Parte II
La INFOCRACIA y sus 12 advertencias
Reseña del libro: Byung Chul Han (2022). “Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia”; Penguin Random House Grupo Editorial, Barcelona.
Por
Rafael Serrano
Según Byung Chul Han, el capitalismo tardío de finales del siglo XX y principios del siglo XXI ha logrado que las personas se conviertan en un “ganado consumidor”, felizmente sumiso. Lo ha hecho sin utilizar los mecanismos represores del capitalismo disciplinar de los siglos XIX y de buena parte del XX. Han afirma: el control es más perverso; ahora ya no requiere disciplinar a los trabajadores/consumidores sino ofrecer “datos” para el ejercicio individual de “su” libertad y el disfrute “personal”: la necesidad se somete a los deseos que el consumidor considera propios, cuando en realidad no lo son o están mistificados. La comunicación se realiza y se convierte en un instrumento de control social suave, amigable y de gran utilidad práctica: “resuelve” la vida cotidiana y crea placebos mentales para “evitar” las penurias sociales y controlar la indignación. La infocracia nos hace libres, libérrimos, pero con grilletes virtuales blandos, controlados por los algoritmos de las ingenierías de la inteligencia artificial (IA).
Han en su libro “La Infocracia” nos advierte: la vida pública se privatiza o se disuelve. No hay espacio tiempo para la reflexión en busca del mejor argumento colectivo ni espacio para las “rebeliones” que se han vuelto en el mejor de los casos movilizaciones “estéticas” o reyertas virtuales que “incendian” las redes. Adiós a la domesticación dura y bienvenida la domesticación suave. Nos dice: somos libres para expresar nuestro yo, narciso, inscribirlo en los estereotipos apolíneos del cuerpo y en la fantasía de la “elección libre” en los “tianguis del poder” (las elecciones) o en la “república” de los objetos (el supermercado); “libres” para trabajar donde queramos y el tiempo que queramos (teletrabajo). Se infiere de la lectura de “Infocracia”: la información y su infinita exo-memoria son un océano lleno de datos para conformar nuestros comportamientos a partir de lo que “uno mismo” selecciona de lo ya seleccionado por la Kaaba algorítmica: “yes, you can”. No hay pueblo, sociedad, colectivo humanizado sino “familias” de narcisos luchando en un “reality show” en tiempo real o diferido. “Yo”, una mónada: un voto , un like y una ristra de decisiones “mías” en el océano de la información.
El capitalismo globalizado ha logrado que el “ganado social” se convierta en un “ganado consumidor” sumiso y “feliz”. Ofrece placer, culto al yo y una estética erótica del cuerpo. Crea incluso espacios para disentir “sin límites” y eleva la “disrupción light” al altar de la “innovación” (el kitsch rompedor como novedad). Para ello nos informa con celeridad y con una abrumadora cantidad de datos para hacernos “posible” y llevadera la vida cotidiana. Vivimos con “datos” para el día a día: el clima, los embotellamientos, las ofertas para consumir, las contingencias ambientales, y un largo etcétera; incluye los datos para observar el espectáculo de vida, natural y social; y sobre todo, para observar y “participar” en la vida pública y social.
Este “dataísmo” se convierte en “la realidad” objetiva y “verdadera”: creíble o verosímil. En realidad, sostiene Han, los datos son interpretaciones de la realidad, ideas “ordenadas” por la kaabá informática. La infocracia, el poder de los datos, implanta un neoplatonismo cuyas cavernas se encuentran en una exo-memoria, una cueva cibernética, que “todo lo recuerda y todo lo constela” y se homologa con las necesidades de los habitantes de la cueva. Pero a pesar de que la cueva es oscura exige transparencia/visibilidad a sus murciélagos que son miopes o ciegos, como ya lo describió Saramago en su iluminador texto sobre la ceguera social. Este sofisticado mecanismo de dominación tiene, según Han, las siguientes características:
- La transparencia opaca: “El cubo de cristal de Apple puede sugerir libertad y comunicación sin límites, pero en realidad materializa la dominación despiadada de la información”. Para Han, en el Régimen de la información todos somos, queramos o no, transparentes. Pero dentro de una caja negra: “La transparencia en sí misma no es transparente. Tiene una parte trasera. La sala de máquinas de la transparencia es oscura. Así es como nos entregamos al poder cada vez mayor de la caja negra algorítmica”. Surgen reflexiones a nivel del “yo” y del ser social: por una parte, una persona es una máscara que “encubre” la dialéctica entre subjetividad e individualidad donde se “es” visible. La comunicación en la infocracia transparenta opacamente. Permite al sujeto adquirir una individualidad, entendida como una “proyección” de lo que la sociedad, el grupo de pertenencia le exigen para “ser alguien”; por otra parte, la transparencia transportada a la vida pública y política se convierte en la visibilidad de los actores políticos y sociales que “muestran su individualidad”: sus deseos, fobias y filias. La información política para bien y para mal, permite conocer las virtudes o los vicios de los actores y de los “espectadores”, los “públicos” o las “audiencias”. Gracias a la plena comunicación, la infocracia crea una psico-grafía política que nos habla más de esperpentos políticos que de patricios de la democracia y de unas “audiencias” como colmenas africanas devorándose así mismas despojadas de su racionalidad. La transparencia se opaca porque cualquier existencia es por si misma clara-oscura y en ocasiones insondable, bien oscura. La congruencia, la honradez, la fraternidad son virtudes que no pasan por la transparencia opaca y no requieren “visibilizarse” porque son compromisos cumplidos. Uno se pregunta: ¿cuando se habla de transparencia en la política a qué nos referimos?: ¿al “Apple store” o la kaaba algorítmica?; ¿La transparencia del actuar de los políticos consiste en desnudar personalidades y almacenarlas en la memoria oscura de un algoritmo que hace psico-grafías?; ¿es la democracia intervenida o es la eucaristía de la “libertad”?
- La transparencia como información: “El imperativo de la transparencia reza así: todo debe presentarse como información”. La información son datos referidos a algo, objetos de referencia sobre el mundo, los objetos, las cosas; el acontecer y sus emergentes. Los datos son producto/consumo de nuestra libertad personal pero procesados por el Big Data, son inmanentes. Para Han es un recurso “ideológico sin ideología”, valga la paradoja. Se nos dice “por fin libres” y lo somos pero los datos los construye la sala de máquinas de Apple que nos vigila sin coerciones de por medio: ¿tener datos e intercambiarlos es un acto de libertad, de comunicación lograda, o es una acto de libertad apresada/condicionada que pervierte el diálogo y obtura la comunicación?
- La información es libre pero las personas no: “El imperativo de la transparencia permite que la información circule con libertad. (Pero) No son las personas las realmente libres, sino la información”. La paradoja de la sociedad de la información es que las personas tiene libertad para acceder a una inmensa cantidad de datos pero están atrapadas o cooptadas por los sistemas de información. “Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente”. Siguiendo a Han podríamos preguntarnos: ¿De qué sirve hurgar en el o en los pasados de los políticos y de las personas para “transparentar” su solvencia/probidad si la información está siempre contaminada de datos prejuiciados, sesgados anegados por la pos-verdad? Dice Han: todo regresa a “la normalidad” y a su torcida filosofía de la verdad. La personalidad autoritaria aflora, la visibilidad se opaca por una necesidad egótica extra-punitiva de fugarse hacia delante para evitar afrontar los agravios del poder oligárquico: El pasado no cuenta, es una anécdota, dicen los políticos de la era líquida.
- La dictadura de los datos (dataísmo) y la demolición de la verdad. Han afirma que el dataismo anula la posibilidad de construir la verdad, tal y como lo expresa el pensamiento y la tradición humanista de occidente: “No trasciende la inmanencia de lo dado, es decir, los datos. La palabra latina datum, que viene de dare («dar»), significa, literalmente, lo dado. El dataísmo no imagina otra realidad detrás de lo dado porque es un totalitarismo sin ideología. El dataísmo quiere calcular todo lo que es y será”. Afirma Han: “el “big data” no cuenta nada, no es relato: son recuentos algorítmicos: “el régimen de la información sustituye por completo lo narrativo por lo numérico.” La verdad requiere un relato, una explicación sistemática y constatable que se discute, requiere Han señala que la rapidez con la que se produce, distribuye y consume la información impide una racionalización decantada por el modus explanans de los discursos racionales, como los de la ciencia. El dataismo, sin narrativa, nos ofrecen multitud de datos sin “explicación” en parcelas, fragmentos informativos de lo que acontece que se constelan en la percepción de cada individuo en un framing (encuadre) basado en psicometrías.
- La visibilidad como expropiación de la individualidad. En la era digital los individuos tienen una identidad visible y disponible “para todo el mundo”: “Más bien (el individuo) es alguien con un perfil, mientras que en la era de las masas solo los delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento”. La identidad se logra con la comunicación remitida a likes, a número de seguidores: “soy como marca la tendencia o soy disruptivo, original”. Renace la persona con diversas máscaras virtuales: soy animalista, ecologista y progre en general pero puedo cambiar a anti y convertirme en conservador en diversos escenarios en tiempo real y/o diferido, para esos son las “second y third lifes”.
- La cosa privada se vuelve cosa pública y viceversa. Para Han, la persona ata su subjetividad al reconocimiento virtual de los demás, su libertad es una quimera que ensalza o hunde a una persona según la aprobación o desaprobación de las tribus virtuales: “se es”, los muchos que puedo ser, en las diversas fogatas virtuales que ofrece el universo de la red de redes (internet). Según Han: un placebo para no hundirse en la soledad a la que nos arroja la virtualidad, nos aísla cada vez más de la presencia de uno y los otros; además confisca la existencia, el tiempo. El resultado es una anorexia social: temor intenso por la realidad ·”presencial” y miedo afrontar los conflictos y las carencias, compulsión por someter el yo al ideal de la colmena informativa. La soledad de la que hablaba Jaspers aparece: las personas en el ciberespacio finalmente navegan solas creyendo que están acompañadas pero son hologramas. Ya no soy un hombre-masa sino un holograma habitando colmenas informativas, concluye Han.
- Los móviles como parlamento: “El Smartphone como aparato de sometimiento es todo menos un Parlamento móvil. Al publicar sin cesar información privada en un escaparate móvil, acelera la desintegración de la esfera pública. Produce zombis del consumo y la comunicación, en lugar de ciudadanos capacitados.” Las redes no construyen ciudadanía porque hacer clic no es llegar a acuerdos racionales: “En el régimen de la información, ser libre no significa actuar, sino hacer clic, dar al like y postear. Así, apenas encuentra resistencia. No debe temer a ninguna revolución. Los dedos no son capaces de actuar en sentido enfático, como las manos. No son más que un órgano de elección consumista. El consumo y la revolución son mutuamente excluyentes.” Las teatralizaciones esperpénticas de algunas políticos empoderados en los congresos de los países democráticos son un ejemplo: sirven para exacerbar el enojo social y mostrar un like para esos legisladores que “dicen lo que otros callan” y cuya intransigencia es su valor de cambio a través de tiktoks o de tuiters.
- La comunicación sin comunidad. Para Han, las tesis de Habermas sobre el predominio de la razón y el triunfo del mejor argumento se archivan y se colocan en islas pensantes a la deriva en el océano del sargazo de los datos. Fin de la Opinión Pública como instrumento de la racionalidad política para dirimir controversias y conflictos. ¿Anuncia la liquidación del proyecto humanista de la ilustración?: “Los medios sociales amplían esta comunicación sin comunidad. Ningún público político puede formarse a partir de influencers y Las communities digitales son una forma de comunidad reducida a mercancía. En realidad, son commodities. No son capaces de acción política alguna”. La política se convierte en un mercadeo de sentimientos, fobias y filias que pueden intercambiarse tan rápido como funcionen los motores de búsqueda de las plataformas digitales: “Los enjambres digitales no forman un colectivo responsable y políticamente activo. Los followers, los nuevos súbditos de los medios sociales, se dejan amaestrar por sus inteligentes influencers para convertirse en ganado consumista. Han sido despolitizados. La comunicación en las redes sociales basada en algoritmos no es libre ni democrática.”
- De las masas a enjambres virtuales. En la Infocracia, señala Han, ya no son masas o multitudes sino enjambres virtuales con perfiles comunes las que pueblan el espacio social. Le Bon y también Canetti hablaban de un organismo colectivo donde las identidades personales se disolvían en masas o en multitudes congregadas. La sociedad de masas eran/son esas congregaciones indistintas e indiferenciadas objeto de la medio-cracia y de la comento-cracia. Pero en la era digital, en el Régimen de la información, según Han, las masas se convierten en enjambres que conversan, intercambian datos: ya no son indistintos ni indiferenciados, sino perfiles que se auto- presentan con diversas dramaturgias conversando, comunicándose, a través de datos. Los espectadores de la TV o los públicos en los estadios son “almas colectivas” que expresan sus sentimientos a cambio de ser “nadie”, sujetos liberados de sí mismos. En las redes “se es alguien” a través de la aceptación o el rechazo en las colmenas informativas que “habita”. Dos formas de No Ser.
- El medio es el dominio. Para Han, “Lo decisivo para obtener el poder es ahora la posesión de la información. No es la propaganda de los medios de masas, sino la información, la que asegura el dominio. Ante la revolución digital, Schmitt reescribiría su “dictum” sobre la soberanía: soberano es quien manda sobre la información en la red”. La batalla se visibiliza en las redes que han logrado a través de las “dark ads” focalizar nichos (enjambres) concretos, “ultrasegmentados e hipercostumizados” que solo pueden ver un número limitado de “usuarios” (dark posts). Pueden medir todas las interacciones de los usuarios en el proceso de crear una opinión y derivar a un comportamiento electoral o de consumo (dark funnel). La información oscura, no transparente, logra tiros de precisión, personaliza al elector/consumidor. Han nos señala que la Psico-política es posible gracias a que “…el big data y la inteligencia artificial son como una lupa digital que descubre el inconsciente oculto del agente tras el espacio consciente de la acción.” Crea un inconsciente digital, el cual interviene en “…las capas pre-reflexivas, instintivas y emotivas del comportamiento que van por delante de las acciones conscientes. (…) Su psico-política basada en datos interviene en nuestro comportamiento sin que seamos conscientes de ello.”
- La libertad libérrima de las redes termina en una teatralización degradada (astracán). Para Han, lo que importa para la Infocracia es su valor de cambio: el objetivo es polarizar no llegar a un acuerdo, a un valor de uso de la información. Las teatralizaciones esperpénticas de algunas políticos empoderados en los congresos o en los parlamentos (abiertos o cerrados) son un ejemplo: sirven para exacerbar el enojo social y mostrar un like para esas legisladores que “dicen lo que otros callan” y cuya intransigencia es su valor de cambio. El resultado es una inacción política que “moviliza” la irracionalidad dado que ésta es más “sencilla” y “fácil” (percepción pura) y deja en el vado a las conversaciones desde la racionalidad, contra-intuitivas y prospectivas, de suyo difíciles y complejas. Se cede el paso al amarillismo político en vez de la argumentación racional: politiquería en lugar de política. Una astracanada: “carcajada permanente de los espectadores mediante los más inverosímiles argumentos, lenguajes y equívocos de los actores”.
- El poder es información y saber es poder. Han nos señala que “Lo decisivo para obtener el poder es ahora la posesión de la información. No es la propaganda de los medios de masas, sino la información, la que asegura el dominio…”. Cuestión que ya lo habían mencionado Hobbes y Bacon: “quien tiene la información tiene el poder” o “saber es poder”. Pero Han advierte: “Ante la revolución digital, Schmitt reescribiría su “dictum” sobre la soberanía: soberano es quien manda sobre la información en la red”. La batalla se visibiliza en las redes que han logrado a través de las “dark ads” focalizar nichos (enjambres) concretos, “ultrasegmentados e hipercostumizados” que solo pueden ver un número limitado de “usuarios” (dark posts). Pueden medir todas las interacciones de los usuarios en el proceso de crear una opinión y derivar a un comportamiento electoral o de consumo (dark funnel). La información oscura, no transparente, logra tiros de precisión, personaliza al elector/consumidor. Han nos señala que la Psicopolitica es posible gracias a que “El big data y la inteligencia artificial (que) son como una lupa digital que descubre el inconsciente oculto del agente tras el espacio consciente de la acción.” Crea un inconsciente digital, el cual interviene en “…las capas pre-reflexivas, instintivas y emotivas del comportamiento que van por delante de las acciones conscientes. (…) Su psico-política basada en datos interviene en nuestro comportamiento sin que seamos conscientes de ello.” Han sentencia: “La comunicación digital provoca una reestructuración del flujo de información, lo cual tiene un efecto destructivo en el proceso democrático”.