza, economía doméstica, bordados y tejidos, todo bien, batas de colores brillantes hacia el espectro de la normalidad; pero si la alumna osaba ir a artes plásticas, dibujo técnico, entonces opciones de aves raras: batas rojas: escuadras, estilógrafos, porta láminas, porta papeles, porta rarezas y cajitas con variedades de colores, texturas: raritas, esas, las de las batas rojas, sus ínfulas de artistas, rarezas.

Suena el despertador, el amanecer más lluvioso e iluminado al mismo tiempo. La emisora XEQHK proporciona la hora exacta del Observatorio 6:24, 6:24 chocolates Turín, ricos de principio a fin. Vamos tarde, ¿ya oíste la hora?, le dice mi mamá a su novio que llega al departamento para llevarme a la escuela, es su primer día. Corran, Martín, ya es tarde. Mi madre me quita las migajas, me alisa el moño de papel banco con verde del peinado de media cola. Ay, Maura. Traes pelos de gato en el suéter. ¡Pinche Serpentina!, se quedó dormida sobre mi uniforme. ¡Lávate los dientes! ¡Apúrense! Agarro la mochila roja con cierres de colores, en ella una libreta y la estuchera, a donde llevo el paquete de plumas de corazones con olor y la pluma morada con marcador y aroma a uva. Llegamos derrapando.

Primera ceremonia de arranque de cursos, recuerdo entonces, Rudra, las efemérides de inicio de ciclo escolar: la Independencia de México y una canción: violetas imperiales sonando como un océano que se desparrama hasta inundarlo todo desde el auditorio al fondo del patio. De bienvenida, el coro de las alumnas de tercero, la ceremonia, nos cantan; su último año en secundaria. De bienvenida, a las de primero, nos cantan. Todas violetas, una canción violeta, aromas de recién bañadas, y el musgo del muro del patio de la higuera fosforece, todo está húmedo y fresco, hay charcos que reflejan el cielo y las nubes, llovió toda la noche y ahora está la mañana iluminada, ni parece que hubiera habido contaminación. Algo raro, un cosquilleo que me aterra y atraviesa, esa frase del poema que leí quién sabe dónde: «en su purpúreo seno». Y no se me quita de la cabeza, qué es o cómo, pero se me escapa, como si comprender las palabras o lo que dicen se tratara de agarrar los resbalosos peces de la pecera de la dirección: inconseguibles: en su purpúreo seno, palabras peces que se resbalan de las manos, cuando las escucho, están ahí las de tercero más grandes que nosotras y nos cantan.

Violeta, para ti tengo yo una canción, la misma que aprendí en tu antiguo pregón, te acuerdas en Granada, al pie del Albaicín, juntos en el jardín, que nos dio su ocasión, nos cantan, las de tercero.

Sabes que ya no habrá primavera, si tú no estás aquí, violetera, la primavera ha venido y yo sé porque ha sido, entre las flores que ofreces, es como una flor. Piensa que en esta corte francesa eres más que gitana, princesa. Las de tercero nos cantan, en su purpúreo seno, durante la primera ceremonia del año y todo comienza, el muro de musgo del patio trasero y los fresnos fosforecen, así todo se echa a andar como las gotas de la ventana que se condensan cuando en el salón hace calor y afuera hace frío: gotas que se resbalan jalando a otras gotas, así en el recuerdo, un sonido, una imagen y cosquilleos de algo que comienza y no puedo precisar qué es ni cómo, entonces tu recuerdo, Rudra, te pienso.

Un lápiz labial, un tono, bronce dorado: coreografía: labio superior, del centro a la izquierda y del centro a la derecha, labio inferior de derecha a izquierda, apretar los labios: esta boca es mía.

Rudra
¡Rudra, quién le pone así a su hija!, te dijo la maestra de dibujo técnico cuando te presentaste, íbamos en primero. Todas reímos y te pusiste muy seria y te azotaste contra el restirador. La maestra no dijo nada más, y seguimos con las presentaciones. El taller de dibujo técnico era la zona de rebeldía de la Treinta y Ocho gloriosa, un espacio para las fugitivas de cocina, belleza, bordados y tejidos y, sobre todo, para las que habíamos huido del destino de la economía doméstica. Ahí había de todos los salones, tú eras de las del E y yo de las del C, junto con Andrea y Lizbeth, éramos como veinte y ahora no recuerdo cómo se llamaban todas.

A veces pienso en tu nombre, Rudra. También en el labial bronce dorado y en los peces de la pecera de la dirección: Fama y Fortuna. Peces dorados y resbaladizos que estuvieron ahí como espectadores de todos los desatinos y desaguisados que pasaban por la dirección de nuestra insigne secundaria pública para señoritas. Cuántas veces tuvimos que verlos mientras la secretaria tecleaba los largos reportes de nuestras fechorías de escuinclas de secundaria.

Aunque, ahora, solo me acuerdo del reporte del día en que me manché la falda. Hacía frío y era la segunda vez que me bajaba, me dolía mucho, traía dos toallas empalmadas y aun así sentía el charco debajo de la pantaleta; pedí permiso para ir al baño, me dieron la tarjetita verde de salida al baño; y ahí me di cuenta de que las toallas no habían contenido nada, de que todo se había chorreado, la pantaleta, el chor, y la falda que tenía una mancha del tamaño de un distrito federal en medio de la república de la falda blanca de deportes. Estaba sola en el baño y no sabía qué hacer, de esas veces que se cierra el mundo y piensas que nunca, nunca, nunca vas a resolver ese problema y que te vas a quedar ahí hasta que se derritan los polos y todo se inunde y al lado de ti pasen osos polares y pingüinos mientras se hunde la estación polar de un Madelman esquimal con todo y su husky llamado Huellas.

Entonces llegaste tú, Rudra, y me preguntaste si estaba bien. Te enseñé lo que había pasado, pero no te conté de los osos polares ni los pingüinos para que no pensaras que estaba loca. Orita vengo, dijiste y te tardaste, me di cuenta, porque otra vez comenzaba a inundarse el baño y los osos polares y los pingüinos volvían a aparecer, para entonces ya me estaba dejando ir en las aguas heladas del derretimiento. Luego volviste, con una bata de laboratorio y con unas toallas enormes de las que daba el Seguro Social a la enfermería. Que no me preocupara, dijiste. Que me quitara la falda y comenzaste a enjuagarla. Orita que enjuaguemos la falda nos vamos al patio atrás del auditorio y la ponemos a secar; cuando ya esté seca, te la pones y aquí no pasó nada, chulita. Me dijiste chulita, sentí raro, pero me gustó; reíamos mientras exprimíamos juntas la falda hasta que nos acercamos mucho, nuestras caras quedaron muy cerca, casi a punto de tocarnos; de repente sentí que ya no estaba en peligro y quise creer que estando tú, Rudra, no se iban a derretir los polos pronto. Era raro pero lindo, muy lindo.

En esas estábamos cuando entró la prefecta Noemí al baño y se puso como loca, de vernos ahí contentas, juntas, ve tú a saber qué pensó, qué se imaginó, porque inmediatamente nos llevó a la dirección con la ropa mojada para ser interrogadas en dos oficinas distintas. Yo conté lo que pasó sin pingüinos, inundaciones ni osos polares; supongo que tú también, pero no conté que me dijiste chulita, aunque hubiera querido contárselo a todo el mundo.

Ese día llamaron a nuestras casas para que fueran por nosotras y nos hicieron el reporte más largo de la historia de la Treinta y Ocho gloriosa: nos reportaron por desobedientes y por saltarnos la clase y por haber robado la bata del laboratorio de la maestra Tina. De eso me di cuenta cuando nos interrogaron en la oficina de la dirección y vi mi reflejo en la vitrina con el nombre bordado en la bolsa izquierda del frente de la bata. «Biol. Tina Gutiérrez Pérez», ahí me cayó el veinte de que estábamos en problemas graves. ¡Chale! Todo fue peor cuando llegó mi mamá. La prefecta insistió muy enfáticamente en que mi mamá tenía que hablar conmigo sobre la higiene y sobre las enfermedades mentales. Ahí mi mamá, que había estado muy serena, se puso de mil colores y le dijo a la enfermera que cómo se atrevía, que no sabía lo que estaba diciendo y que más le valía que no anduviera diciendo cosas sin fundamento. Y nos salimos de la oficina, con una hermosa suspensión de tres días.

El camino a la casa fue la peor inundación provocada por el derretimiento de los polos que pueda imaginarse. La mirada reprobatoria de mi madre lo derretía todo. Mi madre, sus ojos y el suspiro. Calladas en el taxi que se llenaba de agua helada hasta el tope. Llegamos. Comimos en medio de una inundación terrible, los muebles flotaban, había icebergs, osos polares hambrientos y pingüinos famélicos tratando de encontrar un poco de tierra firme. Hasta que mi mamá y su mirada dijeron con la voz impostada de serenidad y condescendencia: Siempre te voy a creer a ti, te voy a apoyar a ti y si hiciste algo malo o raro o lo que sea, prefiero que me lo cuentes tú y no andarme enterando por terceras personas.
AM.MX/fm

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