Teresa Gil
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Las ciudades, los pueblos en general, son para usarse, para ser habitados y utilizados y disfrutados de mil maneras. Pero no son para apropiarse de ellos a mansalva, ya sea por abuso, descuido, ineficacia o corrupción de algunas autoridades. El uso ordenado es la mejor forma de que todos disfruten lo que es de muchos o es prestada en las visitas. Durante y después del Covid 19, en algunos barrios sobre todo pretenciosos, se empezaron a usar las banquetas y parte de las calles. Tiempo después de superado el virus, muchos de esos se apoltronaron y los vemos a diario en colonias y barrios donde esos espacios ya se asumen como propios. Suele pasar lo mismo con banquetas en casas propias que las extienden en carros o muebles. Pero lo que asusta es el uso de las calles de parte de los llamados franeleros o “viene viene”, que se está volviendo un verdadero problema para las autoridades de la Ciudad de México porque no hay ley que los controle.
NO HAY LEY EN LA CDMX, QUE CONTROLE LA APROPIACIÓN CALLEJERA
Esos personajes, los “viene viene”, suelen ser parte del espectro laboral que tomó la decisión de realizar actividades que tienen en algunos casos permisos oficiales, pero que en general actúan sin permiso pero con límite de lugar y horarios a deseo. No hay quien los controle y son dueños de las calles. Los ciudadanos con carro están sujetos a encontrar lugar donde estacionarse porque a fuerzas tienen que hacerlo a expensas del tiempo que les cobrarán, en algunos casos grandes cantidades. Los abusos son muchos y se cree según datos publicados que ya controlan 14 de las 16 alcaldías en zonas céntricas o de gran necesidad como son centros comerciales, hospitales y escuelas. Tan solo en la alcaldía Coyoacán se acaban de desalojar mil 338. Imagínense la cantidad en toda la ciudad. Esos casos de la llamada “privatización disfrazada” de un espacio, se está denunciando en la ciudad, aunque se argumenta que los mismos tienen mucho que ver con otros problemas que no se resuelven, uno de ellos un verdadero transporte público que vaya eliminando el uso de automóviles, cosa que se ve muy remota. Mientras, la capital es una especie de ciudad robada.
EL GRAN NÚMERO DE CARROS ALTERA LAS CALLES DE LAS CIUDADES
Este caso ya lo hemos tratado en otras ocasiones, porque tiene largo tiempo. Miles de automóviles foráneos aumentan el problema de demanda de espacio y sus dueños recurren a franeleros. Seis estados formaron desde 2013 la Comisión Ambiental de la Megalópolis (CAME), pero da la casualidad de que la confluencia es siempre la ciudad de México. Todos los caminos llevan a la gran Tenochtitlan, parodiando la vieja frase romana. Pero todos quieren deslindarse de la verdadera causa de los problemas -contaminación ante todo, muchas veces por exceso de carros-, que aquejan a la metrópolis. Aquí están asentados los poderes federales, con los problemas que eso significa. Se mencionan más del 70 por ciento de las manifestaciones, repudios y denuncias que provocan concentraciones en la ciudad.
LA CONCENTRACIÓN DE CARROS FORÁNEOS TAMBIÉN RECALCA PROBLEMAS
Los otros dos poderes tienes sus sedes aquí, aparte de los de la Ciudad de México, además de todas las representaciones que se ligan al país, embajadas, consulados, grandes consorcios, etcétera y están hacinadas decenas de instituciones con muchas oficinas desparramadas casi en el perímetro central. Gran parte de las instituciones centralizadas, secretarías de estado, organismos descentralizados y autónomos; y un amplio porcentaje de los miles de burócratas federales, la mayoría de los cuales tiene su carro propio, son fuente de contaminación y demanda de espacio para esos carros. O sea, franeleros. El Estado de México aporta varios millones de trabajadores y visitantes diarios que con sus respectivos carros aumentan la polución y exigen espacios. No contentos con el área institucional, la ciudad tiene el altar más grande de Latinoamérica en materia religiosa -La villa de Guadalupe-, lo que ocasiona un ir y venir permanente. Aunque hay que respetar las garantías de tránsito y manifestación, debe haber un acuerdo para paliar las visitas sin que las grandes concentraciones avasallen y contaminen la ciudad. Y sean el apoyo de las actividades que giran en función del automóvil.
LA CIUDAD EN EL ALBA ES AHORA UNA CIUDAD DE CUIDADORES DE CARROS
Ciudad en el alba fue uno de los bellos nombres que escogió Manuel Blanco Méndez, el periodista cultural, cronista y cuentista desaparecido, para denotar a la que en ese entonces -todavía a fines de los noventa del siglo pasado-, se erguía como la ciudad poética, epicentro de amores, desamores y sismos. Se cree que Manuel, uno de esos seres singulares que se dan pocas veces, hombre culto, comprometido, generoso y buen amigo, nombró así su crónica diaria en El Nacional, en homenaje a Efraín Huerta a quien tanto admiraba. A este le fascinaba el vocablo alba, por todas las connotaciones que tiene. Hoy la ciudad en el alba, sería la ciudad robada, la ciudad contaminada, la ciudad invadida, la ciudad que los políticos se disputan, mientras la abruman con sus inconsecuencias. En el libro Raíces en el tiempo o Manuel Blanco en la mira (Grupo Editorial Planeta 1995), se reúnen narrativa y crónica de Blanco y testimonios de muchos de sus amigos Carlos Monsivais, Humberto Musacchio, José Agustín, entre ellos, en memoria del gran periodista que hizo de la Ciudad de México un referente cultural de su trabajo. Referente plasmado en los albores del amanecer, que por desgracia hoy son destellos grises y negros de la contaminación… de los carros.