Teresa Gil
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Una manatí de tres años, fue festejada alegremente en Singapur el pasado 26 de julio. Si Homero, que describió el agudo canto de las sirenas, viviera, hubiera estado en esa fiesta. Poeta al fin, creó un hermoso personaje con cuerpo de mujer, aunque quizá sabía que esas sirenas no eran otra cosa que los manatíes, llamados monstruos del agua. Y se iría de nuevo a su tumba, al saber que ese animal pacífico y equilibrador de la flora acuática, está en peligro de extinción. Que bueno que no existe, porque sería terrible para el autor de la Iliada y la Odisea, saber que el intento de controlar el lirio acuático en Xochimilco con manatíes traídos de Chiapas, fracasó porque los lugareños se los comieron. Los hicieron carnitas. Eso pasó hace tiempo, pero mientras en otras partes del mundo celebran la vida de este mamífero que pertenece a la taxidermia de los sirénidos, aquí lo destruimos como estamos haciendo con la vaquita marina. En el caso de este cetáceo que es considerado el más pequeño del mundo -mide metro y medio-, y que solo habita en el Golfo de California, su desaparición ya es casi inminente, pese a los esfuerzos que se hacen. De 567 que había en 1997, en solo 20 años fueron exterminados 537. Ahora solo hay 30 y se informa que en este año han muerto 4. La caza ilegal de la totoaba, especie demandada en países orientales por la riqueza de ciertas partes, ha minado una especie única de México. Pero lo paradójico es que en tanto se pesca ilegalmente la totoaba -que suele estar acompañada de cerca por la vaquita-, aquella también está en peligro de extinción. La avaricia, la ambición. la nula conciencia del ser humano y el poco control oficial tienen a tres especímenes de gran valor, en la antesala de la desaparición. Estas especies aunque viven en el mar y en desemboques de ríos -los manatíes-, están cerca del lugar donde habita el cangrejo, otra especie en peligro de extinción. La depredación, el consumo indiscriminado, el arranque de la especie inmadura para venderla tierna en los mercados, el trafique, han terminado por hundir las especies. De los de agua dulce, de 1280 especies que existen en el mundo casi 300 está en inminente riesgo y de casi 700, los ecologistas no responden. Hay una vil explotación, lo mismo que pasa con el cangrejo azul la especie más grande y nutritiva depredada en playas del Golfo de México. Del libro Donde habita el cangrejo (Premia Editora, los Libros del bicho, 1982), del poeta Eduardo Langagne que ganó el Premio Casa de las Américas en 1980, dice el crítico Marco Antonio Campos,”una de las tareas más arduas para el crítico es penetrar el ser mismo del poema”. Porque en efecto, ¿que quiere decir el poeta cuando esboza y desliza palabras en apariencia incomprensibles? Y ya no estamos hablando de algo en extinción, por fortuna la poesía será eterna. “La poesía no se crea ni se destruye, solo se transforma”, dice el propio autor. La obra del poeta capitalino, promotor cultural, se divide en dos partes, la primera de cuatro capítulos y la segunda de tres. A lo largo de esos capítulos puede captarse la mención del cangrejo, como alusión, metáfora o personaje. En la primera parte hay un sentido homenaje al saxofonista Sammy McCoy, aludido por el poeta argentino ya fallecido Juan Gelman a quien en la segunda parte Langagne le envía una singular carta, “En este día bebíme tres cervezas por usted, por Juan y juan, indistintamente hombre o poeta”, comienza la misiva. Bella obra que debería de estar al alcance de todos. Me gusta la sencilla carta que les envía al también poeta y premiado en Cuba, el argentino Carlos Patiño y a su esposa Martha. En Bernal, provincia de Buenos Aires, estaremos pronto para recordar a vivos y muertos , “bebiendo el vino añejo en aquel rincón húmedo del sur”, les dice. Vivencias duras a veces tristes que también nos agobian al pensar en la destrucción de seres vivientes por la propia mano del hombre, situación en la que preferiríamos desaparecer, como dice Langagne, en un “simple agujerito donde habita el cangrejo”