Teresa Gil
laislaquebrillaba@yahoo.com.mx
Jorge Luis Borges se duele de lo que perdió un ser que se va: “-hábito de unos libros, de una llave, de un cuerpo entre otros- frecuencias irrecuperables que para él fueron la amistad de este mundo”. Nosotros que hemos perdido a miles, ¿qué tanto perdieron ellos y qué tanto perdimos nosotros? Las cifras se entrecruzan con las muertes naturales y las víctimas de la violencia, los números se disparan y y solo en el segundo caso, se habla de casi cien mil en este sexenio, de casi 30 mil en este año. El promedio diario se calcula en más de 72 y se mencionan los estados de Guerrero y de México como los que tienen ese triste liderazgo con miles entre los dos. Tantos miles del total, llenarían planas y planas con sus nombres y enciclopedias enteras con sus datos y todo lo que hicieron. Para recordarlos tendríamos que hacer una hilera de cruces como la del cementerio del Día D que se levanta en Normandía para conmemorar a los muertos de la Segunda Guerra Mundial; monumento que resumió los alrededor de 40 millones que murieron en esa conflagración. El lamento mexicano es nacional, por todos lados hay cruces, hay dolientes, quizá por eso los gobiernos federal y locales, enfatizaron la festividad del Día de Muertos en los parques, en sus salas y oficinas, como una exudación de lo que no pueden evitar y en lo que en mucho son culpables. ¿Que pensará Felipe Calderón que exacerbó la jauría de la muerte en el país? ¿o en su permanente euforia no le queda tiempo para el remordimiento? ¿Que pensarán los actuales gobernantes que sin mayor reflexión retomaron la idea y la pusieron en práctica ? En ninguna de las dos partes parece haber desasosiego, culpabilidad, autocrítica. La muerte ha perdido sentido y no les importa. Ambos accionan todos los recursos del estado- los primeros con lo que guadañaron-, para seguir usufructuando el poder y continuar con la lista de muertos. Borges se refiere continuamente a la muerte a lo largo de su obra, pero lo hace de una manera diferente a como la estamos viendo nosotros. No es el cuerpo yerto el que le preocupa, porque ese, dice, ha dejado de ser. Es lo que fue el ausente, es lo que queda en sus seres cercanos y que se atrapa a través de recuerdos, de obras materiales que hizo y en los primeros tiempos del olor de sus cosas. Uno de sus analistas mexicanos Sergio Nudelstejer (Borges. Acercamiento a su obra literaria Costa Amic Editores S.A.1987) sostiene que en la obra del argentino la muerte siempre llega por ejecución, pero a diferencia de las muertes que aterran a nuestro país por la violencia, los enfrentamientos y la falta de respeto a los derechos humanos, en los libros borgeanos, la muerte no es violenta, ni espectacular. “la muerte borgeana siempre llega como una consecuencia inevitable. Las víctimas y sus ejecutores lo saben”. Nudelstejer, escritor, biógrafo, ensayista y crítico da un vuelo amplio a las obras desde muchas perspectivas y añade a su libro cronología y bibliografía también muy amplias. La presentación es de Alfredo Cardona Peña. Pero cuando se refiere a la muerte, la conceptúa en Borges como una desintegración; la muerte humana, sentida, en Borges no existe, dice. “los protagonistas no mueren, se desintegran”. En El Jardín de senderos que se bifurcan, Albert es fulminado por un balazo, a otros, en diferentes relatos, los borra una descarga, los ultiman cuidadosamente, se desploman, etcétera. En la Nueva antología personal (Editorial Bruguera 1980) puede observarse esa situación en El testigo, Episodio del enemigo, El cautivo, etcétera. Algunos están esperando con tranquilidad la muerte. Sin saber como dice el escritor argentino, que es lo que dejarán, por qué causa los extrañarán. A lo mejor, algunos de los nuestros hubieran escrito un poema y dirían, como escribió Borges en su poema A un poeta sajón:
Pido a mis dioses o a la suma del tiempo
que mis días merezcan el olvido,
que mi nombre sea Nadie como el de Ulises,
pero que algún verso perdure
en la noche propicia a la memoria
o en las mañanas de los hombres