Teresa Gil
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Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón Hinojosa, podían haber cometido crimen de lesa humanidad que no prescribe, al adjudicarse la presidencia de la república en su respectivo momento. Si se analizan uno o varios de los incisos que definen ese crimen, al menos uno encaja perfectamente en el fraude electoral que llevó a ambos a una presidencia de la república que no ganaron. Hay dichos y testimonios al respecto. El inciso h) Persecución, configura todo el tipo penal que ejercieron ambos señalados, contra Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador en 1988 y en 2006 respectivamente. Ambos deben de ser juzgados de acuerdo al Estatuto de la Corte Penal Internacional creado en 1998. La agresión que estos últimos políticos sufrieron en dos fraudes descomunales que les robaron lo que el pueblo les había dado, fue un ataque generalizado a una población civil para negarle sus derechos. Significó ”una privación intencional y grave de derechos fundamentales en contravención al derecho internacional en razón de la identidad de grupo (votantes) o de la colectividad (votantes mayoritarios plenamente registrados ante una institución). Los actos se dirigieron a “multiplicidad de víctimas” en la comisión de los hechos mencionados, “como parte de un plan o política” en la que no estaba incluido el azar. A partir de esa tipificación y “otros actos inhumanos”, que se pueden extender, tanto Salinas como Calderón, podrían ser desposeídos de su carácter de ex presidentes, expuestos a la comunidad internacional y procesados como presuntos delincuentes.
EL LO SABÍA: LA CONFESIÓN TARDÍA DE ROBERTO MADRAZO LO HACE CÓMPLICE
Roberto Madrazo dio un dato fundamental que ratifica el fraude de 2006 y eso tiene un valor propio como ex candidato del PRI que fue en ese entonces, y aunque justifica no haber avalado la ventaja de AMLO en el 2006 porque “hubiera dinamitado la democracia del país”, su declaración es determinante. Un tipo metido en el enjuague de aquel proceso, que sale a la palestra para confirmar un fraude tiene un valor aunque lo diga doce años después. Eso lo convierte en una voz autorizada, para demostrar, como muchos lo han dicho, que Calderón nunca fue electo presidente de la república. Así lo haga cobardemente guiado por sus propios intereses. Lo que no sabía y desde entonces sabemos los mexicanos, es que esa democracia quedó dinamitada, no solo por el fraude escandaloso cometido por Vicente Fox y Felipe Calderón, sino por sus propias acciones como presidentes. Los que aparezcan ahora diciendo que ya sabían que Felipe Calderón cometió fraude y le robó la presidencia a López Obrador, pueden ser considerados cómplices, porque avalaron un delito con su silencio. Es el caso de Roberto Madrazo, quien como candidato a la presidencia en ese proceso, se quedó callado. Las leyes mexicanas si bien son flexibles en su interpretación – según la urraca es el copete-, al menos en la letra suelen ser claras. Y los mandatos que las leyes electorales dan a los participantes oficiosos, por ejemplo, son claras: deben denunciarse los hechos que atenten contra la limpieza de un proceso electoral. Es un principio democrático, en el que todos deben participar. Si alguien conoce un fraude o irregularidad, debe denunciarlo y en esa situación delictiva quedaron muchos viejos políticos de la época de Salinas, que participaron incluso en la alteración de actas y en el revoltijo de los votos. Lo mismo que en el caso del 2006. Fox y Calderón, enfermos de odio contra AMLO, nunca imaginaron que tarde o temprano les llegaría su hora y que la historia no perdona.
EDGAR ALLAN POE Y EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD
Ciento sesenta nueve años se cumplen este 7 de octubre, de la muerte de este extraño personaje, escritor, poeta y periodista, que fue Allan Poe. En el inquietante recorrido de sus historias extraordinarias, de ese suspenso tenebroso que recorre el cuerpo pero que ilumina por la sabia profundidad como se describen, surge El demonio de la perversidad (Obras selectas, ediciones Orbis S.A. Barcelona 1984) como el ser interior que va calando para salir a flote y un día despliega con furia criminal. Niega Poe en esa breve narración a los que mencionan a su dios como el que dicta todos los actos humanos y se aferran a esa concepción para calificar o justificar sus conductas. En ese demonio interno que todo mundo tiene, pero que en algunos sale a flote, señala que tarde o temprano el mismo demonio traiciona al que lo porta y lo pierde. Así pasa con el narrador del relato, un hombre que mata a otro para heredar su fortuna pero que impelido por su conciencia -lo que Freud llamaría 50 años después subconsciente-, también tarde o temprano se traiciona y confiesa un crimen que nadie sabía que había cometido. La muerte de aquel individuo había sido juzgada en sus inicios como el que murió “por visitación de dios”, y que para el poeta Baudelaire no era sino “una muerte repentina”, de acuerdo a los cánones ingleses. Poe nació en Boston en 1809 y su obra guió buena parte del romanticismo estadounidenses de la época, sin que esa influencia haya tenido la misma presencia que la suya. Su muerte temprana ha provocado muchas polémicas. El cuervo es su más famoso poema y tiene infinidad de traducciones una de ellas de Julio Cortázar. Publicaré el primer verso que aprendí hace muchos años, cuando era una escolar y es la que más me gusta:
EL CUERVO
Cierta vez que promediaba
triste noche yo evocaba
remembrando en viejos tiempos
la memoria de esta edad
y escuchar pude en lo oscuro
de esa mística criatura
la que se oye Leonora
por los ángeles nombrar.
Dijo el cuervo: ¡Nunca más!