Teresa Gil
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El escritor Juan Villoro dijo del historietista Gabriel Vargas, que es el Dickens mexicano y Alfonso Reyes, en un entusiasta reconocimiento aseguró en su época, que era el único de los mexicanos que merecía estar en la Academia de la Lengua. Eso se ha repetido y publicado algunas veces, en la misma medida que se destaca la tenaz persistencia del hombre nacido en Tulancingo Hidalgo, para destruir obstáculos -de algunos familiares muy cercanos incluso-, y seguir adelante con la vocación que acendró su vida. En momentos en el que tras un triunfo electoral masivo deambula en el ámbito cultural una desavenencia fuerte por los dineros del presupuesto, siempre vuelve uno los ojos a los creadores que surgieron de lo más humilde de los sectores- aunque el padre de Vargas fue en un tiempo un próspero negociante, pero murió joven-, para ir dando, entregando, en un devenir de trabajo, de lucha, de búsqueda y sobre todo de aporte de ideas. Lo singular es que lo que más se reconoce del creador de la Familia Burrón, es su aporte al lenguaje popular. Si se revisan las historias de los grandes fundadores de un lenguaje – Cervantes y Dante, por ejemplo- que fijaron su respectivo idioma, se piensa no solo en el conocimiento que ellos tenían del lenguaje que hablaban, sino además que investigaban, descubrían y fijaban los cambios fundamentales que hacían florecer una lengua. No se llega a decir que Vargas modificó nuestro lenguaje, ya definido y permanentemente revisado desde siglos atrás, pero se habla de los cambios y vocablos muchos y muy variados, que introdujo en el habla popular y que hoy se mencionan, se dicen y están incorporados en los diccionarios como parte del español fincado.
COMO IMAGINÓ VARGAS A UNA FAMILIA ARQUETÍPICA DE UN BARRIO CHILANGO
Los monitos que hablaban y circulaban por todo el país, han sido unos de los gérmenes del México lector. Muchos se quedaron estancados ahí y se regodean actualmente con las revistas de chismes del espectáculo, pero para otros un mundo se abrió desde la perspectiva de sus creadores, caricaturistas, humoristas, dibujantes y moneros. Nacido el 5 de febrero de 1915, Gabriel Vargas emigró a la capital a la muerte de su padre, junto con su madre y sus muchos hermanos. Anécdotas de su inclinación al dibujo, su acercamiento al director de Bellas Artes Alfonso Proveda, que lo ayudó, un premio obtenido en Japón y el empleo temprano que lo instaló en el Excélsior de los años treinta, son parte de su biografía. Ahí dibujó, experimentó y a los 17 años se convirtió en el jefe de la sección de dibujo. Su arribo a la Cadena García Valseca, lo lanzó a lo que sería su triunfo definitivo, con la creación de historietas como los Super Locos y el personaje Jilemón Metralla, entre otros, que lo llevó, por una apuesta, a la familia Burrón. Arquetipo del género popular costumbrista, esta historieta tuvo la profundidad de la observación y penetración de Vargas. Quien no solo plasmó los personajes que veía en el barrio que creció, sino que retomó su lenguaje, lo caricaturizó en muchos sentidos y lo fue engrosando en número de palabras depuradas a la par que su creación crecía y llegó a tener un tiraje de 500 mil ejemplares diarios. Su historieta se publicó por 61 años.
CAMINOS DE LIBERTAD DA HOMENAJE A GABRIEL VARGAS
La serie Caminos de Libertad que lleva seis temporadas, se ha caracterizado por recordar, promover y dar lustre a grandes personajes mexicanos en sus diferentes expresiones artísticas. Tiene como sede el Canal del Congreso y sus trabajos se extienden a Fish, Sky e Izzi, como fue el caso del programa sobre el monero de Hidalgo. Gabriel Vargas fue seleccionado en esta sexta temporada, y para ello se invitó a un grupo de personas vinculadas al trabajo del caricaturista, dibujantes, moneros sobre todo, periodistas y analistas de la obra de Vargas. Personas de trayectoria como Raúl Moysén, Maurico Kemchs, Cristina Pacheco, Ausencio Cruz, Luis Borja “Borja”, Rolando Estévez y Tere Gil, abundaron en la obra, aunque no se trató el enfoque artístico, el estilo del dibujo, las posibles influencias, ni los aportes que él hizo a la cuestión técnica de la caricatura. Mas bien se basó en la propia trayectoria del artista, al aporte lingüístico y su abundante recopilación de vocablos así como en el reconocimiento internacional de países europeos a la participación sociológica de su actividad. Muy especial fue la mención del personaje Borola Tacuche, en su andariego afán defensivo, sus aportes a un feminismo que apenas anidaba en México -justo cuando se publicó el libro de Simone de Beauvoir, El segundo sexo-, y ante todo, el espíritu de comunidad, a veces con pleitos, con rencillas, naturales por la convivencia, pero siempre girando en torno de una unidad de clase. Quizá fue este uno de los principales aportes de Vargas, quien, al final del programa, es expuesto como alguien que luchó por su libertad y la plasmó en su vida, al defender a todo trance la vocación que lo impulsó a crear.